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¿Tiene futuro la monarquía?: Carlos III y Felipe VI no la tienen fácil

Los Windsor y los Borbón, las casas reales más importantes de Europa, comparten lazos de sangre y afinidad ideológica.

  • Carlos III y Felipe VI con sus respectivas reinas consortes. Ambos enfrentan un contexto muy complejo para las monarquías. Foto: Efe.
    Carlos III y Felipe VI con sus respectivas reinas consortes. Ambos enfrentan un contexto muy complejo para las monarquías. Foto: Efe.
08 de septiembre de 2022
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Con la muerte de la reina Isabel II se cierra una época que comenzó en un mundo que ya no existe: sin internet y con dos potencias disputándose la hegemonía global, los Estados Unidos y la Unión Soviética. La mayoría de la población inglesa no conoce a un monarca distinto a Isabel II. Por ese motivo, se abre de nuevo un debate sobre el futuro de las instituciones monárquicas en Europa. En ese continente las figuras del rey o la reina se conservan en Bélgica, Dinamarca, España, Países Bajos, Suecia, Luxemburgo y Reino Unido. Sin embargo, ningún otra corona ha tenido un impacto similar al de la extinta cabeza de la familia Windsor.

En años recientes dos hechos han puesto a tambalear la firmeza de los reyes europeos. Los escándalos de corrupción y excentricidades del rey Juan Carlos I, de España, y los no menos sonoros líos del príncipe Andrés, de Inglaterra –cuyo nombre llegó a las páginas de los diarios por el caso de Jeffrey Epstein–, han abierto grietas en un sistema político que ha sorteado siglos de poder, guerras y controversias. A esto se le suma el fallecimiento de Isabel II, el bastión de los monárquicos del orbe.

Tras un reinado tan largo, las dudas caen en la capacidad del rey Carlos III de superar la sombra de su madre y darle un nuevo aire a la monarquía. Idénticas sombras cobijan al rey Felipe VI, de España. La razón es simple: tanto Juan Carlos I e Isabel II sortearon crisis globales y locales que de alguna manera forjaron sus temples de estadistas. El rey emérito español fue crucial en el proceso de transición de la dictadura de Francisco Franco a la democracia, como lo cuenta el novelista Javier Cercas en Anatomía de un instante. Por su parte, Isabel II sobrevivió a las figuras de Winston Churchill y capoteó el huracán mediático que se desató con el divorcio de Carlos y Lady Diana.

En este contexto, las cifras de percepción ciudadana no acompañan a Carlos III: en febrero de este año solo el 14 % de los británicos querían que Camila Parker fuera su reina, según informó en su momento El País, de España. La ahora reina consorte ha sido eclipsada por el recuerdo de Diana Spencer. Por su parte, la relación de los españoles con la reina Letizia es ambivalente: pasa de la aceptación a la crítica frontal. En este sentido, la cárcel al rapero Pablo Házel, acusado de injuriar a la monarquía, ha tensado las relaciones de los sectores progresistas con la dinastía de los Borbón.

En marzo de este año, Pablo Echenique, el vocero del partido Podemos, se fue lanza en ristre contra la casa real al afirmar que “la monarquía es una institución diseñada para poder delinquir”. Las declaraciones las dio por los días en los que la Justicia española decidió archivar las investigaciones de las actuaciones del rey emérito. Otra de las voces antimonárquicas es la de Pablo Iglesias, que se amplifica por la agilidad de Twitter.

El mundo en el que los reyes eran figuras sagradas ya no existe. Ahora todas las figuras públicas deben soportar un escrutinio tremendo del ojo ciudadano, presente en todas partes gracias a las redes sociales y la velocidad del internet. Además, la monarquía tiene un sabor a algo de otro tiempo que, al parecer, ninguna reforma cosmética es capaz de disimular.

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