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Cómo se trata la depresión en una especie silvestre

En el zoológico de Medellín vigilan a diario esta situación, pues los animales sí sienten tristeza.

  • Los grandes felinos gastan bastante energía recorriendo territorios extensos. En el zoológico, el gasto de energía se suple poniendo la comida en sitios difíciles de alcanzar. FOTO manuel saldarriaga
    Los grandes felinos gastan bastante energía recorriendo territorios extensos. En el zoológico, el gasto de energía se suple poniendo la comida en sitios difíciles de alcanzar. FOTO manuel saldarriaga
  • El cuidador Jorge Aguirre, consintiendo a Felipe, un mono aullador en proceso de rehabilitación. FOTO manuel saldarriaga
    El cuidador Jorge Aguirre, consintiendo a Felipe, un mono aullador en proceso de rehabilitación. FOTO manuel saldarriaga
10 de marzo de 2020
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Cuando Alejandro López posa junto a la malla y con aire coqueto dice “nené, tiss tiss, linda, tiss tiss, bebecita”, no es a su novia a la que galantea. A su encuentro llega una leona de 200 kilos y filosos colmillos, que al instante reconoce el aroma del hombre que la hace feliz.

El saludo al cuidador, tal cual admiten los expertos, es uno de los principales indicadores de salud mental en una especie salvaje, pues a los animales, al igual que a las personas, los golpean síntomas depresivos.

El tema regresó a las conversaciones de los colombianos por la tragedia del león Júpiter, separado de su nodriza humana en Cali para ser trasladado a un zooparque de Córdoba, donde enfermó severamente, cambió su comportamiento y dejó de comer. Los veterinarios le dictaminaron cáncer terminal esta semana.

Catalina Díaz es bióloga con máster en Bienestar Animal Aplicado, y coordina el área de Fauna y Flora del zoológico Santa Fe, adonde acudió EL COLOMBIANO para indagar cómo se tratan las dolencias sicológicas de los animales.

La científica anota que, técnicamente, no hay un método para diagnosticar la depresión en una especie silvestre, como sí ocurre con el cuadro clínico en las personas. El lenguaje facial y corporal de esos individuos es distinto al nuestro, y aunque tratemos de hallar similitudes, un delfín no siempre está sonriendo ni un perezoso anda eternamente relajado, aunque por su aspecto lo parezcan.

No obstante, la mente animal sí puede enfermarse. “Ellos sienten tristeza, y lo hemos evidenciado cuando en un recinto había dos animales, uno muere y el otro se demora un tiempo para regresar a su patrón de actividad normal. Está decaído, duerme más tiempo y come poco”.

Estrategias contra la pena

El primer contacto de Alejandro con los animales fue en su natal Abriaquí, Antioquia. Deambulando entre bovinos y gallinas, qué diablos iba a pensar que algún día le daría de comer al rey de la selva.

“Una vaca es sumisa en la finca, se deja ‘maniar’ para ordeñarla; en cambio un felino de estos, pequeña papaya que usted dé, ahí peligra la vida suya. A veces estoy haciéndole aseo a su hábitat y ellos tocan la reja, ¡ahí mismo brinca uno!”, dice el hombre de 35 años, de los cuales ha dedicado diez al cuidado de los grandes felinos.

Vela por el bienestar de Nené, un imponente león de más de 220 kilos; y de Valentina, hembra de la misma especie, parida en cautiverio en Cali y trasladada a Medellín.

Está pendiente de Chiqui, una jaguar traída de Amalfi hace 12 años cuya madre murió a manos de campesinos enojados por la pérdida de ganado; y de los pumas Susana, Reina y José Luis (sí, como el cantante de baladas), que llegó dócil y castrado al refugio.

“Me dan pesar los pumas, cuando ellas entran en celo, lo molestan a él, lo muerden, le hacen miau miau, y él como si nada, porque no puede”, relata Alejandro.

A todos estos mamíferos les conoce su comportamiento, por eso ya sabe distinguir cuándo les pasa algo malo. “Si están enfermos o tristes, me doy cuenta en la rutina de la mañana, cuando paso a saludarlos, y los ve uno en un rincón, apartados, que no responden al llamado o no se comieron la comida que dejé en la noche. Ahí mismo hay que llamar al veterinario”, narra.

La bióloga Catalina argumenta que “primero se detectan los síntomas y se descarta una causa veterinaria. Luego se inicia un programa de tratamiento mental, con enriquecimiento, entrenamiento, socialización, estimulación cognitiva, todo tipo de cosas para activar los comportamientos naturales de un animal silvestre”.

El “enriquecimiento” es la estrategia para mejorar el bienestar de un animal según su biología, como poner aromas nuevos en el hábitat (que lo impulsen a marcar el territorio), muebles para trepar o saltar, y desafíos para encontrar su comida. “En el zoológico hacemos esto todo el tiempo”, reitera Catalina.

Conjurando las dolencias

Jorge Aguirre, de 57 años y con 24 laborando entre fieras, es uno de los cuidadores más veteranos del zoológico. Quiere tanto a estos seres, que incluso ha llegado a compartir con ellos su saber más ancestral: el arte de sobandero.

“Yo sé un secreto (conjuro) para componer golpes y huesos que se hayan salido de su sitio. Hace 40 años me lo enseñó un anciano, que ya faltó (falleció). Apenas llega el paciente, uno se quita el sombrero y le pregunta qué partecita le duele, ahí le aplica usted el secreto, hay que hacer unas oraciones y le toca la parte afectada tres veces”, explica.

También nació en Abriaquí, donde comenzó a usar esta habilidad para aliviar a jornaleros tullidos y vacas que se quebraban las patas en huecos. “Eso sí, uno no puede cobrar nunca, porque se perdería ese don; solo se recibe lo que la persona quiera dar de agradecimiento”.

En el zoológico, asegura, ha curado a compañeros y animales, entre ellos una tatabra (familiar del cerdo) que fue atacada por otra y tenía una articulación inflamada, y un mico que no podía apoyar la pata delantera. “Empecé a sobarlos y se aliviaron, pero ya no lo hago mucho, porque los veterinarios no creen en eso”, expresa con una sonrisa.

En el Santa Fe hay un programa para la rehabilitación del mono aullador y su reintroducción al medio ambiente, en especial con los individuos maltratados por los traficantes de fauna. “Vienen con problemas nutricionales y comportamentales, sobre todo trastornos de apego. Tenemos que brindarles vínculos nuevos y saludables, primero con su cuidador y luego con miembros de su propia especie”, comenta la bióloga.

Entre estos simios hay una historia que conmueve a Jorge: la de Felipe, un monito que llegó hace siete años, siendo ya adulto, y después de haber pasado toda la vida amarrado.

“Ya hemos rehabilitado a varios grupos, pero a él no hemos podido liberarlo, porque no se sabe trepar a un árbol. Uno lo suelta y empieza a correr por el piso, entonces tenemos que volver a cogerlo y meterlo a otro grupo de micos a ver si se adapta. Queda uno muy triste de ver un animal que no se ha podido liberar por el daño que le causamos los humanos”, afirma Jorge, mientras acaricia el pelaje de Felipe a través de la jaula.

Añora el día en que lo vea partir con una nueva familia hacia el bosque, y sentir esa mezcla de paz y melancolía ante su ausencia. Tal vez en ese momento sea el humano el que requiera una cura para la depresión.

12
años lleva en el zoológico la jaguar Chiqui, una de las felinas más antiguas del sitio.
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