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Estos fueron los últimos días de Epifanio Mejía, el “poeta loco” de Antioquia

La historia del padre del himno antioqueño es tal vez una de las más curiosas, dado su humilde origen y su locura. Pese a que pocos lo recuerdan y al paso del tiempo de sus obras, su poesía sigue cautivando.

  • Epifanio Mejía fue uno de los personajes más representativos de la cultura antioqueña y fue el encargado de componer el himno del departamento. FOTO: CORTESÍA
    Epifanio Mejía fue uno de los personajes más representativos de la cultura antioqueña y fue el encargado de componer el himno del departamento. FOTO: CORTESÍA
  • Hasta 2010 la finca El Caunce, donde se crió el poeta y donde tuvo su segundo arrebato, estaba conservada y se mantenía en pie. FOTO: CORTESÍA
    Hasta 2010 la finca El Caunce, donde se crió el poeta y donde tuvo su segundo arrebato, estaba conservada y se mantenía en pie. FOTO: CORTESÍA
hace 4 horas
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Cada ocho días casi 30.000 personas cantan a todo pulmón en el Atanasio Girardot una proclama de esta tierra: ¡oh, libertad!. Y es que si hay algo conocido e identitario en Antioquia es su himno. Sin embargo, en una de esas contradicciones macondianas, es que pocos conozcan la historia de Epifanio Mejía, el autor del poema-canción más popular de estas tierras.

Prueba de esto es que hace poco pasó sin mucha relevancia la noticia de que Comfama anunció –como merecido homenaje– que su biblioteca de la sede Aranjuez llevará el nombre del “turpial de las cabañas antioqueñas”.

Y es que tal vez el encanto de estas letras que nos legó el poeta no solo radica en que son una alegoría a los habitantes de la “patria chica”, sino en la sencillez de sus palabras que remiten a elementos que hacen tan fácil recordarlo y cantarlo por los hijos de estas laderas. O sea, nada de frases rebuscadas como “gloria inmarcesible”, “termópilas brotando” o “espadas cual centellas” aparecen en el popular poema.

De otro lado, no deja de ser trágico y sorprendente –como algunos de sus famosos poemas como La Tórtola o la Muerte del Novillo– que Epifanio, el mismo hombre que nos legó ese canto inmenso a la libertad, haya muerto encerrado en una de las celdas del viejo manicomio de Aranjuez (donde hoy está la sede de Comfama) hace 112 años.

Breve repaso

José Epifanio Mejía –ojo al segundo apellido– Quijano, nació en una finca de Yarumal conocida como El Caunce, ubicada en el sector El Cortijo, el 10 de abril de 1838. Fue el primero de los siete hijos que tuvieron don Ramón Mejía Vallejo y doña María Luisa Quijano Cabarcas, dos campesinos de esa montaña.

Epifanio tenía una gran inteligencia, así lo constata el hecho de que tras haber cursado solo la primaria en la escuelita rural de doña Nicolasa Restrepo desde los 10 años, donde leyó lo que pudo encontrar, se volvió uno de los poetas legendarios de la historia paisa.

Sin embargo, el poeta “perdió la cordura” a sus 32 años, hecho por el que se le puso el apodo de El Loco Mejía o el Poeta Triste. Eso sí, antes del suceso que partiría su vida en dos, alcanzó a escribir en 1868 en la revista El Oasis el poema que a muchos hace encharcar los ojos y el cual tituló El Canto del Antioqueño. Este en su cuarta estrofa dice: “Amo el sol porque anda libre sobre la azulada esfera, al huracán porque silva con libertad en la selva ”.

Viaje a la locura

La vida de Epifanio Mejía (su nombre viene de una palabra griega que traduciría “El que despide brillantez por su ilustración”) transcurrió como la de la mayoría de niños de esas duras épocas de guerras civiles en Antioquia. Desde pequeño mostraba fascinación y cariño por el entorno natural en el que creció allá en El Caunce. Y según su hija, algunos poemas alcanzó a escribir a esa edad.

Sin embargo, como en toda gran historia, hubo una tragedia que marcó su vida. Según los cronistas, cerca de cumplir los 17 años (otros dicen que a los 25) su padre, don Ramón, falleció. Al ser el primogénito, a Epifanio le tocó echarse la familia al hombro.

