Andrés Caicedo

Una visión suicida; ante una sensación de vida, el cine

Por: Sara Botero jaramillo

Andrés Caicedo encontró en su conflicto personal, la respuesta a la disyuntiva de su literatura, la incomunicación con los otros debido a su problema de tartamudeo, lo llevaron a un mundo de disciplina, allí  se sumergió en su apasionamiento sutil entre la cinefilia y la literatura, en ambas sucumbían todas aquellas proezas que ya desde pequeño había prometido, desde sus 15 años ya era un literato, en el sentido de ser reconocido por varias personalidades importantes de la literatura colombiana, en la medida que fue trascendiendo su corta vida, fue exactamente esa incomunicación paradójicamente la que hizo de la traducción de su lenguaje, una voz joven, opacada por el godismo que se veía en esa época y por el poco apoyo artístico que brindaban en Cali, su ciudad natal, musa incluso, de muchos de sus cuentos, relatos, guiones y novelas.

A medida en la que el cine colombiano avanza a través de la literatura: María de Jorge Isaacs, Aura o Las Violetas, La vorágine, Cóndores no entierran todos los días y otras tantas identitarias de la Colombia pasada, pretenden quizá llenar un vacío existente en el emerger de las realizaciones fílmicas y bibliográficas, Andrés y su pasión por el cine  sofocaron un poco esta esfera fílmica pero desde su cine-club en Cali, donde espectadores caleños ratificaban su talento innato para ser cinéfilo.

Andrés, desde su visión pesimista alentaba la posibilidad inquietante de un drama desmesurado, diluyéndose sobre todo, en experiencias underground, allí dentro de éstas, apelaba a una adolescencia muy “particular” para la época, en donde, si bien es cierto el devenir de criterios innovadores y excéntricos en una rama artística como la literatura, era algo casi que imposible e improbable, adolecer de ciertos criterios conservaduristas en su forma narrativa, lo hizo muy sui géneris para los escritores de ese tiempo en específico.

Dice Sandro Romero “Sus escritos poseían la virtud de la euforia creativa y el afán por el dominio de la técnica y la estructura de un film”  con esta descripción ajustada a su narrativa, se adhiere entonces a una creación rica en elementos cineastas pero también enriquecidos de vivencias sobretodo clandestinas, es el caso de Calicalabozo el libro del recuento de relatos escritos por él, todos estos en el acontecer de la Cali cotidiana, esa Cali en donde lo callejero es lo primero y lo que sigue son puras y no más que irrelevancias maltrechas.

Siempre con esa precocidad reacia al cambio, con esos pensamientos sujetos al presente, a la realidad, al mirar para creer, a la reacción de experimentos, siendo él, el científico chiflado de su historia.

Si bien,  la única creación tangible que tuvo en el cine fue la codirección con Carlos Mayolo, de una película inconclusa en 1971, Angelita y Miguel Ángel, uno de sus escritos, de Unos pocos buenos amigos, en este aspecto también se mantuvo su estilo innato, la prescripción que bordea su personalidad mítica:  la capacidad de establecer criterios propios y sostenibles a través de textos inéditos estructurados de una manera intrínseca, pero al mismo tiempo subordinada a lo que veía en su cine-club de Cali, en donde no sólo tenía la presencia de un crítico con mucha actitud  sino, también una sorpresiva curiosidad que transmutaba de manera recíproca entre sus textos literarios, de cine y sus diarios personales, todos estos ahora, aprehensibles para la ayuda académica de materiales fílmicos.

Lo que más incurrió en su constante crítica del cine tiene que ver con los temas de films norteamericanos, en donde la preocupación principal radicaba en las películas de  horror y de vampiros, también, incurrió en la curiosidad constante del western, el asombro constante de Andrés por el cine norteamericano, lo llevó a la preparación de varios largos y cortometrajes, para ser traducidos luego por su hermana, pero fracasando en su intento por llevarlos al cine Hollywoodense, esto con el argumento de que en Colombia no habían posibilidades de hacer cine. Más tarde Carlos Mayolo y Luis Ospina  se inspiraron en varios de sus guiones para hacer películas como Pura sangre y Carne de tu carne, utilizando todos estas estructuras de vampiros, sangre y horror.

Otro proyecto relevante en la vida de este escritor fue la participación en la revista Ojo al cine, en esta se  dieron a conocer sus variadas opiniones acerca del cine, su “testamento” y unas cuantas cartas, todos estos inconfundibles por la utilización y amaestramiento de un lenguaje nuevo, “fresco” aunque decirlo suene un poco abrumador, esa era la intención principal, representar la jovialidad de su vida, las vidas que habitaban a la suya, la vida de él que habitaba a las otras vidas, y en esta cadena constante de querer encontrar, encontrase en los otros desde su salvajismo (las drogas y los excesos) inspiración constante de sus pensamientos, esos mismos en los que los críticos han encontrado la diatriba para hacer su contestación en contra.

