Recorre el lugar de memoria... cada pasillo, cada rincón guarda una historia que Pilar Gómez de Tamayo trae a colación para refrendar el sentimiento que hoy la embarga, cuando está a punto de dar un paso al costado después de 41 años sumados a la causa de la adopción.
La Casita de Nicolás, el espacio que ella co-fundó al lado de diez amigos hace más de cuatro décadas, es el hogar donde se ha facilitado que más de 1.700 niños hayan encontrado una familia a lo largo de toda su historia.
Ella que ha sido el motor para darles una familia a esos niños que fueron abandonados por sus padres, o que por su situación de vulnerabilidad entran a procesos de adopción, siente que se le acabó la energía para seguir luchando en contra de lo que considera, “un sistema, unas leyes que van en contra del bienestar y los derechos de los niños”.
Dice, sin pensarlo dos veces, que se “va desilusionada de la dirección, con las manos vacías, porque quienes hacen las leyes no les interesan los niños, ni conocen sus historias y los dejan que sigan rodando a su suerte, y muchas veces en manos de sus familias de sangre, que lo único que hacen es maltratarlos y negarles un futuro”.
Su queja es un sentir más sobre los obstáculos que se han encontrado, en los últimos años, para entregar los niños en adopción. “Cambiaron las leyes y desde entonces es una lucha permanente para que los jueces decidan las adopciones”.
Van y vuelven
En sus palabras, los derechos de los niños no están siendo tenidos en cuenta “porque prevalecen los de las madres, que un día los abandonan y los maltratan, y después vienen a reclamarlos, negándoles la posibilidad de tener una familia que sí los acoja”. Y tiene muchos ejemplos para ilustrar la situación.
“Un grupo de tres hermanitos estuvo aquí en la Casita. Pero como las leyes dicen que hay un tope máximo de 18 meses para que decidan si van a adopción, entonces los regresan a su casa porque en ese tiempo no se logra resolver el caso. Y cuando van a sus casas allí no han cambiado las circunstancias de vulneración, ni las condiciones económicas. Entonces los vuelven a traer a la Casita y regresan mal: el uno quemado y el otro violentado. Y así, siguen rodando”.
Según lo explica, las normas hoy establecen que para entregar un niño en adopción, el Estado debe probar que no hay ningún familiar que lo pueda recibir. “Y se pasan años buscando a los familiares y es muy difícil que eso prospere. Antes debería ser la familia la que buscara a sus niños, pero no les interesan y por eso los abandonan y los maltratan”.
El proceso establece que los defensores de familia tienen un plazo de seis meses para hallar familiares hasta en un sexto grado de consanguinidad para entregar los niños. Algunos defensores de Familia amplían ese plazo hasta 18 meses, que es el tope máximo para resolver el proceso, antes de declarar la adoptabilidad del menor de edad, si no aparece un familiar.
Opción de vida
Pero no todo está perdido. El trabajo de Pilar Gómez de Tamayo y con ella, el del grupo de empleados, voluntarios, donantes, empresarios, padres adoptantes y amigos de la Casita, ha sido incansable en estos 41 años. “Y podemos decir que cada niño que es adoptado es un caso exitoso porque con ello se les da la oportunidad de tener un futuro”, dice Pilar.
Y viene a su memoria el recuerdo de ese primer niño que la Casita recibió de manos de la madre que decidió entregarlo en adopción. “Este lugar lo fundamos diez amigos en memoria del niño Nicolás Betancur, de siete años, que fue asesinado en un club. Y el primer niño que recibimos lo llamamos Nicolás”.
Hoy, hecho un hombre, de padres españoles, vive en Curazao y de cuando en vez, regresa a la Casita a apoyar la causa y a dar testimonio de vida.
El mismo que podrá dar en unos años Charlie, una niña de escasos tres años, que se pasea por la Casita con un álbum en la mano y que se resiste a soltarlo, de forma intuitiva, porque sabe que en él está su futuro.
La niña ya está en proceso de adopción y sus padres le enviaron fotografías de quienes serán sus tres hermanitos, su habitación, la mascota y todo lo que le espera en su nuevo hogar.
Pilar sonríe mientras cuenta sobre el futuro de la niña. Allí en la Casita de Nicolás los preparan para que ese proceso de una nueva vida no sea traumático y sí muy feliz .