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El rincón de África que sobrevive en Girardota

San Andrés es una vereda habitada solo

por afros, que conservan costumbres centenarias como el sainete.

  • Andrés Cañas, hijo de Gilberto Cañas, recibió de este el legado de sainetero. Al fondo, un cultivador de caña. FOTO juan antonio sánchez
    Andrés Cañas, hijo de Gilberto Cañas, recibió de este el legado de sainetero. Al fondo, un cultivador de caña. FOTO juan antonio sánchez
06 de diciembre de 2018
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No se sabe si hubo o no palenque pero lo cierto es que en Girardota, municipio a menos de una hora de Medellín, existe una vereda cuyos habitantes son afrodescendientes y conservan tradiciones de los esclavos traídos de África a América.

El lugar se llama San Andrés. Una vereda con viviendas dispersas en la montaña, carreteras destapadas para llegar y salir, y abundante población negra.

Gilberto Cañas, fundador del Consejo Comunitario y encargado de los temas culturales, no duda que allí existió un palenque (territorio de esclavos libertos) y que ha faltado voluntad política para reconocerlos como tal.

—Esto fue dominado inicialmente por indígenas, pero como era una zona minera, llegaron españoles, que trajeron nuestra raza, y nosotros somos sus descendientes, estamos aquí hace 500 años—, asegura Gilberto, para quien el aislamiento les ha permitido mantenerse como comunidad y, más que eso, conservar muchas costumbres africanas.

Sin embargo, la expansión urbana del Valle de Aburrá cada vez los acerca más a las costumbres de los mestizos. Desde la montaña que hoy habitan, fría y con abundante vegetación, se observan, muy cerca, viviendas y la zona industrial del norte, lo que indica que la modernidad está a unos minutos en moto o en carro, lo que supone amenazas a sus tradiciones, que terminarían por perderse fundidas con las de los habitantes urbanos.

—Eso no lo podemos perder, porque son las tradiciones las que nos han mantenido unidos y nos aglutinan. Con la Ley 70, desarrollada a partir de la Constitución del 91, a los indígenas y los afro nos reconocieron los derechos a no ser discriminados y a que nuestras tradiciones sean respetadas—, señala Gilberto.

Baile, sainete y caña

Según la historia, San Andrés era un territorio cuyos límites se extendían hasta el río Medellín y los municipios de San Pedro, Donmatías y Barbosa. Pero con los años, se fraccionó hasta dar origen a las veredas Potrerito, Mercedes Abrego, La Palma y El Socorro. Su nombre lo recibió del primer esclavista de la región, un español católico llamado Andrés, a la vez devoto del santo Andrés. Lo habitaban indígenas Nutabe y esclavos que, generación tras generación, se fueron encargando de conservar bailes, cantos y costumbres africanas.

En 1997 se le reconoce como Consejo Comunitario, lo que le permitió a la vereda gozar de privilegios, como autonomía sobre el territorio y poder disfrutar y proteger los recursos ambientales.

Esto, sin embargo, no les trajo mucho desarrollo, pues su nivel de vida no es mejor que el del resto de las veredas. Así lo asegura Humberto Córdoba, presidente de Asogeca -Asociación Girardotana de Estudiantes y Comunidad Afrodescendiente, y estudioso de las negritudes, quien hace un reclamo:

—La deuda histórica con esta comunidad es inmensa. Esta es de las pocas veredas de Girardota que no goza de agua potable, nuestro acueducto, que es propio, tiene más de 45 años, escasamente tenemos luz eléctrica—, sostiene.

A San Andrés, dicen los líderes, la habitan unas 40 familias. Ancestralmente, se dedicaban a la minería del oro. Y tuvieron apogeo los cultivos de caña, que se explotaban en la producción panelera.

—Por estos caminos bajaban hasta 30 o 40 bestias cargadas con caña, había más de 50 trapiches, ya si acaso hay tres—, apunta Andrés Felipe Cañas, de 43 años y uno de los más reconocidos saineteros.

El sainete, a propósito, es la principal expresión artística en San Andrés y es tal vez lo que los hace sentir como un palenque. Se trata de una especie de obra teatral jocosa, de una sola pieza, que los esclavos usaban para burlarse de los españoles.

Allí la costumbre es tan arraigada, que en la vereda tienen claros los nombres de los antecesores del género: que hace 200 años brilló Ifusio Saldarriaga, cuyo legado fue recibido por Antonio Saldarriaga y de este, por Segundo Saldarriaga. La representación incluye, por lo general, el novio, la novia, un viejo, una vieja, el alcalde, un policía y un sopero, que oficia de chismoso. Aunque los actores se guían por el libreto, el sopero tiene licencia para improvisar. Suele ser el más gracioso de los personajes.

—Yo tengo 70 años y fui sainetero, pero ahora me dedico a las danzas, hay que dejarles camino a los jóvenes—, dice Luis Arcángel Cadavid. Añade que el sainete, en su vereda, era de hombres, no de mujeres. Lo respalda Isabel Bohórquez, una joven dedicada a bailes como pasillo, danzón y contradanza.

—Ellos tienen más jocosidad y nosotras los observamos y nos gusta su picardía—, afirma.

Dora García, de 65 años, los contradice. Sostiene que sí hubo mujeres saineteras y que lo hacían con igual calidad.

San Andrés ha dado origen a grupos como Aires del Campo, que incluso los ha representado en eventos de baile en Estados Unidos.

Y no es que sean un clan aislado de la cultura moderna. En sus equipos suena reguetón y cumbias. Por su contacto con otras comunidades, hay mezcla con mestizos y blancos. Esto no significa que las tradiciones se pierdan, aseguran. Incluso, aunque algunos habitantes son de un oscuro intenso, se ven jóvenes más claros y sin rasgos propiamente de negro. Esto no lo sienten como amenaza.

—Es que ser afrodescendiente es un término genérico que incluye al negro, aunque negro es una categoría étnico racial; y afrodescendiente, una categoría política. El autorreconocimiento no va ligado a la melanina, al color de la piel, sino a la sangre—, expone Humberto Córdoba.

De hecho, en la zona ya hay pocos agricultores. La mayoría de jóvenes laboran en las empresas de la zona, aunque como obreros y no en los cargos administrativos. Algunos viejos aún cultivan, pero más que todo productos de pancoger, “pues pagan tan poquito por el producido, que uno sale perdiendo”, sostiene Dora García.

En la vereda afloran las sonrisas amplias de la raza negra. El campesino que baja con sus mulas cargadas de caña y las señoras con vestidos largos y floreados. Por el frío, usan ponchos o ruanas y las manos casi siempre están entre los bolsillos.

¿El mestizaje, imparable en la modernidad, podría borrar del mapa este rinconcito de África asentado en las montañas del Aburrá?... Es la pregunta que queda rondando en la mente tras llegar hasta sus entrañas. Ellos creen que no. La respuesta la tiene el tiempo, el implacable tiempo..

300
personas aproximadamente habitan San Andrés, según datos de la comunidad.
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