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A los bustos de Andrés Bello y de Marco Fidel Suárez los separa un charco de orines que huele mal bajo el sol del mediodía. Al expresidente se le reconoce por el bigote y la cara ancha, pero la placa en que estaba su nombre la arrancaron y solo quedó un pedazo de concreto al descubierto. Junto a una caneca hay tres bolsas herméticas con restos de cocaína. Dentro del museo, cerca a la choza, una persona que hace el aseo se queja de que las paredes se han desconchado, se han corroído, por la caída incisiva de los orines de los borrachos.
Ese es el panorama del memorial a Marco Fidel Suárez —en Bello— en la mañana de un jueves. En las noches es diferente. Decenas de personas se sientan en las bancas, o sobre el suelo, a charlar y tomar, a fumar marihuana. “Ahí amanecen y vienen a los negocios, tiran perico delante de todos”, dice un comerciante. “Ahí pelean y hasta tienen sexo”, comenta alguien más.
Las paredes de mármol del memorial están rayadas con decenas de firmas y mensajes ininteligibles. Tal vez la escena más diciente de este abandono, que no es nuevo, se vio el pasado 23 de abril, el Día del Idioma. En esa fecha se conmemoró a Cervantes y al idioma español, como cada año. En el memorial se instaló una tarima, pero muchos se fijaron en las paredes estropeadas.
Para unos días antes se había contratado una limpieza que cuesta 35 millones de pesos y necesita una técnica especial. Pero eso es solo simbólico. El problema de fondo es el menosprecio por la cultura, por el patrimonio, el consumo excesivo de drogas, el microtráfico. Y es que el deterioro de las esculturas no tiene un asunto ideológico, ni al revisionismo histórico, sino que obedece a la falta de control, al exceso de una sociedad violenta.
Un comerciante, por ejemplo, cuenta que junto a su negocio han cogido ladrones a golpes, los han lanzado al suelo, pero nadie puede hacer nada, porque la ley la imponen “los de la vuelta”. Y que cuando cae el sol, más o menos a las 7:00 de la noche, se activan dos plazas de vicio en el lugar: marihuana y perico, como lo evidencian las bolsitas herméticas.
Un acuerdo
Nubia Valencia, secretaria de Cultura de Bello, explica que desde hace unas tres semanas estaba lista la contratación de la limpieza, que se va a hacer a través de un convenio interadministrativo con la EDU Norte, otra dependencia de la Alcaldía.
La idea, como se dijo antes, es que el trabajo se hiciera antes del Día del Idioma, pero esto no se logró. “El problema es que el contratista no alcanzó a hacer el papeleo a tiempo, pero la otra semana vamos a empezar la limpieza”, precisa la secretaria.
Pese a que la limpieza es valiosa, es el problema menos grave. Y, como ha pasado las veces anteriores, es probable que en un mes las paredes estén de nuevo como hoy, llenas de pintura y de mensajes desordenados.
Para evitar eso, la Alcaldía instauró una mesa de diálogo con los que habitan la plaza. En ese lugar se “parchan” varios colectivos artísticos desde hace años. Uno de los líderes de esos grupos comenta que llegaron buscando un lugar para expresar el arte que consideraban no tenía cabida en “la ciudad de artistas”. “Llegamos allá para expresarnos. Por eso hemos logrado tener espacios para el muralismo, como en el parque Andrés Bello, que está junto a la choza. Ahí hemos hecho murales. Si no fuera por ese trabajo, esto sería un descontrol mucho peor”, apunta.
Si no son los colectivos que habitan el lugar, ¿quién daña las esculturas, quién raya las paredes, quién vende el perico?
El artista dice que esas son dinámicas que salen del resorte de los colectivos . Y en eso tiene razón el artista, pues todos en la zona saben de la injerencia, por no decir “ley”, de las bandas delincuenciales.
En las noches, en medio de los excesos, algunos se atreven a rayar las paredes. “No somos los colectivos, eso es claro”. Ahora bien, en la mesa con ellos se estableció que no se rayen las paredes y se regule el uso de sustancias, al menos de la marihuana.
Lo que no está claro es cómo crear una ciudadanía al menos un poco más consciente, porque no se trata de que los monumentos sean piezas incuestionables o impolutas, sino de habitar los espacios con orden y respeto, como lo pide la secretaria.