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Morir sin encontrar: relato de quien falleció buscando a un familiar desaparecido

En un país con miles de desaparecidos, a muchas mujeres se les va la vida buscando a sus seres amados. Esta es la historia de Amparo Cano.

  • La hermana Rosa Cadavid acompaña la lucha de las familias que buscan a sus desaparecidos. FOTO Carlos Velásquez
    La hermana Rosa Cadavid acompaña la lucha de las familias que buscan a sus desaparecidos. FOTO Carlos Velásquez
  • Morir sin encontrar: relato de quien falleció buscando a un familiar desaparecido
24 de agosto de 2022
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“Hernando: los minutos se me vuelven horas; las horas, días; los días, meses; y los meses, años. Y en el transcurso de todo este tiempo han pasado muchas cosas”. Amparo.

Amparo Cano se dio cuenta de que se estaba muriendo tres días antes de que sucediera. Un cerco de silencio que su familia acordó con los médicos no le permitió enterarse, dos meses antes, de que el cáncer que creía superado hizo metástasis en uno de sus pulmones. No había muchas esperanzas de vida y querían que estuviera tranquila: cargó mucho sufrimiento durante 19 años.

Esas últimas 72 horas de vida cayeron sobre Amparo con una certeza y una súplica. Sabía que se iba de este mundo sin conocer la verdad sobre la desaparición forzada de su esposo Hernando de Jesús Balvín y de su hijo mayor Adonis de Jesús Balvín, cuyos cuerpos aún no han sido hallados. Pidió que no dejaran de buscarlos. “Yo ya no pude, pero sé que tú sí puedes”, le dijo a Alejandra Balvin, la única hija que le quedaba. Y para ella, esa frase se convirtió en promesa. “Vete tranquila”, le respondió a su madre.

Amparo Cano murió el 15 de mayo de 2021. Tenía 64 años. Durante los dos meses previos a su muerte la familia se despidió con sutileza y disimulo. Era duro, pero preferían el dolor que el egoísmo, no querían verla penar en vida. También dijeron adiós algunas amigas, compañeras de lucha, la mayoría de la comuna 13, que viven con un mismo sufrimiento y un solo deseo: encontrar a los seres queridos que perdieron por cuenta de la guerra. Entonces recordaron que 15 días antes había muerto otra del grupo, pero aún no sabían que una más se iría dos semanas después.

Ya van 23 de esas amigas a las que la vida no les alcanzó para encontrar a sus seres queridos. Hijos que sacaron a la fuerza de sus casas; esposos que no regresaron del trabajo; hermanos y padres que se despidieron sin saber que era la última vez. Ellas decidieron afrontar la inimaginable tragedia con resistencia y se convirtieron en el colectivo Mujeres Caminando por la Verdad. No han dejado de caminar desde que comenzaron, en 2001, a hacer convites, sancochos comunitarios, talleres de panadería y repostería o confecciones. El mayor impulso llegó en 2002, cuando operaciones militares como Mariscal y Orión, el 21 de mayo y el 16 de octubre de ese año, les quitaron la posibilidad de volver a tener noticias de sus familiares. A esas 23 mujeres no les llegó nunca la verdad ni la justicia.

“Quizás no alcanzaría a contarte todo. Lo primero, que tienes un nieto muy hermoso, inteligente, ya tiene 3 años, está en la guardería, es la alegría nuestra. Pero nos hace falta alguien, eres tú”. Amparo.

Detenciones arbitrarias, asesinatos, heridas, desplazamientos, terror. La comuna 13 quedó en medio de las balas y la inclemencia de la guerra por cuenta de enfrentamientos entre milicianos, guerrillas y las fuerzas estatales desplegadas en una seguidilla de operaciones militares. El informe Medellín: memorias de una guerra urbana da cuenta de que solo la Mariscal dejó nueve civiles muertos, entre ellos cuatro menores de edad, 37 heridos y 55 personas detenidas. Orión, la más recordada e intensa, tiene un balance oficial de 17 fallecidos (9 de la insurgencia, 4 de la fuerza pública y 4 civiles, al parecer uno de ellos fuera de combate). Pero los relatos no oficiales, detalla el informe, dan cuenta de “40 civiles heridos, entre ellos 16 menores de edad, 6 desaparecidos, 308 detenidos (de los cuales 170 fueron judicializados y 82 recibieron medida de aseguramiento) y 7 denuncias por torturas.

