Una ciudad vacía con relación a la de un lunes habitual, fue el panorama ayer en Medellín, en las primeras horas del día. En horas de la mañana, mientras gran parte de la ciudadanía acataba la recomendación de trabajar desde sus casas y con las clases suspendidas en colegios y universidades, el alcalde Daniel Quintero declaró calamidad pública como medida para contener la expansión del coronavirus.
Cabe recordar que, hasta ayer, la cifra total de contagios confirmados en el país se elevó a 57 personas, de las cuales siete están en Medellín y una en Rionegro.
El alcalde Quintero reveló que desde la administración asignaron alrededor de 13.000 millones de pesos para atender la emergencia sanitaria que vive la capital antioqueña y equipar con más de 100 nuevas camas los centros médicos. Además, la declaratoria, que está amparada por la Ley 1523 de Gestión de Riesgo de Desastres, también contempla otras medidas, por ejemplo, el acondicionamiento de hoteles para aislar de manera preventiva a extranjeros, laboratorios de universidades para apoyar el sistema de salud, medidas en centros de reclusión, unidades residenciales y otros espacios; así como la identificación de grupos de voluntarios que puedan ayudar en la emergencia sin comprometer su integridad.
El pasado 13 de marzo el gobernador de Antioquia, Aníbal Gaviria Correa, ya había declarado el estado de calamidad pública en salud en todo el departamento por un periodo de seis meses (ver Recuadro).
Así amaneció Medellín
Entre las 6:00 a.m. y las 7.00 a.m. las vías de la ciudad presentaban una disminución del parque automotor, previo al inicio del pico y placa. Las puertas de colegios y universidades estaban cerradas y la plazoleta del centro administrativo La Alpujarra, que tiene gran flujo de personas desde temprano, estaba casi vacía.
No obstante, servicios como el que presta la Oficina de Pasaportes siguieron su curso normal y algunos ciudadanos aguardaban en la fila por su turno. Quienes sí montaron sus puestos de trabajo desde las primeras horas el día fueron los vendedores ambulantes, con sus carritos de dulces y sus termos con tinto. También se ponían en posición los loteros y chanceros.
Aunque las puertas de los colegios estuvieron cerradas, al menos cinco padres de familia llegaron con sus hijos a la portería de la Institución Educativa Concejo de Medellín, en el barrio Floresta, para escuchar la noticia de que las clases estaban suspendidas, pues esa fue la instrucción del Ministerio de Educación desde el pasado domingo.
En Belén no hubo distracciones en el colegio Benjamín Herrera, a donde no llegó ningún estudiante uniformado, pero sí uno que arribó a preguntar si se sabía hasta cuándo estarían por fuera de las aulas.
Cuando el reloj marcó las 7:00 a.m., la misa de la parroquia El Sagrario, en el barrio Sevilla, tuvo sus fieles habituales escuchando el sermón del párroco. Uno de los barrenderos del lugar contó que tuvo una asistencia normal y al mediodía la iglesia abriría de nuevo para la siguiente eucaristía.
En la Universidad de Antioquia, desde el acceso occidental de la estación del metro, con la llegada de cada tren solo descendía un promedio de 15 personas, cuando las escaleras de esta parada suelen estar llenas de estudiantes, profesores o empleados en su desplazamiento habitual hacia la institución.
El Metro informó que, solo desde las 4:15 a.m. hasta las 10:00 a.m. de ayer, el sistema transportó 357.925 pasajeros. “En la misma franja horaria del lunes 24 de febrero (con pico y placa regular), se movilizaron 446.854 pasajeros. Es decir, se presentó una reducción del 19,9 % (88.929)”, indicó la compañía.
Un escenario diferente se vivió en la Central Mayorista de Antioquia, en Itagüí, donde Rocío Colorado, que tiene un puesto de frutas y legumbres, contó que el flujo de personas sí fue mayor, pero no para comprar productos perecederos, sino para abastecerse de alcohol, gel antibacterial, papel higiénico, o para surtir la alacena de arroz, granos y panela.
Ella sospecha, por las filas que vio el fin de semana en los supermercados habituales, que esos productos deben estar escasos en otros lados y por eso muchos van a la plaza para encontrarlos.
Dudas de la gente
Henry Marín atiende uno de los kioscos a las afueras de la U. de A. Junto a su negocio hay otro de jugos cuyo dueño suele madrugar más. Sin embargo, como la universidad está casi vacía, pues solo hay algunos empleados y profesores planeando cómo seguir las clases virtuales, su vecino decidió no abrir y él dice que en su tienda las ventas bajaron.
“Aquí tengo que pagar arriendo, servicios, entonces no es como que uno pueda cerrar y ya. Los impuestos siguen llegando, los gastos de la casa no paran. Me preocupa saber hasta cuándo seguirá esto así”, expresó.
Pero su autocuidado no es cuestión menor. Al manejar tanto dinero en efectivo, compró un tarro grande de gel antibacterial que usa luego de cada transacción, aunque debido al riesgo frente al Covid-19 por estos días esa medida de precaución sea corta.
Ese mismo desinfectante es el que tiene Octavio Arbeláez en el mostrador de su panadería en el barrio Sevilla, que no solo lo usa él o sus empleados, sino que lo ofrece a los clientes que lo soliciten.
En su local han estado muy pendientes de las noticias y quieren seguir al pie de la letra todas las recomendaciones de las autoridades. “También reforzamos la limpieza de la loza y todo lo que usamos en la panadería”, dijo.
Según Arbeláez, las ventas han caído en un 60 %, pero no solo desde ayer, porque el temor por el covid-19 ya se habría manifestado desde la semana pasada. Agregó que su negocio seguirá abierto mientras las autoridades no indiquen lo contrario.
“Hasta que la autoridad de sanidad nos diga que podemos prestar servicio, lo haremos. Si nos dicen que se debe cerrar, pues cerramos, porque sabemos que tenemos que ayudar entre todos para superar este problema”, expresó.
A un costado del centro comercial Unicentro, una tienda de artes y diseño también sufre el impacto por la cancelación de clases en la Universidad Pontificia Bolivariana.
María Alejandra Ruiz, responsable del lugar, indicó que en un día habitual, entre 8:00 a.m. y 9:00 a.m., ingresan a la tienda entre 15 y 20 personas, mientras que ayer, en ese mismo rango horario, solo llegaron tres clientes al local.
Junto a las otras trabajadoras del lugar, ella expresó que tiene muchas dudas y espera qué directriz tienen desde la gerencia de la cadena comercial. Entre tanto, todas siguen una estricta rutina de higiene para evitar contagiarse del virus mientras están allí.
“Para nosotros no sería lo mejor parar, nos afectaría como empleados, pero si al final es necesario hacerlo para cuidar nuestra salud y la de los demás, lo asumiremos con responsabilidad”, dijo Ruiz.
Mientras atendía a unos clientes, la cajera de una tienda de café manifestaba resignación frente a la situación. “Yo no puedo irme porque no me van a pagar, entonces tengo que seguir trabajando aunque aquí estoy más expuesta. No todos tenemos esa facilidad de trabajar desde la casa. ¿Quién va a velar por mis gastos? Esa es la pregunta”.