Un día, al principio de los tiempos, una diosa, la esposa de Mauro el héroe, escuchó unos ruidos muy fuertes que la intranquilizaron.
Solo parecía tener claro que procedían del interior de la tierra y de un lugar lejano e impreciso, hacia el Sur.
Queriendo saber su origen, caminó sin tregua en dirección al sitio del que surgían y llegó a un sitio cercano a Mitú. Con sus largas uñas escarbó el suelo para abrir un hueco, hasta que del oscuro vientre salieron los nukak y los kawede, este último nombre es con el cual se llama a las personas de piel blanca y a los indígenas ribereños. Esos fueron los primeros pobladores de la tierra.
Sentadas en la misma hamaca, con los pies en el suelo de tierra de su vivienda, Tumairi y Ñama, dos mujeres del pueblo Nukak Makú, de ojos pequeños y huidizos, cuentan la historia en su lengua tonal.
Un niño de unos siete años, el nieto de la primera, es quien va traduciendo lo que ellas cuentan. Miran al infante cada vez que no entienden la pregunta y cada vez que perciben que uno no les ha entendido lo que dicen. Es como si en los hombros de este descansara una responsabilidad más grande que él.
No paran de tejer collares con hebras de cumare. Niños más pequeños que el traductor se cuelgan de sus brazos.
Llueve. Es mediodía. Sobre las tejas de zinc se oye un tamborileo fuerte y desordenado. Un olor a selva tibia llega al interior de la vivienda. Ese terreno en el que está situado el asentamiento de Aguabonita, uno de los que ocupan los integrantes de la etnia Nukak Makú en San José del Guaviare, está hecho un lodazal en el que hasta Marcelo, un mono, mascota del traductor, debe andar con presuroso cuidado entre una vivienda y otra, cuando quiere resguardarse del chaparrón.
Algunos hombres no interrumpen su partido de fútbol, en un espacio entre dos casas. Otros permanecen en sus viviendas, algunas de estas sin paredes pero de techos bajos que ellos mismos levantaron desde hace más de siete años, cuando llegaron allí empujados por la violencia, pues prefieren descabezar ese sueñecito producido por el sopor.
En el suelo, cerca de la puerta, hay un caldero de arroz destapado, al que ya le han sacado algunas cucharadas. Está a merced de los niños y de los perros. Ambos se cuentan por docenas. Cuando uno de los mayores llega a la casa y se encuentra con la comida en su camino, empuja el recipiente con un pie hacia un rincón para que no estorbe.
Las artesanas, como gran parte de los mayores de cuarenta años, hablan todo el tiempo su lengua. En tanto que las nuevas generaciones, casi siempre hablan español. Total, hasta 2006, los Nukak Makú fue el último pueblo nómada del mundo.
Hasta ese momento, poco o nada tenían que hablar en el idioma de los colonizadores.
Iban por un vasto territorio selvático entre los ríos Inírida y Guaviare, en grupos de treinta personas más o menos.
Con jabalinas de madera, los hombres cazaban monos, pecaríes, caimanes, armadillos, pero no dantas ni venados, por considerarlos del mismo grupo original de los humanos; con arcos y flechas pescaban bagres y dorados; con sus manos capturaban tortugas de tierra, cangrejos, ranas, larvas de escarabajos, así como de avispas y orugas. Mientras las mujeres hacían vasijas de barro y tejían hamacas, cocinaban los alimentos y cuidaban los niños.
Cuando iba a llover, armaban una casucha de materiales vegetales para pasar la lluvia.
El comienzo del fin
Todo estaba bien desde que Idn Kamni creó el mundo con saliva.
En 1947, la llamada “civilización” occidental, la de los dañinos colonizadores, supo de la existencia de este pueblo nómada.
Cuando los errantes de la selva vieron por primera vez a las personas de piel blanca, creyeron que eran caníbales. Y poco o nada se equivocaron, porque a partir de ese momento comenzaron a ser sus víctimas.
Primero, con la explotación de caucho. Luego, con el conflicto armado. La selva comenzó a ser un lugar peligroso, no tanto por las fieras acechantes, sino por los combates entre Ejército y guerrilla y guerrilla y paramilitares. Y, muy pronto también por los narcotraficantes que los utilizaron para recoger hoja de coca o para que los guiaran por la espesura en sus huidas o en la búsqueda de lugares más escondidos para el establecimiento de sus “cocinas”.
Hay quienes hablan de que en ese territorio también sembraron minas antipersonal.
Cifras de horror
Desplazados, ahora viven hacinados en estos ranchos, expuestos a las enfermedades y a la pérdida inminente de su cultura.
En estos asentamientos, reciben alimentos de parte de organizaciones locales o internacionales, distintos a los que consumían en la selva.
“Ayer cocinamos pasta, sardina y lentejas. Hoy, arroz y chocolate”, revela Yerley, la hija de Tumairi.