Para ello viajó a Medellín para vivir junto a su tío, el famoso Fortis Mejía, en la casa que este y su familia tenían en la carrera Sucre; y para trabajar en el almacén de telas –como lienzos y zarazas– que al parecer este tenía cerca del Parque de Berrío. Con su llegada a Medellín Epifanio pudo leer más libros que le fueron expandiendo su visión literaria pero también le dieron las herramientas para ir afilando su estilo poético.

El 15 de noviembre de 1864, el poeta se casó con Ana Joaquina Ochoa, una joven envigadeña que fue una de sus primeras musas y quien le robó su corazón. Con ella tuvo 12 hijos aunque tristemente la mayoría de ellos no pasaron de los 28 años. Por esas fechas, así se le iba la vida al poeta: entre el negocio con el tío Fortis, las poesías que escribía en revistas literarias bajo el seudónimo de Emilio, y el mantenimiento de los dos hogares.

Sin embargo, un día de 1870, a la mente de Epifanio llegó la borrasca de la locura rompiendo su psiquis como si fuera el papel donde había escrito algunas de sus rimas.

Los estudiosos no saben ponerse de acuerdo sobre el origen de su mal. Unos señalan que –tal vez a raíz de la abrupta salida de su amada finca, la estridencia de la ciudad, un duelo mal llevado por la muerte de su padre, o la presión económica y social que tenía encima– Epifanio, en un ataque de ansiedad, salió corriendo a buscar la ribera del río Medellín para gritar desaforado.

Otros señalan que ese día salió “contagiado” de locura detrás de una mujer llamada Dolores que pasó gritando por el local: “¡Todo el mundo está loco, menos el doctor Manuel Uribe Ángel que es bobo!”. Tristemente, tras el episodio, cuando Epifanio volvió al almacén, los ladrones ya casi habían desocupado los estantes del local.

Entérese: La locura que habita en la Biblioteca de Aranjuez

Hay otros, entre ellos su hija, que apuntan a que un día especialmente caluroso Epifanio salió a trabajar junto a su tío en una finca de un sector cercano a la ciudad conocido como El Cuchillón –ubicada por la carrera Giraldo al oriente de Medellín, lo que vendría siendo hoy El Salvador–. Sin embargo, en medio de la faena, a Epifanio y a Fortis les cayó encima tremendo chaparrón con granizada y todo, lo que les causó graves fiebres.

Si bien el tío Fortis se recuperó, Epifanio no volvió a ser el mismo pues desde allí se le veía ensimismado y melancólico. Además, según una de sus hijas, el mismo Epifanio le confesaba a uno de sus amigos que “cuando voy a casa y veo a Anita y a mis hijos me dan ganas de acabar con todo”.

Ante esto, que uno se pueda volver loco por “mojarse acalorado”, es un tema que deberán dirimir los médicos que lean este artículo, y más en estos tiempos de climas tan locos que azotan a esta ciudad. ¿Será acaso la explicación de que hoy seamos tan agresivos?.

Sigamos. Entre 1876 y 1878, según los biógrafos de Epifanio, su estado empeoraba con episodios de total apatía, desinterés, y agresividad hacia su mujer e hijos. A esto se sumó la aparición de otras manías como la de echarle tierra a la mazamorra. En esas fechas el poeta fue revisado por el icónico doctor Manuel Uribe Ángel quien dictaminó que lo mejor para él era volver por un tiempo a Yarumal. Así lo hizo y junto a su “recua” de muchachitos llegó a El Caunce a vivir con su madre. Hay quienes fechan su retorno en 1878.

Allí dicen que gracias a la mejoría que tuvo forjó un comercio en el centro del municipio y además fue notario en 1882. Sin embargo, Epifanio conservaba un hábito secreto. Según contó Juan de Dios Uribe en su libro ‘Sobre el yunke’, Epifanio disfrutaba bajar en horas de la tarde a la quebrada Caunces y allí a la orilla del río “a pie de un sietecueros florecido, sentado sobre las hojas secas, leía la Biblia o dejaba vagar la mirada sobre las espumas que se perdían en la corriente”.

Cuando caía la noche, Epifanio se mandaba las manos a las mejillas y con los ojos bien abiertos se ponía a contemplar la naturaleza que lo rodeaba. Luego subía a su casa y se dedicaba el resto de la jornada a escribir las inspiraciones que le llegaban.

“Una vez, la historia de La Tórtola, otra La Muerte del Novillo, otra Las hojas de Mi Selva; ya un canto La Paloma del Arca, ya una escena de su poema Amelia; pero siempre una cosa nueva traía la pitonisa de las montañas”, escribió Uribe.

