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El cementerio San Lorenzo clama por un milagro que lo regrese a la vida

Tras varias promesas, la Gerencia del Centro pondrá en marcha este mes un plan para resucitar
el espacio.

  • Así lucía el San Lorenzo el 04 de abril de 1973, cuando todavía prestaba servicio. FOTO Hervásquez, Archivo El Colombiano
    Así lucía el San Lorenzo el 04 de abril de 1973, cuando todavía prestaba servicio. FOTO Hervásquez, Archivo El Colombiano
  • Palomas, grafitis y ausencia de muertos integran el semblante del cementerio, 193 años después de su fundación. FOTO Jaime Pérez
    Palomas, grafitis y ausencia de muertos integran el semblante del cementerio, 193 años después de su fundación. FOTO Jaime Pérez
  • Una escultura de la virgen da la bienvenida en lo que queda del cementerio San Lorenzo. FOTO Jaime Pérez
    Una escultura de la virgen da la bienvenida en lo que queda del cementerio San Lorenzo. FOTO Jaime Pérez
  • La estructura del San Lorenzo se basó en los templos de la época, donde se hacían los entierros. FOTO Jaime Pérez
    La estructura del San Lorenzo se basó en los templos de la época, donde se hacían los entierros. FOTO Jaime Pérez
  • La maleza se alza entre las bóvedas vacías del que fue el primer cementerio de Medellín.
    La maleza se alza entre las bóvedas vacías del que fue el primer cementerio de Medellín.
  • Fachada que se impone entre la cotidianidad del sector de Niquitao, en el Centro. FOTO Jaime Pérez
    Fachada que se impone entre la cotidianidad del sector de Niquitao, en el Centro. FOTO Jaime Pérez
13 de agosto de 2021
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El sol, junto con la vida, decidió apagarse. Las mujeres y los hombres elevaron la vista al cielo, tras sepultar a su deudo, mientras caía la tarde. En sus adentros, pese al llanto, hubo silencio: estos trataban de asimilar el destierro. Aquel cuerpo querido, que fue carne en movimiento, quedaría a merced del tiempo, en una ladera, lejos de ellos.

La escena cobró vida en el cementerio San Lorenzo, entrada la tercera década de 1800. Allí, casi a la fuerza, fueron a parar los muertos. Los templos estaban atestados, pues no cabía un alma más bajo sus suelos. Y aunque enterrarse cerca de altares fue una forma de asir la eternidad, la “razón”, que se impuso en tantos pueblos, también dictó sentencia en ese respecto.

Una disposición borbónica llevó a las afueras de la ciudad los cementerios. Eso zanjó el destino del camposanto, el cual, dice uno de sus actuales cuidadores, pudo haber nacido muerto. Las afugias relatadas por el celador son evidentes en ese lugar donde ya nadie hace duelos. La estructura está en los huesos y la maleza sigue creciendo.

Lo único que parece conservarse por completo es un cuarto pequeño. Allí se alojan quienes cuidan de los muertos que se fueron, en medio de rejas que ya no son portón y de tapias frías que se resisten a los embates del tiempo. Adentro, en un casillero, se sobrepone un crucifijo. Afuera, en el ingreso, una virgen custodia lo que queda del cementerio.

El gorjeo de las palomas, entretanto, invade cada bóveda vacía. Columnas vinotinto e hileras blancas de huecos sin almas soportan sus crías y restos. Ese panorama lúgubre, según la Gerencia del Centro, cambiará en los próximos meses. Aunque no hay plata para intervenir el inmueble, sí hay un plan para resucitarlo.

Una escultura de la virgen da la bienvenida en lo que queda del cementerio San Lorenzo. FOTO Jaime Pérez
Una escultura de la virgen da la bienvenida en lo que queda del cementerio San Lorenzo. FOTO Jaime Pérez

Vivir

Carlos Andrés creció, se reformó y sigue “la lucha” en Niquitao, al pie del cementerio. El barrio, cuenta, hoy no es peligroso, pues tuvo épocas peores: “Hay que venir y sentarse para conocerlo”. De chiquito cogía mangos en el San Lorenzo. También enterró a familiares de sus compañeros de colegio, porque a él, confiesa, no le tocó: “¡Gracias a Dios!”.

