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Un tesoro masónico en Prado Centro está en riesgo de desaparecer

En el Palacio Egipcio hay varios murales del artista antioqueño Camilo Isaza. Las obras están en peligro.

  • Alberto Araque vive en el palacio desde hace tres años. Es su fiel custodio. foto carlos velásquez
    Alberto Araque vive en el palacio desde hace tres años. Es su fiel custodio. foto carlos velásquez
  • Detalles de uno de los murales pintados por el maestro Camilo Isaza. FOTO: Carlos Velásquez
    Detalles de uno de los murales pintados por el maestro Camilo Isaza. FOTO: Carlos Velásquez
  • Fachada del Palaciio Egipcio en Prado Centro FOTO: carlos Velásquez
    Fachada del Palaciio Egipcio en Prado Centro FOTO: carlos Velásquez
  • Uno de los murales que mejor se conserva. foto carlos velásquez
    Uno de los murales que mejor se conserva. foto carlos velásquez
  • Corredor principal del Palacio Egipcio. foto carlos velásquez
    Corredor principal del Palacio Egipcio. foto carlos velásquez
30 de enero de 2022
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En el amplio salón, una visitante dijo: “¡Estos murales valen más que el palacio entero!”.

El palacio es enorme. Siete columnas se yerguen en su frontis. Una torre, de fálica figura, apunta al cielo. Dicen que hace años, antes de la decadencia, la cara de la reina Nefertiti, recordada por su hermosura, adornó al palacio desde su cúpula. Está en pie desde 1940, cuando Nel Rodríguez, el arquitecto, le dio la última estocada. A pesar de los largos años transcurridos, el abandono sufrido por décadas, el agua corrida sobre su fachada, aún luce digno. Su barroquismo original y extravagante está intacto.

Pero la visitante, que dicen era versada en arte, centró su atención en las paredes, no en los sugestivos detalles del palacio. Los murales adornan las habitaciones del primer piso, que son amplias y frescas. Mujeres desnudas, de piel cobriza, posan entre matas de maíz; hay deidades egipcias, entre humanas y animales; jinetes desafiantes, como los del apocalipsis. Las imágenes se suceden, se superponen. Escudos reflejan una escena de guerra, se esbozan las garras de la muerte.

Los murales están en riesgo de desaparecer. A pesar de que se ha intentado rescatarlos, la humedad sigue avanzando, cada día desconchando más la pared. Algunos están casi perdidos, irreconocibles. Pero son un tesoro que puede salvarse del olvido.

Lo particular de la historia es que los murales no son originales, sino que fueron pintados más de 40 años después de la culminación del palacio. Para entonces, su dueño, el que se montó en la quimera de traer el país de Kemi a Medellín, ya había muerto. La historia de los murales es tan enigmática como el palacio mismo; abundan las sombras, hay ausencia de detalles.

* * *

Década del 80. La fecha exacta no se conoce. Para entonces, el dueño del Palacio Egipcio había muerto. Sus 14 hijos asumieron como titulares del fastuoso lugar cuando su madre, que había quedado a cargo, partió también de este mundo. Entonces comenzó un proceso de sucesión que terminó con la venta del inmueble. Cuentan que unos masones lo adquirieron con especial interés en su simbología, en sus misterios más entrañables.

Entonces aparece en escena el artista Camilo Isaza, un hombre de ademanes aristocráticos y de impecable vestir. Los que lo conocieron dicen que era “tremendamente culto” y muy sigiloso. Tan sigiloso era que Julio Londoño, compañero suyo de la Asociación de Artistas Colombianos, no se enteró nunca de que Isaza era masón.

Detalles de uno de los murales pintados por el maestro Camilo Isaza.<b><span class=mln_uppercase_mln> FOTO: Carlos Velásquez</span></b>
Detalles de uno de los murales pintados por el maestro Camilo Isaza. FOTO: Carlos Velásquez

—El maestro Camilo era un hombre impecable, con su cachaco siempre bien puesto—, dice Julio. —Era poco dado a hablar. Se sentaba y sonreía.

