viernes
7 y 9
7 y 9
Umberto Eco apunta al periodismo en su nueva novela, Número Cero, en
la que habla desde su experiencia.
Umberto Eco ya tiene 83 años; ha adelgazado, pues lleva una dieta que lo alejó del whisky (con el que a veces almorzaba) y de otros excesos, así que muestra el estómago achatado como una gloria conquistada en una batalla sin sangre. Es uno de los grandes filólogos del mundo; desde muy joven ganó notoriedad como tal, pero un día quiso demostrar que el movimiento narrativo se demuestra andando y publicó, con un éxito planetario, la novela El nombre de la rosa (1980), cuyo misterio, cultura e ironía asombraron al mundo.
Desde ese éxito que hubiera envanecido a cualquiera no ha dejado de trabajar, como filósofo y como novelista, y desde entonces el profesor Eco es también el novelista Eco; ahora aparece con una nueva novela, Número Cero, en la que pinta a un editor que monta un periódico que no saldrá, pero cuya presencia le sirve al magnate para intimidar y chantajear a sus adversarios.
Una novela sobre el periodismo. ¿Por qué?
“Llevo escribiendo críticas del oficio desde los sesenta, además de tener en el bolsillo el carné de periodista. Con Piero Ottone mantuve un buen debate polémico sobre la diferencia entre noticia y comentario. Escribir sobre cierto tipo de periodismo era una idea que me rondaba en la cabeza desde siempre. Hay lectores que han encontrado en Número Cero el eco de muchos artículos míos, cuya sustancia he utilizado porque ya se sabe que la gente se olvida mañana de lo que leyó hoy. De hecho, algunos me han alabado. Por ejemplo, hay quienes han aplaudido lo que escribo del desmentido en prensa, ¡y de eso escribí lo mismo hace quince años!
Así que abordé el tema porque lo llevo conmigo. Hasta el principio del libro es muy mío, pues ese episodio en que el agua no sale del grifo era también el principio de El péndulo de Foucault. Por aquel entonces alguien me dijo que no era una buena metáfora, y la quité; pero, para Número Cero, me gustó esa idea, el agua que se retiene en el grifo y no sale, y tú esperas que al menos salga una gota. Me gustó esa idea, bajé al sótano, encontré aquel primer manuscrito y la volví a usar. Todo es así: en la discusión que hay con Bragadoccio (un periodista clave en la trama de Número Cero) sobre qué coche comprar, lo que escribo es un listado que hice en los años noventa cuando yo mismo no sabía qué automóvil quería...”.
La novela está llena de referencias al cinismo del editor que pone en marcha un periódico para extorsionar... Para chantajear...
“Tenía en mi mente a un personaje de la historia de Italia, Pecorelli, un señor que hacía una especie de boletín de agencia que jamás acababa en los quioscos. Pero sus noticias terminaban en la mesa de un ministro y se transformaban enseguida en chantaje. Hasta que un día fue asesinado. Se dijo que fue por orden de Andreotti, o de otros... Era un periodista que hacía chantajes y no precisaba llegar a los quioscos: bastaba con que amenazara con difundir una noticia que podría ser grave para los intereses de otro... Al escribir el libro pensaba en ese periodismo que existió siempre y que en Italia recibió recientemente el nombre de ‘máquina del fango’”.
¿En qué consiste?
“En que para deslegitimar al adversario no hace falta que lo acuses de matar a su abuela o de que es un pedófilo: es suficiente con difundir sospecha sobre sus actitudes cotidianas. En la novela aparece un magistrado (que existió en realidad) sobre el que se lanzan sospechas, pero no se lo descalifica directamente, se dice simplemente que es estrafalario, que usa calcetines de colores... Es un hecho verdadero, consecuencia de la máquina del fango”.
El periodista en concreto está retratado como un paranoico en busca de historia cueste lo que cueste, y babea cuando cree encontrarla...