Sabe de las varias promesas que le han hecho al cementerio. Desde 2006, cuando se desocupó la última bóveda para el traslado de restos humanos a El Universal, el lugar y la comunidad han sido objeto de planes por parte de todas las administraciones. Poco se ha cumplido, dice. Aunque aclara que desde que salió el último muerto, la “cosa” mejoró.

La vida en ese punto del Centro era complicada. Sus 35 años de vida en el lugar le permiten aseverarlo. Sentado entre la maleza que se alza hasta las rodillas, en el ingreso del otrora camposanto, rememora cómo esa plazuela a cielo abierto era, para algunos, más que una sentencia.

Los combos de Las Palmas y Niquitao no se podían ver. En la mitad se abría paso el camposanto: “Por acá había combos en cada cuadra. Uno no podía pasar de un lado a otro. Hoy ya usted se puede mover por cualquier lado, y no le pasa nada”.

Cruzar de un lado a otro se convertía, según Carlos, en un guiño a la muerte. Ver la ciudad, por entre las rejas del cementerio, era posible. Ya pasar de un lado a otro, por descuido o por arrojo, significaba ir directo al despeñadero. “La cosa es que el cementerio no quedaba lejos... Eso ya no se ve. ¡Gracias a Dios!”.

La situación era delicada, confirma Antonio, quien trabaja como latonero de carros a las afueras del cementerio y vivía, con su mamá, un par de casas abajo. Recuerda que por donde se va a San Diego había casas y no carros, como ahora. Y que él ha presenciado mucha cosa: “La situación era delicada. Ahora no: todo mundo se saluda. Es tranquilo. Al cementerio vienen turistas, a veces hacen eventos”.

La capilla abandonada, que fue el primer cementerio bien logrado de la ciudad, es acompañada por un negocio donde personas como Antonio, al ritmo de la radio, le dan una nueva cara a carros viejos o estrellados. Allí, con latonería y pintura, los motores vuelven a vivir. Él, recostado en un poste de luz, hace un alto y cuenta lo que ha visto.

El consumo y los habitantes de calle ya está más calmado, dice. “Esa gente agarró fue pa’ la Magdalena, más pa’ bajo”. Los relatos de Antonio y Carlos, pese a las quejas de otros vecinos, que se despachan contra los viciosos y el desaseo en el cementerio, son positivos. “Es que primero se veían unas cosas...”, recuerda Carlos.

“Apenas usted entraba, veía a gente jugando con las cabezas de los muertos. Era, mejor dicho, un despelote. Descuartizaban (...). Un ambiente pesado, pero ya vamos pa’ delante. ¡Gracias a Dios!”. Una revelación divina es lo que todavía suplica el San Lorenzo, y quienes le quieren, porque este es tan solo uno de los tiempos lúgubres que presenció.

Aunque el cementerio está vacío y se ha deteriorado, para Carlos la decisión de trasladar su servicio a El Universal fue lo adecuado. Para Antonio, sin embargo, sería oportuno que al lugar le dieran una mano: “Este fue el primer cementerio que funcionó bien en Medellín y no deberían dejarlo morir”, dice el hombre que asiste las afugias de los carros.

La estructura del San Lorenzo se basó en los templos de la época, donde se hacían los entierros. FOTO Jaime Pérez
La estructura del San Lorenzo se basó en los templos de la época, donde se hacían los entierros. FOTO Jaime Pérez

Recordar

El celador que habla del destino trágico del San Lorenzo parece estar en poco equivocado. Diego Bernal, historiador y miembro de la Red Iberoamericana de Cementerios Patrimoniales, y Gloria Mercedes Arango, quien rastreó la vida de los cementerios en Medellín, entre 1786 y 1940, lo confirman en sus relatos.

Hacia 1806, el síndico procurador de Medellín solicitó ante el Cabildo la licencia de construcción para el primer cementerio de la ciudad. Argumentó, entonces, que el pavimento de la Iglesia Mayor, hoy La Candelaria, sufría de humedad y la tierra, cuando se removía para los entierros, dejaba brotar un olor pútrido, que era insoportable.