Sobre Camilo Isaza hay muy poca información, pero eso no demerita la calidad de su obra. Para Julio, no ha habido un interés en resaltar su trabajo, como muchas veces ocurre con artistas luego de que mueren.

—Camilo era un excelente dibujante. Su aporte a la ciudad fue muy grande. Su gran valor es el desconocimiento de su obra, precisamente. Hay un ostracismo sobre él, su obra y su vida.

Parece que los masones que compraron el palacio lo invitaron a que dibujara en sus paredes. No hay registro de cómo lo hizo, pero ahí quedó su firma, sobre cada una de los muros del primer piso.

Uno de los pocos documentos que hay sobre el artista es el libro Camilo Isaza, una obra intemporal. Ahí se compilan sus trabajos y se ve el virtuosismo alcanzado en el retrato. El escultor Salvador Arango, amigo suyo, cuenta que en Venezuela, en donde Camilo estuvo varios años, se perfeccionó como retratista. Allí inmortalizó a políticos y militares, consiguiendo una relativa fama.

—Camilo era un hombre egocéntrico, pero con una personalidad arrolladora —dice Salvador—, era de modales finos, muy burgués. Como pintor era maravilloso. Logró que su obra tuviera un lenguaje propio, que es lo que se conoce como el estilo. No hay que mirar la firma para saber que una obra es suya.

Es muy probable que esa relación con la clase alta y con las ideas liberales hubieran llevado al maestro Camilo a acercarse a la masonería. También fue un hombre abierto al mundo, que estudió en París y Madrid, codeándose con artistas de talla mundial. Esa multiplicidad de ideas, ese vivir cosmopolita, se ve en los murales del palacio. No es difícil imaginar a Camilo en los amplios salones, en plena década del 80, trazando finamente las líneas sobre la pared. Las culturas confluyen bajo su creación, desde el antiguo Egipto hasta el Nuevo Mundo.

Fachada del Palaciio Egipcio en Prado Centro<b><span class=mln_uppercase_mln> FOTO: carlos Velásquez</span></b>
Fachada del Palaciio Egipcio en Prado Centro FOTO: carlos Velásquez

Aparte de sus modales finos, Camilo Isaza gozaba de andar en carros de último modelo. Cada tanto recordaba su periplo por Europa, cuenta su amigo Salvador. Entonces, rememorando sus andanzas, soltaba una frase: “Yo estuve en Brujas y, desde eso, más brujo me volví”. Era firme con sus creencias, dice Salvador. Cuando una obra no le gustaba, lo expresaba de frente, sin ambages.

Isaza murió en 2002, pero las pinturas del palacio permanecen. Han aguantado la humedad de 40 años, el abandono y el olvido. Julio, su compañero, pide que se salve la obra, aunque es pesimista:

—Lo más probable es que se pierdan. Rescatarlas es muy costoso. Lo máximo será evitar que se sigan dañando. Su valor es inmenso.

* * *

Comienzos de 2022. Hace 82 años concluyó la construcción del Palacio Egipcio; hace cuatro décadas el maestro Isaza plasmó sus obras en las paredes. Algunas de las balaustradas de la fachada están despicadas. Las paredes, desgastadas, parecen un rostro en el que una lágrima se ha derramado.

El palacio ha pasado por muchas manos. Después de los masones funcionó ahí un restaurante y una carpintería. Hace unos años, un hombre prestante, que ya murió, lo recibió como pago de una deuda. Desde hace tres años vive en él Alberto Araque, un ingeniero civil que renunció a su profesión para dedicarse a la cultura. Ahora es el líder de la fundación Visión Planeta Azul, que propende por el desarrollo integral del ser humano, haciendo énfasis en su parte espiritual.

Alberto se pasea por el palacio, su casa, mientras explica cada una de las obras del maestro Camilo Isaza. Comenta que todas están cifradas en clave masónica y tienen resonancias del Viejo Egipto.

