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Así se hizo justicia en el caso del niño Miguel Ángel, de Guayabal

Madre y padrastro fueron condenados por la muerte del infante de 2 años, víctima de maltrato.

  • El sepelio de Miguel Ángel fue un acto concurrido en el que miles de personas expresaron su rechazo y pidieron justicia. La madre y el padrastro fueron condenados por el crimen. FOTO archivo
    El sepelio de Miguel Ángel fue un acto concurrido en el que miles de personas expresaron su rechazo y pidieron justicia. La madre y el padrastro fueron condenados por el crimen. FOTO archivo
20 de abril de 2019
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Los gritos sacaron del letargo de la mañana a los visitantes de la Clínica Las Américas. Daniela Giraldo Sierra entró allí con su hijo Miguel Ángel, de 2 años, buscando ayuda médica.

Eran las 8:00 a.m. del 15 de septiembre de 2017 y una pediatra la recibió con la intención de atender al pequeño pero, sobre la camilla, se dio cuenta de que el niño estaba frío, rígido y presentaba lividez, signos claros de que llevaba varias horas de muerto.

El niño estaba desnudo y envuelto en una cobija. Daniela le dijo a la médica que él había tenido gripa y que al despertarlo para llevarlo a la guardería no había reaccionado y que entonces le metió los dedos en la boca para producirle vómito. Pero algunas cosas no le cuadraban a la galena: no solo parecía llevar varias horas de muerto sino que, además, tenía heridas en el cuello y la cabeza y morados en los brazos. Ante las dudas se activó el código de muerte indeterminada y llamó la Policía.

Cuando los agentes de la Sijín llegaron a la clínica, el reloj marcaba las 9:30 a.m. A uno de ellos le asombró ver a una mujer adulta gritando “me lo mataron, me mataron al niño”. La mujer era la abuela, que discutía con Daniela y su novio, Mateo Sepúlveda Jaramillo, quien al parecer pertenecía a grupos delincuenciales. La pareja llevaba seis meses de convivencia, pero la familia de ella no lo sabía.

Testigos le dijeron a la Fiscalía que la llegada de los agentes alertó a Mateo, quien se fue, sin decir nada, a su casa en el Cristo Rey (Guayabal). Allí lo hallaron media hora después los investigadores.

La turba furiosa

El rumor de que Miguel Ángel había sido asesinado se regó por la ciudad y antes del mediodía una turba conformada por vecinos y transeúntes ya se había aglomerado en las afueras de la casa de Daniela, Mateo y el niño. Fue necesaria la llegada de una tanqueta y de agentes del Esmad (escuadrón antimotines) para que la pareja pudiera salir.

Tatiana y Sara, hermanas de Daniela, ante los medios de comunicación, pidieron justicia, pues reclamaban que su sobrino no pudo haber muerto por virosis o broncoaspiración, pues mostraba señales evidentes de maltrato.

“Tenía la cabeza llena de chuzones, un golpe en la parte de atrás, un hueco en la clavícula y en el cuello”, dijo ese día ante las cámaras Sara Giraldo.

Daniela y Mateo fueron capturados como sospechosos de homicidio y enviados a una cárcel mientras Medicina Legal determinaba qué había pasado con el pequeño. Y el 18 de septiembre, el pequeño fue sepultado en un emotivo acto al que acudieron sus vecinos y compañeros de guardería, que llevaban globos blancos y pedían no más maltrato infantil.

Forenses despejan dudas

El 20 de septiembre, el entonces director de Medicina Legal, Carlos Eduardo Valdés, ante los medios de comunicación, confirmó que las sospechas eran ciertas: “La causa de la muerte obedece a asfixia por sofocación; la manera es muerte violenta tipo homicidio; se hallaron signos de maltrato agudo y violencia sexual sobre el menor”, dijo.

Según el informe forense, conocido por EL COLOMBIANO, Miguel Ángel murió entre las 4:00 p.m. del 14 y las 4:00 a.m. del 15 de septiembre. En su cuerpo encontraron 90 lesiones, algunas causadas con un tenedor en la base del cráneo. Sus uñas estaban azules, lo que según los médicos era signo de hipoxia (falta de oxígeno) y sus vías aéreas estaban limpias, lo que dejaba sin piso las versiones de que había sufrido broncoaspiración.

El examen de toxicología comprobó que le habían dado antidepresivos, de uso siquiátrico, probablemente para inducirle el sueño.

Una noche fatídica

Durante el juicio contra Daniela y Mateo se aportaron los dictámenes forenses, evaluaciones psicológicas realizadas a la madre y los testimonios de 21 testigos, entre amigos, familiares, vecinos, investigadores y profesionales de varias ramas de la medicina. Se encontró que la familia de la mujer no sabía que vivía con su novio, que este amenazó al menos 7 personas y que la pareja consumía drogas.

Se estableció que el niño fue por última vez al jardín infantil dos días antes de morir. Una profesora le encontró una mordida en el brazo y heridas en el cráneo y mandó llamar a la madre. Ésta le dijo que el niño había sido mordido por un amigo y que las heridas en la cabeza se las había hecho él mismo con una ficha de lego.

Los docentes informaron a la comisaría de familia, y ésta a su vez, remitió el caso al Icbf, pero el funcionario encargado lo recibió casi a la misma hora que el pequeño era sepultado.

De lo que pasó entre la noche del 14 de septiembre y la madrugada del 15, el juez concluyó, basado en testimonios, que al parecer el muchacho agredió a su novia —no era extraño— y que ella le pidió a una amiga visitarla en la mañana. La joven testificó que llegó a la casa de la pareja a las 7:00 a.m. y que encontró la habitación del niño cerrada “como siempre”. Agregó que fumó marihuana con su amiga y a las 7:30 a.m. se fue.

Daniela confirmó su relato y dijo además que en la noche acostó al niño y se fue a dormir a las 8:00 p.m. hasta las 4:00 a.m. que despertó. Ahí vio a Mateo en la sala y lo invitó a que se acostara con ella.

“Para el juzgado no hay el mínimo resquicio de duda de que Mateo Sepúlveda fue la persona que ingresó a la habitación del menor y en una acción rápida y sin vacilar le introdujo un elemento extraño en la boca y rápidamente con sus manos le tapó boca y nariz hasta lograr su aniquilamiento”, dijo el juez en la lectura del fallo con el que lo condenó a 37 años y medio de cárcel por homicidio agravado.

El togado también sentenció a la madre a 35 años de cárcel en calidad de coautora por omisión, pues consideró que “es irrefutable que el menor de edad estaba en latente peligro de muerte y quien debía velar por su protección no hizo nada, contrario a ello lo sometió en vida a los vejámenes psicológicos y físicos, los consintió e incluso dejó ver en cierta medida su connivencia”. La defensa de ambos apeló la decisión ante el Tribunal Superior de Medellín.(ver Paréntesis)

12
horas transcurrieron entre el 14 y 15 de septiembre para la muerte del niño.
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