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La presencia judía que pervive en Antioquia

En la entrega final de este viaje tras la huella hebrea en la historia del departamento, abordaremos las características afines y su actual asiento.

  • La comunidad judía de Antioquia está ubicada en Las Cabañas, en Bello. Se fundó en 2002 y está integrada por 400 personas. FOTO Comunidad Judía de Antioquia
    La comunidad judía de Antioquia está ubicada en Las Cabañas, en Bello. Se fundó en 2002 y está integrada por 400 personas. FOTO Comunidad Judía de Antioquia
  • La comunidad dice que son observantes a plenitud de la religión en el departamento. FOTO Comunidad Judía de Antioquia
    La comunidad dice que son observantes a plenitud de la religión en el departamento. FOTO Comunidad Judía de Antioquia
07 de junio de 2021
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“Pero que unos hombres sin costumbre y bien hallados con su pobreza y desdicha, adormecidos en el regazo de la ociosidad, criados en un país donde todo se ejecuta por imitación y donde se desprecia cuanto tiene visos de novedad, hayan querido hacer casas, arrasar montes, experimentar nuevos climas, y vivir, como los más industriosos, es empresa que aún después de realizada la miro como fabulosa”. Eso pensaba el oidor real, Juan Antonio Mon y Velarde, de la gente de esta tierra.

Esa caracterización del antioqueño tradicional, fomentada por la colonización de las llanuras del Magdalena y el Cauca, hasta abarcar la totalidad de los departamentos de Caldas, Risaralda, Quindío y partes del Tolima y el Valle en el siglo XIX, no dista mucho de las descripciones de los judíos. En esta última estación de este viaje tras la huella hebrea en la historia del departamento buscamos las comunidades judías actuales.

Hay que contar que la migración que le dio origen a los actuales grupos asentados en Colombia comenzó en los años 20 cuando arribaron judíos provenientes de Polonia, Rumania y Alemania. Décadas después llegaron sefardíes de Alepo (Siria), Turquía y Egipto, según la Confederación de Comunidades Judías de Colombia, que estima una comunidad de al menos 6.000 judíos en Bogotá, Cali, Barranquilla y Medellín.

La judería colombiana está organizada en nueve comunidades. Tienen a su cargo instituciones como colegios, clubes juveniles, y organizaciones de ayuda mutua.

La confederación de comunidades, fundada en Barranquilla en 2008, las agrupa y las representa en organismos de los gobiernos nacional y locales, y hace parte redes internacionales como el Congreso Judío Latinoamericano, el Congreso Judío Mundial y el American Jewish Committee.

Como en casa

Elad Villegas, el rabino de la Comunidad Judía de Antioquia, cuenta que el Holocausto aceleró la llegada de judíos en todo el continente, los cuales fueron acogidos por las comunidades que ya estaban asentadas. La primera organización que construyó una sinagoga tradicional en Medellín fue la Unión Israelita de Beneficencia, por allá en los años 30.

Esa doble ola migratoria también imprimió hábitos comerciales nuevos, como la venta a plazos o llevar las mercancías casa a casa, anota el historiador Jorge Orlando Melo.

Esto se generalizó pronto en Medellín y las ciudades grandes, mientras que en otras partes de Colombia estos hábitos los trajeron sobre todo los árabes. Además, añade Melo, algunos de esos judíos formaron algunas de las fábricas intermedias de Medellín en los 30 y 40, como fue Tejidos Leticia.

Fueron precisamente los Rabinovich, propietarios de Tejidos Leticia, una de las familias que apoyó la construcción de la sinagoga de El Poblado, cuenta el rabino Elad.

Citando a Albéniz Vélez, narra en su blog Orlando Ramírez Casas, Orcasas, que al promediar la década de los años diez varios europeos llegaron a integrar la colonia judía de Medellín, entre ellos los hermanos Rabinovich de quienes se decía “que llegaron pobres a la ciudad y empezaron vendiendo telas de casa en casa, cuyo muestrario ofrecían a la mano, colgado del brazo. Los llamaban maneros, y se idearon la forma de vender a crédito para pagar por cuotas semanales que anotaban en una tarjeta. El truco consistía en pedir como primera cuota el valor de la pieza al costo, y arriesgar las ganancias a crédito confiados en la buena fe de los deudores. Como eran más los que pagaban cumplidos que los que se perdían, consiguieron plata”.

Además de las tradicionales, hay otro tipo de comunidades que son emergentes y que desde hace 20 años vienen ganando importancia para el Estado de Israel porque alegan ser descendientes de los sefardíes que llegaron de todas estas latitudes en el siglo XVI huyendo de la persecución de la inquisición.

Dentro de estas se matricula la Comunidad Judía de Antioquia, que está conformada por antioqueños de apellidos tradicionales, de pueblos locales, que con el paso del tiempo fueron descubriendo que su familia tenía una serie de prácticas judías.

“Aprendimos a vivir como judíos ortodoxos, observantes en plenitud. Volvimos a rezar en hebreo, adecuamos la sinagoga, se adquirieron el sefer torá, los libros religiosos, los elementos para atarlos a la mano y la cabeza y cumplir con la observancia que el judaísmo exige con la libertad de poder practicar una religión en la actualidad sin persecuciones”, cuenta el rabino.