—Acá vemos a Mozart—dice Alberto. Se detiene, toca una de las paredes—: En él están representados los siete chakras, cada uno replicado en los orificios de la flauta que toca el músico.

Uno de los murales que mejor se conserva.<b><span class=mln_uppercase_mln> foto carlos velásquez</span></b>
Uno de los murales que mejor se conserva. foto carlos velásquez

La voz de Alberto es suave. Habla con una cadencia sostenida, sin alzar demasiado el tono. Entonces se remite a la década del 20, cuando el optómetra Fernando Estrada volvió a la ciudad. Había pasado unos años en Europa. Durante su errancia cruzó el Mediterráneo y conoció Egipto, el añorado país de Kemi, de la hermosa Nefertiti. Como tantos otros, se deslumbró con la cultura milenaria.

El optómetra, que también era astrónomo, llegó con la idea de construir un palacio egipcio en pleno Valle de Aburrá. Compró un lote en el naciente y aristocrático Barrio Prado, a unas cuadras de la Basílica de Villanueva, como se le llamaba en esa época a la Catedral Metropolitana, el símbolo de la religiosidad antioqueña. Y, con rebeldía, erigió su palacio pagano, al que muchos llamaron, cegados por sus prejuicios, “la casa del diablo”.

La construcción se inició en 1928 y concluyó 12 años después. Costó, dice Alberto, 50.000 pesos de la época. Contrario a lo que podría suponerse, don Fernando era respetuoso de la religión. En fotos se le ve con la familia en el atrio de la Basílica, al parecer después de una ceremonia.

En Masonería y Poder Político en Colombia, una extensa investigación de Mario Arango Jaramillo, se sugiere que la década del 30, con la vuelta del Partido Liberal al poder, se allanó el camino para la masonería en el país. Para la época había dos logias en Antioquia: Sol de la Montaña y Sol de Oriente. La primera de ellas era dirigida por Fernando Estrada, la mente que maquinó el palacio egipcio en Medellín.

La familia de Nel Rodríguez (el arquitecto), explica el investigador, estaba ligada de vieja data con el espiritismo y la masonería. La erección del palacio egipcio significó un triunfo de los librepensadores; la fálica torre apuntando al cielo, a los confines de Anubis, el guardián de las tumbas, fue un desafío para la sociedad antioqueña, tradicional y camandulera.

Corredor principal del Palacio Egipcio. <b><span class=mln_uppercase_mln>foto carlos velásquez</span></b>
Corredor principal del Palacio Egipcio. foto carlos velásquez

Y es que la estructura del palacio tiene mucho de tumba tebana, del Antiguo Egipto. En el centro está su amplio corredor, que representa la transición entre el mundo de los vivos y el de los muertos. El mosaico que forman las baldosas, dice Alberto, tiene mensajes encriptados, supuestamente revelados por el maestro Camilo Isaza:

—Se ha dicho que los murales son una representación del mosaico del suelo—comenta Alberto—. Cada salón tiene un mensaje que fue pensado. Cada cosa tiene una simbología, una razón de ser.

Salvar los murales del olvido es la tarea de Alberto y su fundación. Para ello, han pedido ayuda a la Agencia para la Gestión del Paisaje y las Alianzas Público-Privadas de Medellín. Pero Julio, el compañero del maestro Isaza, cree que es demasiado tarde. Sacarlos es imposible por el costo que implicaría. Evitar la humedad y el deterioro también representa un alto costo, “y no hay plata para la cultura”, concluye Julio.

La historia del palacio y los murales, más que por palabras, está formada por silencios. Los misterios abundan, como en el Antiguo Egipto. Descifrarlos todos es imposible, además de fútil. Su encanto, como el de los murales, está en lo oculto. Y tal vez así sea por milenios, como los que han pasado desde que reinó la hermosa Nefertiti .

12
años tardó la construcción del palacio, ordenada por el optómetra Fernando Estrada.

un referente del barrio prado centro

50.000
pesos de la época costó la construcción del Palacio Egipcio, ubicado en Prado.

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