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El vino de mora que pone a Santa Elena en paladares del mundo

Hace siete años una familia paisa inició este emprendimiento inspirado en el cultivo de la región.

  • El vino de mora que pone a Santa Elena en paladares del mundo
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  • 1. José María y Eliana trabajan juntos en el proceso, aunque ella es la mayor responsable del proyecto. 2. La mora de la zona es la que abastece y se usa para fabricarlo. 3 y 4. El envasado incluye la etiquetación y la adhesión de los sellos del Invima y de Rentas. FOTO julio césar herrera
    1. José María y Eliana trabajan juntos en el proceso, aunque ella es la mayor responsable del proyecto. 2. La mora de la zona es la que abastece y se usa para fabricarlo. 3 y 4. El envasado incluye la etiquetación y la adhesión de los sellos del Invima y de Rentas. FOTO julio césar herrera
23 de abril de 2021
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De una receta de la abuela nació en el corregimiento Santa Elena un vino elaborado con mora cultivada en la zona, cien por ciento natural y que bajo la etiqueta de Enamora ha conquistado, paso a paso, corazones de colombianos y extranjeros que no solo lo toman en el territorio antioqueño, sino que no resisten la tentación de llevarse botellas para sus ciudades y países. Es una historia llena de lucha, magia, algo de humor y mucho amor por la tierra.

Inició en 2014. Y todo empezó muchas décadas atrás, cuando la abuela de José María Bernal, residente en una finca del Eje Cafetero, mientras sus hijos cultivaban uvas para preparar vino, ella hacía lo impensado: preparaba el mismo licor, pero con mora. Era, eso sí, solo para el gasto familiar.

En 2011, Eliana Montoya, constructora civil, y José María, físico de profesión, decidieron dejar la zona urbana de Medellín y buscar refugio en Santa Elena, una zona rural más tranquila, más verde y con un clima frío ¡encantador!

“Nos cansamos del ruido, de los carros y a la vez yo quería dejar mi profesión, no por ella en sí sino por todo lo que hay alrededor, entonces nos vinimos con nuestros dos hijos, que estaban todavía muy chicos”, cuenta Eliana.

Ya instalados en su predio, había que buscar qué hacer, sobre todo en el caso de Eliana, porque José María es empleado de Medicina Legal y nunca se ha desenamorado de su oficio, como tampoco de su esposa, con la que ya pasó los 26 años de unión.

“Ya viviendo acá, la finca vecina tenía cultivos de mora. Y yo veía todo lo que hacía el vecino, cómo cultivaba, fertilizaba y la dedicación que tenía para sus cultivos, y dije: Qué hiciera yo con esa mora que no sea jugo o mermelada, que es lo que hace todo el mundo. Me acostaba pensando en eso”, cuenta José María con el acento de esos paisas de carriel y ruana.

La respuesta la descubrió en una visita a la finca de sus tías, donde conoció la historia. Su madre (Emma Tobón) le contó el secreto de cómo la abuela, María Botero, elaboraba el vino y el hombre se vino decidido a seguir la tradición, que hasta entonces él no conocía y tampoco se la sospechaba.

Era el año 2014 y José María preparó dos botellas, las puso a fermentar entre una caja de cartón bien cerrada, que se convirtió en un estorbo para Eliana, pues aún no le veía sentido a lo que intentaba su esposo. Contra el mal ambiente hacia las botellas y hacia la caja, a los cuatro meses él las destapó.

La primera en probar el trago fue Eliana, que sin ser bebedora y menos de vino, quedó tan encantada que terminó casi ebria porque no paraba de pedir otra “copita”.

“Yo le dije: pará, tenemos que hacer pruebas de laboratorio a ver cómo están sus componentes”, cuenta José María. Dice que llevó el producto a la oficina para que sus amigos lo probaran, mientras las pruebas arrojaron que tenía cero metanol. Es decir, se podía ingerir tranquilamente.

El paso siguiente fue retar a Eliana: “Bueno, ahí le dejo esa botella, usted verá qué hace con ella”. Y desde entonces, el vino de mora, como si fuera luz, iluminó el hogar de los Bernal-Montoya, residentes en la vereda El Cerro, donde tienen la planta de producción de un vino que bautizaron Enamora y que entre sus primeros envases había uno en forma de corazón en versión de muestra gratis. Pero la historia no para aquí...

Casi una proeza

Tomada la decisión de hacer vino de mora, los Bernal-Montoya empezaron a investigar. La receta de la abuela si bien los inspiró, fue apenas la puntada inicial. El producto había que mejorarlo. Pasar del ámbito familiar a convertirlo en un emprendimiento.

“Al principio, yo preparaba botellas para gastar con la familia en diciembre, pero venían y todos se llevaban las botellas, entonces vimos que gustaba”, relata José. Todo el que lo probaba hacía sugerencias: que añádale algo, que mérmele dulce, que le baje acidez, que lo fermente más, etcétera, hasta que después de cinco años de ensayos, con aciertos y errores, dieron con la fórmula precisa.

El paso siguiente fue buscar financiación, y la búsqueda llevó a Eliana a un Cedezo -Centro de Desarrollo Zonal-, espacios de la alcaldía donde capacitan a los emprendedores en temas administrativos y de mercadeo.