Las puertas abiertas

La Comunidad Judía de Antioquia está ubicada en Las Cabañas, en Bello. Se fundó en 2002 y está compuesta ahora por 400 personas, 70 % de los cuales vive cerca a la sinagoga para cumplir mejor los preceptos de la religión. Cuenta además con su propio cementerio, un programa para que los jóvenes puedan tener educación religiosa e idioma hebreo, y estudio del judaísmo y de la ética para los adultos. Ha impulsado otras comunidades del país y reductos en Ecuador, Guatemala y Honduras.

Otra sinagoga queda en El Poblado, liderada por la Unión Israelita de Beneficencia. Y hay una más en Prado Centro, barrio que entre sus fachadas patrimoniales permite la confluencia de mormones, testigos de Jehová, adventistas, judíos, hare krishna y católicos.

En la calle 66 hay una sinagoga liderada por el rabino Báez Fariñas que está compuesta por judíos de varias nacionalidades.

En Los Colores está situada la comunidad de judíos ortodoxos Bet Simjá (significa Casa de alegría), con actividades desde hace ocho años, y en la que se congregan de ocho a diez familias, con alternancias ahora por las medidas restrictivas de la pandemia.

“Gran parte de la comunidad está en Antioquia porque aquí es fuerte y unida. La cultura judía no ha tenido problemas para practicar su culto y preservar las tradiciones. Se ha identificado cultural y éticamente. Hay conexiones muy buenas entre ambos pueblos, Antioquia les ha abierto las puertas”, opina Josef Mora, judío ortodoxo local.

La memoria del alma

Contamos en la primera entrega que Soledad Acosta de Samper, delegada oficial de Colombia en un congreso de americanistas en 1892, presentó una ponencia sobre el establecimiento de hebreos en Antioquia. En estas entregó una descripción variopinta de la similitud entre judíos y antioqueños: “Es una raza trabajadora, activísima, frugal, inteligente, muy dada a economizar, amantísima de la propiedad hasta sacrificar vida y comodidades para conseguir riquezas de las cuales no disfruta jamás, pues, con poquísimas excepciones, el antioqueño rico vive casi como el pobre”.

Y añadió: “En los campos y en los caminos reales, en las casas que se encuentran a su orilla, los viajeros son recibidos como en los antiguos desiertos de Palestina, con mucha hospitalidad. Como en la tienda del beduino árabe, o en la casa del mufti turco, el huésped, en la habitación del antioqueño, es inviolable. (...) Como el hebreo, el antioqueño es deseoso ante todo de hacerse a dinero, se radica allí en donde puede negociar a su gusto y en breve se hace rico”.

La investigadora Gloria Montoya, autora del libro Los Hijos de la Montaña: La leyenda judía (2019), reseña que los rasgos atribuidos a ambos pueblos se realzan a partir de la Colonización antioqueña, con la fundación de pueblos, la consolidación de extensas familias para trabajar la nueva tierra, las costumbres frugales y el ahorro.

“El perrero, las alpargatas, el caminar descalzo del paisa paisa, la unidad familiar vinculada a la religiosidad, al ahorro y a una matrona. El famoso calentado, que parte de la costumbre israelita de dejar los alimentos preparados desde el viernes por el shabat. Los hábitos de limpieza que vienen desde la tradición antigua. Podríamos seguir enumerando rasgos porque son demasiados”, cuenta Montoya.

Y añade que la forma fundacional de pueblos es la que le da pie a ese ideario de que el antioqueño es conquistador y emprendedor, pero el que vive en el Oriente, el Norte o el Suroeste, porque el antioqueño de Urabá es diferente.

También son pueblos unidos por tragedias y convulsiones. Decía Álvaro Mutis que el pueblo antioqueño ha tenido en Colombia la capacidad de alcanzar las más grandes cimas, pero también ha debido conocer los más grandes fracasos, que tiene la capacidad de iniciar empresa, de lograr grandes obras, pero a su vez, posee un gusto por el fracaso, la catástrofe y la derrota. “Este fatum (destino) fue heredado de los árabes, a través de los españoles, lo que constituye una cultura preocupada siempre por las victorias como elemento que plantea la exigencia permanente de su vida”, señala.

El rabino Elad Villegas considera que Antioquia tiene un ambiente propicio para desarrollar proyectos comunitarios en medio de una sociedad que es cooperativa.

“El regionalismo, el estar solo nosotros, nos ha permitido, como judíos antioqueños, creer que esa capacidad de resiliencia, esa capacidad comercial, el empuje, el querer constantemente progresar, el amor a la familia, al terruño, lo heredamos de los primeros judíos que llegaron”.

Dice que por eso no es coincidencia la tendencia a rememorar los pueblos del Medio Oriente en el departamento: Tarso, Tarazá, Ebéjico, Betulia, Betania, Jericó, Belén y la misma Antioquia. “Viví en Israel y ver tan marcados los rasgos de la idiosincrasia antioqueña en el israelí actual me sorprendió, tal cual esa capacidad de ayudar al paisano, de tender la mano a los necesitados, de resiliencia”, anota.

Y sostiene que el alma tiene memoria: “A esta región llegaron una cantidad de personas escondiendo su fe y disfrazando sus prácticas. A quiénes somos descendientes de esas familias, el alma se ha ido despertando hacia esa inquietud plasmada que quedó en nosotros”.

Al final del camino, en esta montonera tan heterogénea, como pensaba Tomás Carrasquilla, con un mestizaje multicultural que involucra principalmente a hombres inmigrantes y a mujeres indígenas, mal se haría en llegar a alguna conclusión. O quizás sí, y asumamos como coda lo que dijo la historiadora Libia J. Restrepo, en el bicentenario de la independencia de Antioquia: “Este es un territorio libre con gente de todos los colores”

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