La propuesta fue acogida por el Cabildo y así, según Bernal, se levantó ese camposanto. Este fue llamado San Benito y se ubicó en el cruce conocido como Juanambú con Carabobo. Pero el intento no salió del todo bien. El temor al destierro fue una de las causales para que los entierros en capillas como San Juan de Dios, El Carmen y San Benito no cesaran.

En 1828 se bendijo, por fin, el San Lorenzo. Mediante la emulación de un templo, las autoridades de entonces levantaron en el Camellón de La Asomadera el nuevo cementerio. El lugar quedaba a las afueras de la ciudad y pretendía evitar afectaciones en la salud pública, por la convivencia poco distante entre vivos y muertos.

Pero treinta años después se conocieron los primeros reproches contra el camposanto, relata Arango. Esto dijeron los vecinos del sector en una consigna pública: “Si los sepulcros, las cruces y los monumentos se han perdido entre la maleza o han sido despedazados por los animales dañinos (...), será en vano negar que el cementerio ha perdido su importancia (...)”.

Se trató de gestionar una intervención, pero nueve años más tarde la comunidad se quejó nuevamente del abandono y amenazó con tirar sus muertos al río. Preferible, dirían, que comieran los peces bajo las aguas, antes que ver las losas rotas con sus queridos profanados por las fieras.

Otro hecho se sumaba a las inconformidades. El proyecto que la élite de Medellín comenzó a materializar en 1842, para construir un cementerio privado, había hecho mella. En el acta de fundación, los impulsores del San Vicente de Paúl, renombrado después como San Pedro, indicaron: “No nos induce ningún objeto de vanas y ridículas distinciones, sino el bien de la población”.

Los del San Lorenzo, cansados de las afugias, contrapuntearon: “Aquí no aparecen las firmas de algunas personas que tienen comodidad, algunos artesanos que tienen dinero, porque esos tienen sus locales y otros sus grandes mausoleos. Solo hablan de pobres los desheredados de la fortuna, los que no tenemos más amparo que Dios y los hombres de buena voluntad”.

La maleza se alza entre las bóvedas vacías del que fue el primer cementerio de Medellín.
La maleza se alza entre las bóvedas vacías del que fue el primer cementerio de Medellín.

Una oportunidad

El San Lorenzo no soporta más rechazos, sostiene Carlos. Aunque la seguridad de la zona ha mejorado, cuidar del cementerio patrimonial dejaría atrás tantos estigmas. En ello coincide Mónica Pabón, gerente del Centro, quien expone que la intervención del sitio comenzará a través de un encuentro indígena.

“Queremos darles ese reconocimiento a estas poblaciones, mediante eventos como ferias artesanales, con participación de las diferentes etnias que habitan el Centro. A esto se sumarán las organizaciones culturales que allí operan. La idea es que estas se vuelquen al parque cementerio con toda su oferta”.

¿Cómo se logrará? La ruta, según la gerente, está en construcción. Aunque no se tiene claro el presupuesto, la idea es que otras dependencias de la Alcaldía participen de la activación: “Tendremos que tomar decisiones importantes, como analizar un posible cierre del cementerio. Eso será una directriz del alcalde: abrirlo como espacio público o cerrarlo, para tener mayor control”.

Las actividades mediante apropiación ciudadana comenzarán a finales de este mes, con un congreso tradicional de medicina indígena: “En el transcurso de este semestre vamos a ver cosas importantes para el cementerio de San Lorenzo”, fueron las palabras de la gerente.

El camposanto, como Carlos, Antonio y quienes le abrazaron a medida que la ciudad creció, espera que esta vez sí se le cumpla el milagro. Tras prestar servicio por más de 170 años, traerlo de vuelta, así no sea para albergar muertos, permitiría que allí se apague el sol pero no la vida.

Fachada que se impone entre la cotidianidad del sector de Niquitao, en el Centro. FOTO Jaime Pérez
Fachada que se impone entre la cotidianidad del sector de Niquitao, en el Centro. FOTO Jaime Pérez

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