“Ocurre cuando Bragadoccio encuentra la autopsia de Mussolini... Siempre he dicho, también cuando escribía novelas históricas, que la realidad es más novelesca que la ficción. En La isla del día antes describo a un personaje haciendo un extraño experimento para descubrir las longitudes; es muy cómico, y la gente dijo: “Mira qué bonita la invención de Eco”. Pues era de Galileo, que también tenía ideas locas de vez en cuando y había inventado esta máquina para vendérsela a los holandeses. Si buceas en la historia puedes hallar episodios más dramáticos, más cómicos, y también más verdaderos, que los que puede inventar cualquier novelista. Por ejemplo, mientras busqué material para Número Cero hallé la autopsia entera de Mussolini. Ningún narrador de la pesadilla y del horror ha conseguido jamás imaginarse una historia como esta, y es verdadera. Y se la serví al personaje Bragadoccio, periodista de investigación, que babeaba mientras la iba utilizando para su crónica sobre la conspiración que se inventó”.
Y usted no la inventó, claro.
“Está en Internet, es así. Luego es muy fácil imaginar que un personaje tan paranoico y tan obsesivo como ese periodista empiece a gozar tanto de la autopsia como de las calaveras que encuentra en la iglesia de Milán por donde pasa su historia. También en este caso de la iglesia todo es verdadero: he intentado dibujar una Milán secreta, con esas calles, esas iglesias, que albergan realidades que parecerían fantasías...”.
Ahora la realidad y la fantasía tienen un tercer aliado, Internet, que ha cambiado por completo el periodismo.
“Internet puede haber tomado el puesto del periodismo malo... Si sabes que estás leyendo un periódico como El País, La Repubblica, Il Corriere della Sera..., puedes pensar que existe un cierto control de la noticia y te fías. En cambio, si lees un periódico como aquellos ingleses de la tarde, sensacionalistas, no te fías. Con Internet ocurre al contrario: te fías de todo porque no sabes diferenciar la fuente acreditada de la disparatada. Piense tan solo en el éxito que tiene en Internet cualquier página web que hable de complots o que se inventen historias absurdas: tienen un increíble seguimiento, de navegadores y de personas importantes que se las toman en serio”.
Ahora ya es difícil pensar en el mundo del periodismo que protagonizaban, aquí, en Italia, gente como Piero Ottone o Indro Montanelli...
“¡Pero la crisis del periodismo en el mundo empezó en los cincuenta y sesenta, justo cuando llegó la televisión, antes de que ellos desaparecieran! Hasta entonces el periódico te contaba lo que pasaba la tarde anterior, por eso muchos se llamaban diarios de la tarde: Corriere della Sera, Le Soir, La Tarde, Evening Standard... Desde la invención de la televisión, el periódico te dice por la mañana lo que tú ya sabías. Y ahora pasa igual. ¿Qué debe hacer un diario?”.
Dígalo usted
“Tiene que convertirse en un semanal. Porque un semanal tiene tiempo, son siete días para construir sus reportajes. Si lees Time o Newsweek ves que varias personas han contribuido a una historia concreta, que han trabajado en ello semanas o meses, mientras que en un diario todo se hace de la noche a la mañana. Un periódico que en 1944 tenía 4 páginas hoy tiene 64, con lo cual tiene que rellenar obsesivamente con noticias repetidas, cae en el cotilleo, no puede evitarlo... La crisis del periodismo, entonces, ha empezado hace casi cincuenta años y es un problema muy grave e importante”.
¿Por qué es tan grave?
“Porque es cierto que, como decía Hegel, la lectura de los periódicos es la oración de la mañana del hombre moderno. Y yo no consigo tomarme mi café de la mañana si no hojeo el diario; pero es un ritual casi afectivo y religioso, porque lo hojeo mirando los titulares, y por ellos me doy cuenta de que casi todo lo había sabido la noche anterior. Como mucho, me leo un editorial o un artículo de opinión. Esta es la crisis del periodismo contemporáneo. ¡Y de aquí no se sale!”.
¿De veras cree que no?
“El periodismo podría tener otra función. Estoy pensando en uno que haga una crítica cotidiana de Internet, y es algo que ocurre poquísimo. Un periodismo que me diga: “Mira qué hay en Internet, mira qué cosas falsas se están diciendo, reacciona ante ello, yo te lo muestro”. Y eso se puede hacer tranquilamente. Sin embargo, se piensa aún que el diario está hecho para que lo lean unos señores viejos –ya que los jóvenes no leen—que además no usan Internet. Habría que hacer, pues, un periódico que se convierta no solo en la crítica de la realidad cotidiana, sino también en la crítica de la realidad virtual. Este es un posible futuro para un buen periodismo”.