Por eso sufren diarrea y otros desórdenes digestivos.
“La salud depende de la integridad del éoro”, dice el traductor lo que mencionan las mujeres tejedoras. El éoro es una sustancia como roja que rodea a la persona, algo parecido al aura, que puede ser vista solo por algunos nukak y puede ser dañada por poderes espirituales o físicos.
De acuerdo con Moisés Medrano, director de Poblaciones del Ministerio de Cultura, de 1.080 integrantes de este pueblo, unos 680 continúan su vida nómada.
Cifra que contrasta con la suministrada por Juan Pablo Gutiérrez en un video documental de la Organización Nacional Indígena de Colombia, —Onic—, el en que afirma que solo 150 personas de ese grupo viven en la selva y con otra de Ómar Zapata, agrónomo de la misma Organización, que indica que en los asentamientos hay entre 800 y 900 personas.
“El nomadismo —indica Medrano— requiere de extensos territorios con condiciones específicas que garanticen, sobre todo, la obtención de alimentos vegetales y animales propios de estos modelos de vida. En este sentido, es imprescindible garantizarles que el territorio cuente con estas condiciones y que sea seguro para las comunidades”.
Ómar Zapata menciona que la Onic impulsa los “Planes de vida” para los Nukak Makú, los Jiw y los U’wa, con un documento en el que les enseñan a cultivar.
Y denuncia que los Nukak Makú que permanecen en la selva, están acosados por mineros, petroleros y agroindustriales, estos interesados en sembrar plantas para la extracción de combustible.
¿Volverán a la selva?
Hay tres mundos, continúa el traductor: arriba, hea; el mundo en el que estamos ahora es jee, y el mundo de abajo es bak.
Más que encuentro, el choque definitivo entre los Nukak y Occidente se produjo en 1988.
Un grupo de 49 Nukak huyeron de un ataque de colonos que cultivaban coca cerca al río Guaviare.
De acuerdo con denuncias de la Onic en aquel momento, los colonos robaban niños indígenas para el trabajo y los indígenas hicieron lo mismo. De ahí, los mafiosos comenzaron una persecución a muerte contra el pueblo errante.
El mundo sensible se conmovió con la noticia divulgada por líderes indígenas y por investigadores como el académico Gabriel Cabrera Becerra, de Mow Be, de 27 años, conocido entre los colonos como Belisario Sánchez, huérfano desde los siete años y desesperado por no poder llevar a su pueblo de vuelta a la vida selvática, se suicidó por la ingestión de un brebaje llamado barbasco y se acostó a esperar la muerte en su hamaca.
Al parecer, después de él, muchos de quienes son integrantes de este pueblo han hecho lo mismo.
La pérdida de cultura fue rápida. Desde 2006 esperan en los asentamientos que la situación adversa termine, a ver si deciden volver a ser nómadas. Por ejemplo, los mayores tienen nombre en su lengua; los medianos, dos nombres: uno en makú y otro en español, y los niños, especialmente los que no conocieron el nomadismo, solo un nombre en la lengua colonizadora. Edwin, Jorge, María...
Yerli, de unos 25 años, tejiendo también, con su cabeza situada muy cerca de un radio de pilas apagado que pende del techo de la vivienda, dice en español que no cree que su pueblo vuelva a ser nómada.
Y no le parece tan atractivo errar por las selvas, porque es más práctico ser sedentario, sobre todo para criar a los hijos.
Ya que el narcotráfico no tiene la presencia tan desastrosa como la de los años ochenta y noventa en el Guaviare —cuando para dar direcciones, según cuentan los pobladores de San José, se usaban como referentes sitios de tragedia, masacres, asesinatos—, hay quienes tienen la esperanza de que un eventual fin del conflicto entre el Estado y la guerrilla de las Farc pueda contribuir al retorno de los Nukak Makú a la selva. Una de ellas es Blanca Ligia Suárez Ochoa, gerente del Fondo Mixto de Cultura del Guaviare.
Sin embargo, de acuerdo con la explicación del Director de Poblaciones del Ministerio de Cultura, depende de su deseo de regresar:
Los procesos de retorno y reubicación de comunidades que hayan sufrido desplazamiento forzado siempre deben obedecer a los principios de voluntariedad, seguridad, dignidad y sostenibilidad. En este sentido, el Estado debe garantizar estas condiciones para llevar a cabo los retornos o reubicaciones”.
Escampa. El traductor dice que cuando una persona se muere, se le desprenden los tres espíritus suyos: uno va al hea, donde vive el Sol; otro queda en el mundo, en la selva, y el tercero va al bak, a las casas de las dantas y los venados, con quienes se casa y tiene hijos.
173
es el número del Auto
de 2012, mediante el cual
se tradujeron las lenguas
Jiw y Nukak Makú.