Spencer, de Pablo Larraín

La princesa se desmorona

Oswaldo Osorio

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Larraín lo hizo de nuevo, pero esta vez subió la apuesta. De nuevo hizo el biopic de una mujer que en suerte le tocó acompañar al poder y ser reflejo de él. Después de dirigir películas en su Chile natal como Tony Manero, Post morten y El club, vimos con escepticismo que se iba a Hollywood a contar la historia de Jackie Kennedy, pero el retrato que hizo, centrado en solo los días subsiguientes al asesinato de su esposo, resultó ser meticuloso, complejo y lleno de connotaciones.

Ahora se aventura con un personaje femenino aún más icónico y sobre quien recayó siempre la sombra del poder al que decidió acercarse. Pero como en Jackie (2016), Larraín con Lady Di no optó por un biopic convencional, pues de nuevo le apostó a dibujar a su personaje en el marco de unos pocos días, en este caso tres, que fueron durante los cuales se llevó a cabo un encuentro navideño de la familia real británica.

Desde el mismo título, el apellido original de la princesa Diana, la película decide la forma como va a abordar al personaje, esto es, definiéndola desde sus raíces y en su voluntad de recuperar su identidad al margen de la familia de su esposo. Y es que, efectivamente, en estos tres días Diana es un ser marginal, pues ya no pertenece a ese mundo de cuento de hadas que a millones de personas emocionó al momento de su matrimonio.

Por eso el relato se centra en ella, en su introspección, su turbulento diálogo con el pasado y el desmoronamiento del que todos son testigos. Para dar cuenta de esto, la película cuenta con tres potentes recursos, el primero, la interpretación de Kristen Stewart, cuyo gesto actoral encaja acertadamente en esa actitud que siempre se le vio a la princesa; el segundo, es la música (con efectos sonoros y todo), a veces demasiado enfática para recalcar su malestar y desestabilización, pero de todas formas eficaz con lo que se buscaba; y el tercero, aislar al personaje y desarrollarlo en ese momento crítico y coyuntural.

En este tercer aspecto está la clave del planteamiento del guion y de la puesta en escena, pues ella apenas si tiene un par de cortos diálogos con la reina y el príncipe, algunas interacciones con sus hijos y cierta conexión con tres personas del servicio. Con estos últimos es que se logra desentrañar y confrontar muchos de los conflictos y dilemas de la protagonista. Pero, en realidad, gran parte del relato (y de la apuesta) es observarla en su solitaria lucha por sobrevivir a su entorno y al angustioso proceso para desprenderse de él. Para tal propósito, el referente de Ana Bolena resultó muy elocuente y con fuerza, tanto para el personaje como para el relato, así como las escenas de delirio y ensoñación.

Entonces, este biopic no es un cronológico cuento de hadas con su final infeliz, es solo un fragmento de vida de una mujer y sus circunstancias, con el cual un director inteligente supo dar cuenta, con tanta potencia como sutileza, de las aflicciones de una princesa y el peso que cargaba, pero también de la naturaleza de esa, que no familia, sino institución milenaria de la que hizo parte.

Ema, de Pablo Larraín

O la danza del fuego

Oswaldo Osorio

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Imposible hacer la cuenta de todas las películas que empiezan con la pérdida de un hijo, el subsecuente drama del duelo y el inevitable deterioro del matrimonio en cuestión. Pero que esa pérdida haya sido por decisión de los padres, es una vuelta de tuerca cargada de implicaciones que transforman sustancialmente un conflicto tan recurrente. Con este material Larraín logra una historia inesperada y sinuosa en sus pretensiones y soluciones, razón por la cual sus resultados son ambiguos e irregulares.

En estos tiempos sin salas de cine, se estrenó en la plataforma Mubi (que tiene una buena oferta para la cinefilia más exigente) la última película de quien es, sin duda, el director más importante de la última década en Chile. El autor de Tony Manero, Post morten, No, El club y Neruda esta vez, a diferencia de todos estos títulos, cuenta una historia más intimista y distanciada del contexto chileno: Ema y su esposo devuelven el niño que habían adoptado, esto luego de un trágico accidente en el que este le quemó la cara a su tía.

La diferencia entre perder un hijo y devolverlo es que la tristeza se cambia por un odio latente entre esa pareja que todavía parece que se ama. Entonces los ires y venires emocionales y afectivos de este matrimonio marcan el fluctuante tono de un relato que pasa del drama conyugal y la búsqueda del amor en otras personas al gesto rebelde y liberador de una joven que parece conducirse por otros valores morales y sociales.