La cuestión es que una noche llegó más tarde que las otras, tembloroso y sobresaltado. “La familia le hizo mil preguntas y a ninguna quiso responder. A la siguiente jornada se demoró aún más; y así fue aumentando por horas, hasta que ya no regresaba sino a la medía noche”, detalló Uribe.

Hasta 2010 la finca El Caunce, donde se crió el poeta y donde tuvo su segundo arrebato, estaba conservada y se mantenía en pie. FOTO: CORTESÍA
Hasta 2010 la finca El Caunce, donde se crió el poeta y donde tuvo su segundo arrebato, estaba conservada y se mantenía en pie. FOTO: CORTESÍA

Un día uno de los miembros de su familia lo siguió al lugar acostumbrado. “Epifanio estaba silencioso; así pasaron muchas horas. Cuando la sombra era completa llegó a la orilla del río, en donde se formaba un pequeño remanso, y jugando con las espumas, como con rizos de su amada, les dirigía tiernas palabras de amor a las ondas. Comprendieron entonces que estaba loco”, comentó.

A partir de 1884, y tras una fuerte recaída en sus problemas de salud mental, Epifanio comenzó a ser internado en forma intermitente en uno de los “manicomios” de Medellín (que en realidad eran casonas habitualmente insalubres, una de ellas estaba donde luego se erigió el Palacio de Bellas Artes).

Algunos señalan como las causas de su recaída una deuda impagable, así como el sobreesfuerzo por su doble jornada de comerciante y poeta nocturno.

Los campesinos yarumaleños achacaban el estado mental del poeta a una sirena que lo había hechizado en el río, mientras que otros apuntaban que la escritura del poema Amelia se llevó su razón.

Últimos años del poeta

Para 1891, cuando se inauguró el manicomio del Alto de Bermejal –hoy el barrio Aranjuez–, Epifanio era uno de los primeros 39 pacientes internados. Como dato curioso, este centro surgió gracias a una colecta de 78 notables de la ciudad que reunieron $7.800 pesos. Al parecer, hasta el mismo tío Fortis se habría echado la mano al bolsillo.

Aunque muchos historiadores comentan que durante sus estancias en el manicomio Epifanio renegaba de las visitas cuando se tornaban largas, lo cierto es que lo señalado por varios de los visitantes dan cuenta de que en vez de un hombre huraño y agresivo se encontraban con un apacible viejecito que gozaba de memoria única y que con su barba larga blanca y su jorobada espalda, más parecía un druida bretón.

“Nada pude observar que me diera idea de su locura. Su conversación, vaga y decaída, lenta y apacible, se desenvolvía normalmente. ¿Era posible que un hombre que recordaba episodios de remotos años, que hablaba de varios temas en frases bien hiladas, que guardaba correcta postura estuviera loco? ¿Loco un hombre de esa mirada tan dulce, de sonrisa cordial y de aspecto tranquilo y armonioso? ¿Qué lógica hay entonces en el mundo? ¿Cuáles son los cuerdos y cuales los locos?”, se preguntaba el poeta jericoano Juan Jaramillo Meza, quien lo visitó en 1912.

Sin embargo, el estado mental de Epifanio reflejaba cada cierto e inconstante tiempo episodios de euforia, trastornos de pensamiento, delirios y alucinaciones, por lo que los galenos de la época indicaron que padecía de melancolía –poético nombre para la enfermedad mental, vista como una lugubridad del espíritu y un constante carácter meditabundo– y que hoy sería analizada como esquizofrenia.

En sus desvaríos, Epifanio a veces decía que estaba escribiendo un poema sobre la historia del mundo desde la creación y que del escrito llegarían “14 cargas de mulas” a Yarumal; o que justo recién había acabado de llegar de descubrir “La tierra de la Soledad”, un continente fantástico donde “no hay tabaco, ni candela, ni periódicos y donde vive Zaida, que se viste de las flores del jardín y es como una rosa de Alejandría”. Disparates que más parecían propios de su “primo lejano” un tal Alonso Quijano, un alborotador manchego que tenía el alias de Don Quijote.

En Bermejal, Epifanio y los demás reclusos permanecían encerrados en celdas de dos por cinco metros y solo se les permitiría salir al patio una vez al día para tomar el sol, según la historia del recinto. Pero Epifanio rara vez estaba solo, pues pese a la constante compañía de amigos y conocidos, también estuvo siempre junto a su musa, Amelia.