En su novela un editor concibe un periódico que no va a salir, para dar miedo. ¿Es una metáfora de lo que sucede?
“Y no solo. En Número Cero profundizo en la técnica del dossier. El chantaje consiste en anunciar una documentación, un informe. La carpeta puede estar vacía, pero la amenaza de que existe basta: cada uno de nosotros tiene un cadáver en el armario o a lo mejor ha tenido una multa por exceso de velocidad hace treinta años. La amenaza de la existencia de un dossier es fundamental. La técnica del expediente es como la técnica del secreto. Filósofos ilustres como Simmel y otros han dicho que el secreto más poderoso es el secreto vacío. Además, es una técnica infantil: el niño dice (burlándose): “¡Yo sé una cosa que tú no sabes!”. Decir que sabes una cosa que el otro no sabe es una amenaza. Muchos de los secretos están vacíos y por eso son mucho más poderosos. Luego vas a ver los verdaderos informes y solo son recortes de prensa. Se venden a un Gobierno y a los servicios secretos o a la policía y son dossieres vacíos, llenos de cosas que sabíamos todos menos los servicios secretos”.
Número Cero es una novela de ficción, pero todo se puede verificar en la realidad...
“Es el periodismo real del que hablo. Los periódicos especializados en la máquina del fango existen. No todos los diarios usan esta máquina, pero existen los que la utilizan, y por una modesta suma de dinero te podría dar los nombres...”.
¿Y cómo se sale del fango?
“Dando noticias acreditadas. Además, ¿qué es la máquina del fango? Normalmente se utiliza para deslegitimar al adversario y desprestigiarlo sobre cuestiones privadas. Quiero decir que en la época áurea si no te gustaba un presidente de Estados Unidos, ya fuera Lincoln o Kennedy, lo matabas; era por así decirlo un procedimiento honesto, como se hace en la guerra... En cambio, con Nixon y con Clinton se produjo una deslegitimación basada en cuestiones privadas. Uno incitaba a robar papeles, el otro hacía cosas con una chica en su estudio... Esta es la máquina del fango. Podrías haber dicho, cosa que no ocurrió en Estados Unidos, que Kennedy se acostaba con Marilyn Monroe; la máquina del fango hubiera utilizado eso...”.
Frente a la máquina del fango...
“Las pruebas, las noticias contrastadas. Para la máquina del fango es suficiente con difundir una sombra de sospecha o trabajar sobre un cotilleo menor. Al fin y al cabo, en Italia, Berlusconi fue puesto contra las cuerdas contando lo que hacía por la noche en su casa. Se podían decir de él, y se han dicho, cosas mucho más graves, sobre sus conflictos de intereses, por ejemplo. Pero eso dejaba al público indiferente. Y en cuanto se probó que iba con una menor de edad entonces se le puso en dificultades. ¡Como ves, hasta defiendo a Berlusconi! Él ha sido vencido a partir de revelaciones sobre su vida privada más que por noticias sobre hechos verdaderos y otras cosas de las que es responsable”.
Usted ha escrito un libro en el que un periódico del fango da batallas sucias sin salir a la calle... ¿Concibe que un día no haya periódicos?
“Es un riesgo muy grave porque, después de todo lo que he dicho de malo sobre el periodismo, la existencia de la prensa es todavía una garantía de democracia, de libertad, porque precisamente la pluralidad de los diarios ejerce una función de control. Pero para no morir el periódico tiene que saber cambiar y adaptarse. No puede limitarse solamente a hablar del mundo, puesto que de ello ya habla la televisión. Tiene que opinar mucho más del mundo virtual. Un periódico que sepa analizar y criticar lo que aparece en Internet hoy tendría una función, y a lo mejor incluso un chico o una chica jóvenes lo leerían para entender si lo que encuentra online es verdadero o falso”
¿Es su adversario?
“Sí. Porque lo puede matar”.
© Diario El País, SL.