Rosa Rivera ha vivido en Ayacucho, una calle ubicada en el centro de Medellín, desde que tiene memoria. Su casa, una de las más antiguas de ese sector, ahora está en venta y a disposición de su nuevo dueño “que podría tumbarla o hacer lo que quiera”, como explican los vendedores cuando alguien llama a preguntar, porque, por fortuna para ellos y por desgracia para la memoria, no está declarada como patrimonio.
Una calle con historia
Las mismas ventanas verdes que le sirvieron a Rosa para observar la carretera cuando todo era un panorama de colores y casas grandes de un solo piso, ahora le sirven a Muñeco y Tomasito, sus perros, para observar el tranvía que pasa rutinariamente y los edificios que les han quitado la vista de las montañas.
Ayacucho, el pasaje histórico de Medellín que en su momento abrió la conexión para el Oriente antioqueño y más tarde para Santa Elena, como lo narra el periodista e historiador Reinaldo Spitaletta, ha cambiado mucho con el pasar de los años.
“De la calle que se veía en esa época ya no nos queda casi nada. A la ciudad y a sus dirigentes les ha importado muy poco la memoria y la historia que hay allí”, dice Spitaletta mientras evoca el recuerdo de una calle de principio a fin llena de casas antiguas a la que ahora solo le quedan unas cuantas.
Esa casa que ha servido de morada para los Rivera es una de las pocas construcciones del siglo XlX que logró sobrevivir a las constantes transformaciones de Ayacucho donde, por supuesto, marcó la historia la construcción del tranvía que actualmente conecta al centro con el Oriente de Medellín. Pero ¿logrará sobrevivir a un nuevo dueño?
La casa verde
La construcción ya ha sido modificada. El piso, por ejemplo, es en cerámica como cualquier vivienda de este siglo. Sin embargo, conserva la extensión característica de su época, con las ocho habitaciones y un pasillo que va desde la entrada hasta el solar. Su fachada sigue evocando la cultura antioqueña del siglo en que se construyó.
Aurelio Arango, profesor de Arquitectura de la Universidad Nacional, cataloga este tipo de construcciones como vernáculas, es decir, que son propias de esta región porque tienen detalles particulares como ventanas más altas que anchas y puertas y ventanas alineadas entre sí.
Cabe aclarar que el problema de esta casa y de las pocas que quedan en el sector no es que sean vendidas, sino que no están protegidas como patrimonio y que, ante la ley, son bienes que pueden ser destruidos .