Hasta inicios del año pasado a clases en la escuela Eduviges Gómez de Acevedo, en la vereda Salto Arriba, de Marinilla, solo respondían al llamado de asistencia cinco alumnos, a pesar de tener una capacidad para 70.
Hoy, 15 meses después, por los salones se ve a 16 de ellos recibiendo clases. El trabajo que ha realizado la profesora Yolima Castro Castaño ha comenzado a arrojar sus frutos: la comunidad aceptó la invitación de la maestra a levantarse del dolor y seguir adelante por sus niños.
La causa de que muchos padres no enviarán a sus niños a la institución era el temor, pues el recuerdo del 31 de mayo de 2001 seguía presente. La mañana de ese día, 20 hombres del Bloque Metro de los paramilitares llegaron hasta la escuela y retuvieron a 200 campesinos que estaban en una misa.
Con lista en mano llamaron a nueve y asesinaron a cuatro en el mismo lugar. A cinco los sacaron del pueblo y horas después mataron a tres.
Aún se desconoce el paradero de otros dos habitantes. Decenas de familias salieron desplazadas de la zona.
Un oficio de vocación
Yolima ha sido docente la mitad de su vida, tiene 36 años y lleva 18 enseñando. Es licenciada en Educación Básica y magíster en Literatura de la Universidad de Antioquia.
“Desde muy pequeña jugaba a ser maestra, siempre me ha gustado el trabajo comunitario y por casualidades de la vida ingresé a bachillerato en la Escuela Normal de Marinilla”, contó.
Hace más de nueve años llegó a trabajar a ese municipio del Oriente a una escuela de la vereda La Peña.
El año pasado recibió la noticia de la Secretaría de Educación de Antioquia, que sería trasladada a Salto Arriba.
“Me encomendé a Dios porque sí me dio miedo, la gente decía que allá me iban a matar porque yo no soy capaz de quedarme callada ante las injusticias. Todas esas advertencias quedaron atrás cuando me bajé de la escalera y vi a la gente con chocolate y arepas en la mano dándome la bienvenida”, relató.
Renacer después del dolor
Las condiciones para cumplir su tarea no fueron las mejores: la planta física estaba deteriorada. Si los niños o ella querían ir al baño tenían que ir a la casa del vecino. Y, además, la misma comunidad estaba dividida. En la primera reunión le pusieron una meta que la alentó: “Queremos que retorne el amor”, le dijeron.
Empezó a trabajar para que los salones volvieran a ser punto de encuentro, les leyó un cuento del Fénix, el ave que revive de las cenizas, y empezó a hacer gestiones para intervenir la sede.
“Con la ayuda de la profesora pilosa y de la comunidad hemos ido interviniendo la escuela. La pintamos y estrenamos unidad sanitaria ”, resaltó Édgar Villegas, alcalde de Marinilla.
También vendieron alimentos e hicieron bingos para recoger fondos y mejorar la escuela y su capilla. “Ese fue un sitio de dolor pero queremos darle otra cara y que esté al servicio de la comunidad”, manifestó Yolima, al agregar que su objetivo es que los jóvenes la recuerden como esa persona que llegó a mostrarles que sus sueños sí se pueden hacer realidad.