Y en este sentido, entra en juego la cuestión de la empatía con la protagonista, ese proceso de identificación con esta al que cualquier espectador se ve impelido en todo relato. Larraín y sus coguionistas parecen ponerse de parte de ella, pero la relatividad moral suya puede hacer dudar al espectador sobre esa identificación. Entregó a su hijo, pero luego se obsesiona por recuperarlo; ama a su esposo, pero luego practica el amor libre; es una cálida profesora de danza para niños, pero luego sale en actitud anárquica a prenderle fuego a Valparaíso.

Por esta razón, no queda muy claro qué es lo que quiere decir la película, porque puede leerse como una crítica a la volubilidad y desorientación de la juventud actual, o también como una colorida y danzarina oda al espíritu trasgresor y libertario de esta generación. O tal vez se trata de las contradicciones sociales y morales de nuestro tiempo, las cuales se pueden ilustrar con los argumentos a favor y en contra que sobre el reguetón se platean en una de las escenas.

El final de esta historia es definitivo para decantarse por alguna de estas posibilidades (o para embrollarse más). Un final que, sin tener que revelarlo, también ofrece diferentes opciones, pues puede resultar tan insólito como rebuscado, o también puede verse como una fábula proclive a promover otras concepciones del amor y la familia. Lo cierto es que por esta película no se pasa impune, porque de alguna manera, para bien o para mal, afecta, repele, atrae, disgusta, cuestiona, aclara o confunde.

 

 

Neruda, de Pablo Larraín

El policía y el poeta

Oswaldo Osorio

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La persecución política contra el poeta Pablo Neruda es una excusa para que, de nuevo, el cineasta Pablo Larraín hable de la historia de Chile y la comente de forma reflexiva e inteligente. Se trata de una película muy distinta a esas obras por las que se dio a conocer, pues le apuesta, con la ayuda del dramaturgo Guillermo Calderón, más a un relato poético, consciente de sí mismo y con mayores recursos estéticos y narrativos.

En títulos como Tony Manero (2008), Post Mortem (2010) y El club (2016), Larraín apeló al realismo, la economía de recursos y la crudeza de sus historias para construir unos complejos personajes que comentaban el contexto histórico de su país. En No (2012) cambia un poco de registro y se concentra más en una trama que tiene unas importantes repercusiones en ese contexto. Su voz como cineasta ha sido siempre clara y potente, sabiendo articular personajes, historias y temas en relatos de gran impacto dramático, con su propio carácter estético y con fuerza en sus planteamientos éticos e ideológicos.

Neruda es un falso biopic, elaborado a partir de una serie de hechos ocurridos en 1948, cuando el poeta fue perseguido por el gobierno a causa de su militancia en el Partido comunista. Es decir, partiendo de algunos hechos y personajes reales, guionista y cineasta inventan otras situaciones y personas, la principal de ellas es el inspector de policía que tiene a su cargo capturar al nobel cuando pasa a la clandestinidad.

De manera que no es una película solo sobre Neruda, sino también sobre este policía, quien en su labor detectivesca y de persecución, así como en la creciente obsesión por todo lo que tenga que ver con su prófugo, proporciona otro punto de vista acerca del célebre poeta, de su obra y su personalidad. Además, puede ser lo más interesante de la película y lo que marca la diferencia para que esta película no sea otra biografía cinematográfica ensamblada sobre el mismo esquema como tantas otras.

Este personaje y su visión le permite al relato convertirse en un thriller, en un policiaco con visos de cine negro, que hace del protagonista y sus circunstancias un material más atractivo y dinámico en términos dramáticos y narrativos. Así mismo, le confiere a la película una autoreflexividad en la que se contrastan la realidad y la ficción, e incluso la ficción misma reflexiona poéticamente sobre sí.

Ahora, la mirada que la película hace del poeta no es nada idealista ni generosa, sino que más bien se decide por recrearlo desde distintas facetas: el poeta célebre y ególatra, el militante entre comprometido y farsante, y el hombre sensible aunque hedonista y aburguesado. De poesía se habla poco, porque al parecer interesaba más el complejo retrato de este hombre y el contexto político del Chile de aquel entonces.

No es el cine de Larraín que conocemos, y aun así mantuvo ese nivel en sus personajes, historia y temas. Creó una película original en su tratamiento y rica en recursos visuales, narrativos y poéticos. Contó una historia a medias sobre Neruda, pero con mucho más valor en sus connotaciones y expresividad a que si hubiera simplemente recorrido cronológicamente su biografía.