“Cuando llegué ahí me sugirieron participar en un concurso de Capital Semilla, que yo no lo conocía y menos creí que podía ganar, pero salí favorecida y el aporte fue de $7.500.000, que tenía que invertirlos en el emprendimiento, pero había que sacar el registro Invima y eso se llevó gran parte de la plata”, dice Eliana, para quien el proceso de obtener esa licencia fue toda una odisea.

Afirma que en el Invima les negaron el permiso para producirlo, que apelaron, que demostraron con abogado que los argumentos de la negación no eran coherentes con las normas para la preparación de vinos de frutas, que fue para lo que pidieron la licencia, hasta que les dieron la razón y obtuvieron la autorización.

“Imagínese que los papeles, una vez entregados al Invima, se perdieron tres veces y hubo que volverlos a tramitar”. La “pesadilla” terminó en septiembre de 2019 cuando tenían el montaje de la planta, la licencia de comercialización y la estampilla de Rentas Departamentales y sintieron que la lucha, por fin, tenía frutos.

El dulce sabor del vino

Si la abuela de José María viviera nadie imagina cuál sería su reacción en caso de que llegara a probar el vino de su nieto y Eliana. Pero María murió en 1995 y todo lo que se diga será especulación, pues la receta original era para vino seco y Enamora es dulce. Ellos lo prefirieron así porque, sobre todo Eliana, sintió que está más a tono con lo que gusta en estas tierras paisas. Conceptos como el romanticismo, el compartir momentos de la vida con la pareja o la familia están asociados a la dulzura de su producto. (Ver Para saber más).

Uno de los pasos importantes que le abrió las puertas al vino fue el ingreso al Parque Arví, donde ubicaban un kiosco de venta, en cuya primera jornada no se vendió ni una botella. Eliana se culpa a sí misma del fiasco, porque admite su timidez, de ese entonces, para mercadear.

“A través del Cedezo tuve capacitaciones que fueron casi de un año y en ellas descubrí muchas cosas que ignoraba de mí misma”, como aprender a mercadear y más tarde a usar las redes sociales para distribuir las botellas.

Después, las ventas en Arví fueron mejorando: dos botellas por jornada, tres, cuatro y así, hasta que Enamora se empezó a posicionar.

Las cajas de cartón atravesadas en el corredor quedaron para el recuerdo y en su reemplazo llegaron unas instalaciones de un material derivado del PVC, modulares y que pueden ser trasladadas de lugar cuando la pareja lo requiera, teniendo en cuenta que el predio donde se ubican no es propio sino de alquiler.

Enamora es vino 100 por ciento natural. La mora la adquieren por encargo especial de tres cultivadores de la zona en un territorio que es famoso en el mundo por producir las flores que desfilan con los silleteros en la Feria de Medellín y por irse al mercado de Estados Unidos en las fiestas de San Valentín.

“Es una mora especial, porque tiene que ser lo más madura posible, y los campesinos normalmente no las dejan madurar tanto, porque se las comen los pájaros, y por eso nos sale más costosa. Eso sí, inmediatamente llega de la finca es procesada y puesta a fermentar”, apunta Eliana, quien maneja con estricta higiene y meticulosidad los pasos del proceso de fabricación.

La amargura de la pandemia

Pero para los Bernal-Montoya nunca ha sido fácil sacar adelante este emprendimiento, el hijo que nació en la etapa más madura de sus vidas. Mientras esperaban la licencia del Invima llegaron a la quiebra y el año pasado a ella le subieron la base gravable a más del 350 %, lo que los obligó a despedir a varios empleados, pero lo peor les llegó en 2020 con el coronavirus, como un enemigo inesperado que atenta contra su proyecto.

“Acá trabajábamos nueve personas: tres operadores, tres comercializadores y tres administrativos y por el aumento de la base gravable tuvimos que bajar a cinco, siempre preferimos madres cabezas de hogar y cultivadores del corregimiento; y ahora la pandemia nos tiene en la incertidumbre porque todo está parado”, dice la mujer, la primera enamorada de su vino.

Claro que Enamora tiene en Leonardo Amariles otro paladar de los más conquistados. Él es uno de los elegidos para proveerlos de mora desde hace cuatro años.

“Para mí es muy halagador saber que lo que cultivo aporta a un proyecto tan bonito, grande y delicioso”, dice Leo, quien tiene una sola crítica para sus patrones: “Que cuando me dan a probar el vino me sirven muy poquito (risas)”.

En Santa Elena se calcula que unas 130 familias cultivan mora y producen cerca de 6 toneladas semanales. En otros tiempos, cuando no imperaban las flores, se producían hasta 20 toneladas.

Por ahora, la producción de vino de esta familia antioqueña en su planta de Santa Elena puede alcanzar las 3.600 botellas al mes y cerca de 12.000 al año.

Eliana tiene una idea fija: “Nos enseñamos a tomar vino de otras partes así nos sepa maluco y hasta disimulamos para no hacer malacara; ahora queremos que sea al revés, que gente de otras partes sienta el placer de tomar nuestro vino y les pase lo que a nosotros, que se enamoren de él”

Infográfico
<p>Santa Elena y su vino para enamorar</p><p>el mundo</p>
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