Tanto la literatura como el cine han constituido hoy en día las dos formas principales del relato contemporáneo, la mediación para la narrativa y el texto sean una conservación de sentido en sí mismas, de ahí, la importancia que tiene Andrés en las esferas intelectuales del país, sus aportes van ligados a las rupturas de la brecha de la línea narrativa del cine y la literatura que hasta el momento se convierte en contemporánea, esa diferencia abismal (entre pasado y presente) aporta la posibilidad por ejemplo de trasladar sus realidad al escenario de su cinefilia, como ocurre en los mensajeros donde Cali es transformado en un estudio de cine y sus experiencias son explícitas o como ya se ha mencionado antes Angelita y Miguel Ángel.

Además de una observación  interna a todos aquellos aspectos de la vida de Caicedo, es preciso ajustar que tanto la literatura como el cine son en definitiva nuestros medios intelectuales de identidad, en este sentido, el afianzamiento y la claridad que se evidencian son en sí ese constructo endeble que queda archivado en las bibliotecas y en las salas de estar de otros cinéfilos empedernidos, Andrés muy bien lo apuntaba al decir “ cada gusto es una aberración” pero esa aberración es en sí la realidad metamorfoseada en un aspecto estético, que a fin de cuentas puede traducirse como mejor le parezca a quien lo transforme: Íntimo, mundano, banal, psicológico, ridículo o bello.

“Más de una vez, los cineastas de identificaron con obras literarias que reflejaban las peculiaridades del sentir y el obrar de sus países de origen” esto escrito en Panorama del cine iberoamericano, presume el canibalismo sustancioso de los gustos de Caidedo, quien en el sentido más literal de la palabra en cada vivencia acentuada desmembraba el quehacer en una sustancia deleitosa para los espectadores y ahora adeptos de sus pensamientos suicidas, en los que retrataba el consentimiento de querer morir a los 25 años, según él, vivir más allá de esa edad era una osadía e insensatez, después de su muerte ¡Que viva la música! Puede considerarse como obra póstuma, en esta novela se evidencia sin más,  el inconsciente de todas sus experiencias, desde el cine, utilizando sus elementos descriptivos y netamente en modo zoom para encontrar la sensación exacta en la literatura y la emoción ajustada al vivir del otro.

DIARIO DE íÑIGO

Septiembre 26 de 2008. La ciudad del DVD pirata. Interior. Día/Noche/día/Noche…
Andrés Caicedo, el más furibundo cinéfilo del país, ese que decía que, en cuanto al cine, todo gusto es una perversión, también decía, antes de quitarse él mismo con sus propios medios su atribulada vida, que por el cine ser un arte relativamente joven (tenía escasos 80 años en ese momento), era posible ver TODAS las obras importantes del séptimo arte.

Poco más de 30 años después, creo que no es posible este sueño cinéfilo y erudito. Muchas cosas han cambiado en estas tres décadas. La principal es que, si bien Hollywood sigue imponiendo su presencia en las salas, la producción en el resto del mundo ha aumentado y ha cambiado la proporción que antes también dominaba la Meca del cine. En Colombia, por ejemplo, apenas en lo que va corrido el siglo XXI, se han realizado más películas de las que se hicieron hasta 1970.

Hasta hace unos cinco años no había problema con esto, pues “películas que no se conocen, corazón que no siente”. La cuestión es que en los últimos años, por vía de la tecnología, en especial la televisión por cable, las descargas por Internet y, sobre todo, el DVD, se abrió un universo inconmensurable de títulos por ver. Sólo repasar las distintas listas a las que se puede tener acceso ya es una labor que quita mucho tiempo.

Y eso si uno sólo se dedica a ver películas en video, sin contar todos los libros por leer y la música por escuchar y las personas con quien conversar y las horas para fornicar y los nocturnos etílicos y ¡Maldita sea! las horas laborales. Por eso no entiendo a quienes dicen aburrirse en la vida, si lo que hace falta es tiempo para vivirla. Pero con tanto por hacer y por devorar, es imperativo establecer prioridades, ser selectivo: ni todas las películas se pueden ver, ni tiempo completo se debe trabajar. Tampoco beber todos los días y tal vez desechar algunos presuntos amigos. Dormir lo justo para no pasar con sueño, pero tampoco tanto para que los sueños se conviertan en blandas pesadillas. Y muy importante también es tener presente una paradoja: dejar un buen tiempo para perder el tiempo.