Un tal Alonso Quijano, de Libia Stella Gómez

El Quijote punk

Oswaldo Osorio

quijano

Una película universitaria es ya de por sí una quijotada. Si bien Libia Stella Gómez tiene la experiencia de haber firmado ya tres largometrajes, uno de ellos documental, este proyecto se desarrolla con el apoyo de la Universidad Nacional y sus estudiantes. Y tal vez por eso es que esta película tiene un cierto espíritu de búsqueda y riesgo en sus componentes y tratamiento. Con una premisa atractiva por los cruces que propone, construye un relato lleno de variables y connotaciones tanto intimistas como de contexto.

Un viejo profesor de triste figura y un escudero que cuida vacas y caballos tienen una amistad forjada por el amor al Quijote y por cierta naturaleza marginal que los define. Son soñadores, por evasión el uno y por voluntad el otro. Tratan de mantener vivo el universo de Cervantes en medio de la indolencia de nuestro tiempo, abriéndose paso entre tanta violencia y el ruido de los nuevos afanes.

El contraste entre lo elaborado y sensible que puede ser el Quijote y lo básico y rabioso que puede ser el punk es el contrapunto que sostiene el ritmo del relato. La Dulcinea es una joven punkera y un profesor es el mismísimo Alonso Quijano. Pero la identificación con esa joven tiene unas implicaciones más profundas en la historia, ella es la imagen que, para el protagonista, conecta con el violento pasado del país, convirtiéndolo en una víctima más que, como los todos demás, lidia a su manera con esa carga.

Aunque este contrapunto parece lo más visible de la película, en realidad el relato es movido por ese sancho gentil y despistado. Él termina siendo el hilo conductor y el punto de vista. Es el escudero de la trama, quien desenrolla la adversa vida de Quijano y arroja luz sobre los detalles de la historia. Paralelamente, hay una línea narrativa del pasado que está construida inteligentemente, desde el envejecido acabado de la imagen, hasta ese extrañamiento de verla entrometiéndose en el relato, sembrando la intriga en el espectador, a quien le anuncia que esa no solo es una historia de locura y amor a los libros.

Pero, en general, sí es una película sobre la locura, la de un hombre y la de un país sumido en décadas de conflictos y violencia. Y entre la una y la otra el relato juega con distintos tonos: comedia, drama, intriga, película juvenil, farsa y fábula. Algo que no todas las películas que lo tienen logran capitalizarlo, pero aquí no molesta, porque todos esos códigos están orgánicamente integrados en la narración y esta combinación se convierte en una de sus principales virtudes.

A pesar de que a su clímax tal vez le faltó intensidad y que por momentos la puesta en escena parece resentirse del largo y discontinuo proceso de rodaje (con la muerte de su actor principal incluida), se trata de una película entrañable y estimulante, con muchas imágenes bellas y poéticas, como la del Quijote y Sancho cruzando la ciudad en Vespas. Una quijotada como tantas del cine nacional, que también da cuenta de la consolidación de la obra de una de las pocas directoras que tiene el país.

 

Ella, de Libia Stella Gómez

Una mujer es una mujer

Oswaldo Osorio


Esta película se desarrolla en el cruce de dos marginalidades, la de la precariedad económica y la de ser mujer, especialmente marcada por ese contexto de carencias materiales. Paradójicamente, es protagonizada por un hombre, pero es un personaje que funciona más como hilo conductor, casi como una excusa, para poder observar de cerca a varias mujeres y sus adversas condiciones en medio de un mundo violento e indolente, con ellas y con todo.

La niña que es ama de casa y víctima de la violencia doméstica, la mujer dedicada a su esposo y olvidada por su hijo, la madre errabunda que recorre el barrio con la foto de ese muchacho que seguro no volverá a ver, y la mujer solitaria y cuyo único pretendiente es el último hombre con quien cualquiera quisiera estar. Aunque de fondo hay más, es en estas cuatro mujeres que el relato pone su énfasis y lo hace con una mirada tanto comprensiva como condolida.

De hecho, se trata de una historia bastante triste, incluso deprimente, donde los personajes no tienen casi ninguna oportunidad. Pero no por eso es una visión o un tratamiento miserabilista de estos personajes y su realidad. Tal vez esa sea la principal virtud de esta película, que es capaz de hablar de tales carencias y desventuras de una forma honesta y sensible, sin concesiones al sentimentalismo o a la conmiseración.

Probablemente lo que menos funciona es la historia en sí, es decir, la anécdota que articula todo el relato, en la que un viejo deambula con el cadáver de su esposa en procura de darle sepultura. Y es que si bien a partir de dicha anécdota es posible hacer ese mapa de la marginalidad de aquel barrio, de la violencia que hace parte de su cotidianidad y su paisaje, y de aquellas mujeres arrinconadas por ese entorno, muchas veces lo asalta a uno la extrañeza por el rumbo de esa historia y sus situaciones. Es cierto que todo es explicado en su momento, pero para el realismo y la cotidianidad que impera en la propuesta, esa anécdota resulta, si bien no inverosímil, al menos un poco insólita y extrema.

De gran riqueza expresiva y complemento estético para el universo propuesto y los temas tratados es su planteamiento visual. Una cuidada fotografía en blanco y negro acompaña, comenta y comprende aquella áspera realidad, mientras los guiños de color que eventualmente la salpican la ungen de cierto tono poético. Aunque también es cierto que, en algunos pasajes, tanta belleza visual parece contradictoria con tanta fealdad humana. Tal vez sea porque se trata de una película de contrastes, donde el más importante es ese que constata que los peores momentos y las más adversas circunstancias también sirven para sacar lo mejor de las personas.