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“Preguntándole en una ocasión, en su celda, por el origen de su poema Amelia, Epifanio guardó silencio y se quedó mirándolo fijamente con bondadosa expresión en el semblante. Por fin dijo: ‘¿Amelia? Sí, aquí está. Vive conmigo, íntimamente. Solo yo puedo verla. Es invisible para los demás. ¿O acaso la ve usted en este instante aquí a mi lado en este sillón? Amelia era sencilla, dulce y buena / murió, pero aquí vive, en mi consuelo / y dicen que estoy loco... Esa es mi pena”, recordó Jaramillo. ¿Tal vez por eso Epifanio se refería a él como “nosotros”?

Además, una característica peculiar es que aún en sus desvaríos se preocupaba por los demás y por el sustento para su familia. De hecho cuando lo visitaron sus allegados, los literatos Juan de Dios Uribe y Antonio José Restrepo, y estos le contaron las penurias económicas de Jorge Isaacs, Epifanio les dijo:

“¿Conque Isaacs está pobre? Pues díganle de mi parte que voy a recibir ochocientos bultos de mercancías francesas, y que puede tomar de ellos lo que necesite, sin reparo alguno. Lo mismo les digo a ustedes dos”.

En sus últimos años, su humor a veces podría parecer burlón entre tanta tristeza que cargaba. Por ejemplo, a un pariente que fue a visitarlo una vez le dijo al despedirse: “Saludes a la familia, y (les dice) que no voy a verlos por un tiempo, porque como estoy aquí de portero (del manicomio) no puedo abandonar el puesto”.

A otros visitantes, como el cronista Julio Vives Guerra, les contó como justo después de escribir “La Paloma del Arca” visitó Yarumal. Allí dio con un impertinente “fan” que no le dio sosiego.

“Constantemente nos decía: ‘Don Epifanio, improvísele a esta niña. Don Epifanio, improvísele a esta flor. Don Epifanio, improvísele a este caballo’. Y así nos tenia ‘locos’... ¡No se rían! Que en ese tiempo no estábamos enfermos de la cabeza como ahora”, comentó el genial “loco” a sus visitantes que con el resto del relato los hizo desternillar de risa.

En vísperas del 31 de julio de 1913, en un momento de cordura y presintiendo la muerte, Epifanio pidió se le aplicara la extremaunción. Horas después se regó en la villa la noticia de su partida. El hombre que le cantó a la libertad, por fin fue libre de las cadenas de la locura.

“Ha muerto Epifanio Mejía, el cantor antioqueño. El vate (término latino para los poetas) regional ha dado un adiós último a las montañas que inmortalizó con su lira. La ‘Tórtola Herida’, que venía lanzando quejidos de dolor en el triste albergue de los enajenados, emprendió un vuelo final. Sus versos van guardados en todos los cerebros de los antioqueños y sus cadencias vibran en todos los corazones. Junto a la tumba humilde del bardo de las montañas, resonarán eternamente los cantos de la gloria”, escribió un anónimo redactor en EL COLOMBIANO.

Sus funerales en la Iglesia Metropolitana (posiblemente La Candelaria) tuvieron invitados de honor. La crema y nata de la sociedad llegó al recinto mientras el resto de la “pleb” se tomó el Parque de Berrío. A las 5:00 p.m., tal vez la hora en que se aventuraba al río Caunces, su cuerpo fue llevado al cementerio de San Pedro donde reposó hasta agosto del 2000, cuando sus despojos fueron llevados a su natal Yarumal.

Desde entonces comenzó una lucha de sus allegados para recuperar su producción toda vez que entre las entradas al manicomio y su muerte muchas obras se perdieron en manos de quienes quisieron tener “un recuerdo” del poeta. Hoy se ha sabido que su repertorio sería de casi 100 escritos.

No obstante, parece que tras 112 años de su muerte, tristemente el recuerdo del loco poeta se está desdibujando. Por eso hoy las palabras de uno de sus biógrafos –el padre Félix Restrepo– dichas en 1958 cobran relevancia y ojalá el tiempo las desmientan:

“El antioqueño es tal como lo hemos visto en la obra de Epifanio: tierno y laborioso en la paz, pero terrible e indomable en el campo de batalla. Antioquia no ha hecho justicia todavía a este vate suyo, nacido de la entraña de su raza, y que es la personificación más perfecta de las virtudes de su pueblo”.

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