Las semanas restantes de 2002 no llevaron paz. Siguieron allanamientos y capturas por parte de la fuerza pública. Y también denuncias por acciones paramilitares que dejaron varias personas desaparecidas y asesinadas. Los habitantes tuvieron que abrirle la puerta a la desgracia. Para convivir con ella, muchas mujeres se rodearon unas a otras. Comenzaron a unirse en sus anhelos de verdad y ganas de denunciar, aún en medio del terror que sentían. En la Corporación Jurídica Libertad encontraron asesoría jurídica y llevaron los casos a la justicia; en la fundación Madre Laura, la hermana Rosa Cadavid les permitió hacerse más fuertes en medio del dolor que compartían. Comenzaron las vigilias en la comuna 13, los carnavales por la vida, la movilización social, campañas y conmemoraciones que aún hoy hacen cada año. Llegaron a ser unas 180, 23 han muerto y otras cuantas no pueden asistir con la misma regularidad a los eventos del colectivo.

Amparo Cano solo faltó a algunos de ellos cuando enfrentaba el cáncer de ovario que la sorprendió en noviembre de 2019. Se deprimió, se hizo las quimioterapias, la operaron, sobrevivió en medio de la difícil pandemia por covid-19 y se enfocó de nuevo en su lucha colectiva hasta mayo de 2021. Una lucha que comenzó el 26 de octubre de 2002. Eran las 6:30 de la mañana y Hernando de Jesús se estaba organizando para salir. Tocaron la puerta y cuando Amparo abrió eran hombres armados preguntando por su esposo. No pudieron hacer otra cosa que dejar que se fuera; les dijeron que regresaría pronto. Alejandra, que tenía 13 años, no olvida que su padre se cambió las chanclas por unos tenis y les dio a ambas un beso antes de partir. Nunca más lo volvieron a ver.

“Hernando: estamos en posición de espera y también recordando la ausencia. La primera parte estoy con mi hija tratando de superar esa ausencia, la cual nos causa mucho dolor y mucha incertidumbre... La segunda representa la espera que hemos tenido en el transcurrir de todo este tiempo de caminar y caminar. Seguiremos caminando hasta que dios lo permita”. Amparo.

Con la noche aumentó la preocupación. Las preguntas de Amparo por el paradero de su esposo tuvieron como respuesta una amenaza de muerte para que dejara el barrio Belencito de la comuna 13. Huyó con Alejandra y con su otro hijo de 24 años. Cuando fue a la Fiscalía a denunciar, uno de los funcionarios le dijo que seguramente Hernando estaba con la moza. Ella se enfureció. Otro empleado le tomó la declaración y la hizo sentir mejor. Ahí comprendió que era necesario elevar la voz y exigir. Lo hizo en el movimiento social con otras mujeres. Casi dos años después, el 6 de marzo de 2004, su hijo Adonis también fue arrancado de su hogar por hombres armados.

Para entonces, vivía en Caucasia, en el Bajo Cauca, con la familia que conformó. Tenía un niño de 2 años; con él estaba jugando cuando tuvo que despedirse por instrucción de hombres armados que lo sacaron de casa, tal como a su padre. Lo vieron ponerse la camiseta y montarse en la moto. Nunca volvieron a saber de él. Amparo viajó a la región para denunciar el hecho. Tanto quería a su hijo, aunque no hubiese estado en su vientre. Lo acogió como a su primogénito cuando era un niño; siempre le dijo mamá. Alejandra tenía 15 años cuando perdió a su mayor y único hermano. Nunca dejó luchando sola a su madre.

Las 24 muertes en el colectivo son para las demás mujeres una consecuencia de somatizar el dolor. Por lo menos en muchos de los casos, dice Luz Elena Galeano, quien no ha parado de buscar a su esposo Luis Javier Laverde, también desaparecido el 9 de diciembre de 2008 en la comuna 13, por hombres armados cuando iba para el trabajo. Creen que ese dolor se ha convertido en un cáncer o ha deteriorado el corazón. “Es muy triste porque son compañeras que se han ido sin saber la verdad, sin que haya justicia. Son 20 años de lucha y aún no sabemos quiénes fueron los responsables, hemos tenido logros importantes, pero hace falta mucho más apoyo del Estado”, cuestiona Galeano.

