¿Qué hay detrás de un pargo colorado, una mojarra rayada o esa rica merluza en salsa blanca que comemos sin mayores cuestionamientos? Los tres no deben consumirse: están en riesgo de extinción.
En una economía global, las decisiones diarias en materia de consumo de pescado y mariscos pueden tener un impacto en los recursos marinos y en las personas que dependen de ellos, incluso aunque estén muy lejos de su casa.
La sobrepesca, para satisfacer una demanda creciente, es una amenaza que intentan prevenir gobiernos y el sector pesquero.
Según la Fundación MarViva, organización que trabaja por la conservación y el uso sostenible de los recursos marinos y autoridad en el tema en Colombia, Costa Rica y Panamá, más del 80 % de las especies de peces se encuentran sobreexplotadas. Los productores, así como la Federación Colombiana de Acuicultores (Fedeacua), prevén que en el país se doblará el consumo de pescado en cuaresma.
Tenga en cuenta que el uso abusivo de las especies marinas como recurso alimenticio supone una amenaza para la vida oceánica, no únicamente por las técnicas de pesca destructiva, como el uso de mallas de forma indiscriminada o químicos, sino por la falta de consumo responsable.
Para Jorge Jiménez, director general de Fundación MarViva, “el consumidor tiene el poder para influenciar qué se pesca, dónde y cómo. A través de sus decisiones ayuda a conservar las poblaciones de peces de forma en que podamos seguir beneficiándonos de una pesca responsable”.
La pesca sostenible, diferente a la destructiva, es sobre todo artesanal y cumple con ciertas características. Según asegura el portal de la WWF España: esta no descarta ningún ser marino muerto o moribundo y, entre otras, no utiliza métodos como explosivos, arrastre o venenos, ni productos tóxicos.
En cuanto al consumidor, una elección bien hecha significa conocer más sobre la especie, su procedencia y su grado de amenaza.