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HISTÓRICO
Al invierno, desde el verano
EL COLOMBIANO | Publicado
Colombia sufrió en 2008 el peor invierno de que se tenga noticia, si se tiene en cuenta no sólo la intensidad de las lluvias y su prolongación durante todo el año, sino también los daños causados y el número de muertos y damnificados.

En este invierno sin tregua, que nos mostró la tragedia que empieza a vivir el país por causa del cambio climático, resultaron afectados 428 municipios, de 27 departamentos. En la llamada "segunda ola invernal", que comenzó en septiembre, y que ya el Ideam dio por terminada, se registraron 68 muertos, 98 heridos, 18 desaparecidos y 1.225.146 personas afectadas. Además de las viviendas averiadas, se perdieron cultivos y bienes, que dejaron más pobres a los pobres, en 115 mil hectáreas inundadas.

Antioquia fue uno de los departamentos más afectados y en el caso de Medellín, en el sector de Alto Verde, en El Poblado, se presentó la tragedia con el mayor número de muertos (12 en total) por causas que aún son motivo de investigación y que esperamos arrojen las luces para evitar futuros desastres. En todo el departamento el invierno se mostró inclemente y el mayor rigor lo sufrieron las carreteras, en las cuales el gobierno departamental debió invertir 170 mil millones de pesos, para evitar que muchas regiones quedaran aisladas y que Antioquia estuviera incomunicada del resto del país.

En el ámbito nacional es particularmente preocupante lo sucedido en los departamentos de la Costa Atlántica donde los damnificados ascienden a más de 756 mil personas, muchas de las cuales, como sucede con las cuatro mil familias de Plato, Magdalena, tendrían que ser reubicadas, según el propio diagnóstico del Presidente Uribe en su visita a la zona. En Chocó, por el desbordamiento del Atrato, se vive una verdadera tragedia humanitaria, que desafortunadamente pareciera invisible para el resto de los colombianos.

Los caudalosos ríos del país han sido irrespetados, por la invasión de sus cauces y la erosión en sus cuencas. Muchas poblaciones levantadas a lo largo de ríos como el Magdalena, obtienen de sus aguas su fuente de vida y de riqueza, pero también de destrucción y de muerte, y de allí que ofrecer soluciones se ha vuelto para el Estado un problema no sólo de recursos, sino también de costumbres culturales. Por eso cada año pasa lo mismo, en cada invierno, en casi las mismas localidades.

Así como resulta casi imposible lograr que un río detenga su curso o avance en dirección contraria, también parecería imposible revertir los daños causados a la naturaleza por la acción del hombre, pero sí hay muchas acciones que los gobiernos locales y las comunidades organizadas pueden adoptar para mitigar los daños, en tanto que el Gobierno nacional debe atender de manera prioritaria puntos críticos en la geografía nacional, más de manera preventiva, que reactiva.

Para el país resultaría menos costoso, en vidas y bienes, trabajar en verano, en las grandes obras de dragado y contención de los ríos, trazado y reparación de vías, reubicación de viviendas y protección de laderas y taludes, para ganarle al invierno, que atender cada año los daños causados y socorrer a miles de damnificados.
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