Para ella, uno de los golpes más duros fue después de 2015, cuando no hubo hallazgo de restos óseos durante las excavaciones que se hicieron en el sector conocido como La Escombrera, en la comuna 13, donde se presume que enterraron víctimas de desaparición forzada. Desde entonces, han sido años de espera porque las búsquedas no se han reactivado, si bien el lugar cuenta con medidas cautelares de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) y actualmente se hacen exploraciones en otros polígonos donde proyectan iniciar nuevas búsquedas.

La angustia de esperar y la desilusión, cuenta Galeano, también generaron un efecto emocional muy grande. Querían encontrar aunque fuera un cuerpo, no importaba que no fuera de ninguno de sus familiares, porque saben que ahí bien podría haber víctimas de desaparición de otros lugares.

Por eso creen que el infarto que le dio a Rubiela Tejada, dos semanas después de la muerte de Amparo, podría tener su raíz en el sufrimiento que le causó la desaparición de su hijo, que tuvo que afrontar después de que ya le habían asesinado a otro, al que por lo menos pudo enterrar. Rubiela era firme en sus exigencias ante las instituciones y ese espíritu de lucha palpitó con fuerza en la última conmemoración de la Operación Mariscal en la que estuvo, la del 21 de mayo de este año.

Así la recuerda Teresa Restrepo; también busca a su hija Karol Vanessa Restrepo. No sabe nada de ella desde el 25 de octubre de 2002. Tenía 17 años y la desaparecieron de la comuna 13. Pese a que a Teresa le asesinaron otro hijo y ha vivido cuatro desplazamientos, no ha cargado nunca con un dolor más pesado que no saber nada de Karol y cree que eso le ha generado las enfermedades con las que lidia. Pensar en la muerte de sus compañeras le genera cierta rabia porque duele cómo se fueron sin conocer la verdad y golpeadas por la impunidad. Entonces, rendirse no es una opción. Todas, como Alejandra, sienten el compromiso y la necesidad de mantener vivo el colectivo, de seguir buscando.

“Adonis: tu partida ha tenido muchas incertidumbres porque no se nada de ti desde que te sacaron a la fuerza... Nos haces mucha falta, todos los días te esperamos con los brazos abiertos”. Amparo.

Las que quedan seguirán buscando no solo a sus seres queridos, sino también a los de aquellas que han muerto sin encontrar los restos de sus familiares para culminar un duelo, darles una sepultura digna y tener el alivio de saber qué pasó, aunque no sea del todo. Por eso siguen exhibiendo las fotografías de todos los desaparecidos, manteniendo viva la memoria, exigiendo justicia, verdad y reparación, en su nombre y en nombre de Blanca Arango, Carmenza Celis, Luz Miriam Montoya, Blanca Cardona, Carmen Escobar, María Eloína Gaviria, María Cecilia Puerta, Eucaris Arango, Inés Durán, Mariela Narváez, Berta Echeverry, María Judith Fernández, Ligia Castaño, Virgelina Ibarra, Virgelina Agudelo, Victoria Eugenia Sánchez, María Teresa Uribe, María Ofelia González, María Rosa Zapata, Amparo Cano, Rubiela Tejada, Marta López y Argiro Pineda, que no pudieron seguir aferradas a la vida.

Las que quedan dedican cada espacio que pueden a la lucha por sus derechos tras vivir un horror que, según cifras oficiales, entre 1988 y 2014 dejó en Medellín 2.784 víctimas: la desaparición forzada. El resto de su vida lo dedican a trabajar, algunas en la informalidad, a cuidar a sus nietos e incluso a recorrer plazas y mercados pidiendo para vivir, cuenta Galeano. Por lo menos una vez al mes buscan la forma de reunirse para conversar, arroparse con el entendimiento de los dolores compartidos porque no quieren correr la misma suerte de Amparo o Rubiela.

“En el espejo, con mi hija, miramos a lo lejos esperando que por donde está la mirada ellos aparezcan”. Amparo.

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