La inquietud de los habitantes de Florencia es, en el fondo, una disputa por la memoria. Oliverio Londoño vio llegar, en 1979, las dos enormes cajas metálicas, atadas de una grúas y luego descargadas sobre bases de concreto. Desde eso la biblioteca Tren de Papel es el ícono del barrio, su marca especial, una historia de 40 años. Porque, ¿en dónde más, —dice Londoño— dos vagones del antiguo Ferrocarril se han convertido en biblioteca?
Antes de que termine el año esta filial de la Biblioteca Pública Piloto (BPP) (llamada también “Carlos Castro Saavedra”), en la comuna 5 de Medellín, será trasladada al primer piso del Inder de Florencia, a media cuadra del lote actual. Comenta César Ramírez Rojas, habitante, que la comunidad pide que la escuchen. No quieren que este patrimonio del barrio se traslade “al sótano de una sede deportiva”, oculto entre el ruido y el excesivo movimiento.
En el asunto del traslado de la hoy casa de 8.500 libros hay dos entidades enfrentadas, las mismas que crearon a Tren de Papel hace cuarenta años: la BPP y la vecina Parroquia de San Agustín.
Shirley Zuluaga Cosme, directora de la BPP, confirma que la biblioteca sería reubicada en los próximos meses, pero que la intención de la entidad es mantener en Florencia todos los servicios bibliotecarios. Explica que Tren de Papel ha cumplido cuatro décadas de funcionamiento en un predio privado de la Arquidiócesis de Medellín, en dos vagones de la Fundación Ferrocarriles Nacionales: “El año pasado recibimos una propuesta respetable y autónoma de la Arquidiócesis de pagar un canon de arrendamiento de $1’500.000, por tratarse de un predio privado”.
Según Zuluaga, la BPP le comunicó al párroco que no tenía la capacidad de pagar ese valor cada mes porque ya invertía $130 millones anuales en el funcionamiento. En ese sentido, buscando que el proyecto fuera sostenible a largo plazo (y que pudiera existir en un predio público) decidieron trasladarla al primer piso del Inder de Florencia.
Entre las nuevas posibilidades, indica la funcionaria, Tren de Papel pasará de 40 a 110 metros cuadrados. Su colección aumentará a 16.000 libros y las estaciones de computadores ya no serán cuatro, sino diez. Además, dice, se adaptará la nueva sede con accesos para la población con movilidad reducida.
Indica que serían aproximadamente $30 millones para las adecuaciones en el nuevo espacio, mientras que en el mantenimiento de los vagones requiere $49 millones, mínimo cada dos años por el actual deterioro en el que están.
Por otro lado, Mauricio Salazar, párroco de la iglesia de San Agustín, explica que el primer contrato de arrendamiento con la BPP se firmó en 1977, en cabeza del padre Aicardo Palacio, por un valor mensual y simbólico de $50.
Sin embargo, en 1991, el párroco Silvio Peña solicitó que el pago dejara de ser simbólico, porque esto le estaba ocasionando detrimento a la parroquia. Así, el canon ascendió a $2.000. En 2001 fue el sacerdote Samuel Villa quien solicitó a la Alcaldía de Medellín que el pago del predial, asumido hasta entonces por la iglesia, fuera pagado por la BPP.
Y así ocurrió hasta 2013, cuando, según Salazar, la Alcaldía dejó de pagar y la parroquia acumuló en seis años un total de $4.698.299 por costos de predial. Por eso, en noviembre de 2018, la parroquia pasó la propuesta de un pago mensual por $1’500.000, el cual la BPP argumentaba no poder costear.
“En mayo de 2019 conciliamos un pago de $215.000 mensuales por cuatro meses. En presencia de abogados de la BPP determinamos ese plazo para mirar cómo fluían las cosas”, explica el sacerdote. Y agrega que, teniendo en cuenta este plazo, es posible que la BPP ya hubiera considerado el traslado de Tren de Papel desde antes.
La de Samuel Restrepo, de 18 años, es la batalla contra la nostalgia. Creció con la biblioteca. Recuerda cómo cerraban las ventanas de los viejos vagones —que antes le parecían gigantes— y proyectaban películas los fines de semana.
Y es que el miedo de los habitantes de Florencia es contra las pérdidas y las falsas promesas. En menos de cinco años, cuentan, han clausurado allí una escuela y un centro de salud. “A muchos barrios les dan y a nosotros nos quitan”, comenta René Arévalo.
Añade Oliverio que, aunque los libros tengan otro sitio, ya no serán los mismos vagones icónicos, sino una sala de lectura reconvertida. En esencia, dice, eso es un cierre. Es que el Tren de Papel, que inspiró al poeta Carlos Castro, deje de existir .