Llena de milagros y coincidencias, así ha sido la vida de Sebastián Álvarez Pérez, un joven de Medellín quien a pesar de tener parálisis cerebral y trastorno del lenguaje acaba de graduarse como ingeniero de Sistemas e Informática en la UPB, y ya labora en una multinacional de la información, la cual lo reclutó en plena pandemia.
Pero muy pedregoso y lleno de obstáculos fue el camino que recorrió Sebastián para alcanzar la que, hasta ahora, ha sido la máxima conquista de su vida. Hace 27 años, cuando nació, el pronóstico no podía ser más desalentador: “me dijeron que mi hijo iba a ser como un vegetal y que nunca iba a ser capaz de hablar”, cuenta su madre, Claudia Álvarez, quien creyó más en su fortaleza para luchar que en la ciencia médica. El tiempo le demostró que el amor todo lo puede, como pasó en su caso particular.
La que pronosticaba ser una tragedia empezó cuando ella tenía tres meses de embarazo. En ese momento le descubrieron una enfermedad llamada Bartolinitis, un absceso en las paredes de la vagina, que no podía operarse hasta tener un avance mayor. Un error o falta de previsión antes de la cirugía originó el mal con el que nacería su hijo.
“Me aplicaron 1 millón 200 mil unidades de penicilina cristalina sin preguntarme si yo era alérgica y eso me produjo que entrara en shock anafiláctico (reacción alérgica generalizada), durante el cual se afecta todo lo que sea extraño al propio cuerpo de uno, en este caso mi hijo que era el que estaba en mi vientre”.
El consejo que recibió Claudia de muchas personas fue que abortara, pues era muy probable que la situación médica hubiera afectado el feto. La vida le ponía el reto más difícil de resolver para su vida: tener un hijo enfermo, con limitaciones, y lidiar con él toda la vida o simplemente cortarle de una vez lo que sería una vida de sufrimiento. Pero para una madre embarazada y creyente, “arriba de Dios no hay nadie” y ella decidió seguir adelante con su embarazo. El premio llegó el 2 de enero de 1995, día en el que Claudia dio a luz a su único hijo, el dueño de todas sus alegrías.
El esmero de una madre
Fe y lucha. Estas serían las dos palabras para definir la tarea que emprendió la madre de Sebastián. Dice que cuando él nació lo vio tan bello y tierno que se olvidó de lo que habían diagnosticado los médicos.
“Iba muy bien, pero como a los seis meses empecé a notar que no se movía, no se volteaba, no me miraba ni se comportaba como todos los niños. Fui a consultar y ya me confirmaron lo de la parálisis cerebral y me dijeron el camino que quedaba: iniciar terapias, visitar cuanto especialista había, empezar terapias, equinoterapias, hidroterapias y no dejarse rendir”, relata Claudia, una mujer admirable y dulce y plena de amor por el hijo que le dio la recompensa de sobreponerse a la enfermedad y hacerlo con honores.