Tan fuerte, tan cerca, de Stephen Daldry

Duelo y memoria por una tragedia

Por: Oswaldo Osorio


El cine sana, decía un grafiti callejero. Es posible que esta película, en parte, esté pensada para eso. En especial para aquellos que están más relacionados con el septiembre 11 y la caída de las torres. Por tal razón, es una cinta que apela mucho a los sentimientos y a las emociones, además desde la perspectiva de un niño, y por eso está muy cerca de ser un relato sensiblero y manipulador, pero su director siempre sabe dónde detenerse para que no pase esto.

Y es que Stephen Daldry, el director de esta película, nunca ha defraudado. Billy Elliot, Las horas y El Lector son su carta de presentación. Todas ellas obras sólidas y entrañables, impulsadas por personajes atribulados y emotivos, que inmediatamente se ganan la simpatía del espectador. Estas mismas virtudes tiene Tan fuerte, tan cerca (Extremely Loud & Incredibly Close).

Basada en la novela homónima de Jonathan Safran Foer, la película nos cuenta el viaje de búsqueda y dolor de un inseguro y neurótico niño luego de la muerte de su padre. El propósito del niño es mantener la presencia de aquél trabajando en el último proyecto que iniciaron juntos, aunque todo termina siendo una excusa para acercarse más al resto de su familia y dejar ir a su padre, así como para salir al mundo y enfrentar sus temores.

Muchas películas se han hecho ya sobre el septiembre 11 y el efecto especialmente en los neoyorkinos, pero esta cinta da una vuelta de turca al concentrarse en aspectos como el duelo y la memoria. El niño que preserva el espíritu de su padre en la aventura en que se embarca y que confronta su dolor hasta llegar al límite de la aceptación, es el vehículo que usa la película hablarnos de estos temas.

El filme plantea esto a partir de una particular estructura, pues no se trata tanto de una historia con una línea argumental convencional, sino más de un relato episódico, enriquecido por flashbacks y con secuencias que, si bien se articulan orgánicamente a la narración, también pueden tener un sentido por sí solas. Lo que las une es la intensa y carismática presencia de su joven protagonista.

No es una película cerebral, sino emocional. Por eso muchos (buena parte de la crítica en Estados Unidos, por ejemplo) la han visto con suspicacia. ¿Pero de qué otra forma hacer este viaje interior hacia los adversos sentimientos que produjo esta tragedia? De ahí que lo importante aquí es identificarse con la desesperada búsqueda de este niño y lo que realmente significa, pero sobre todo, lo que finalmente consiguió y aprendió al final de su travesía emocional.


El lector, de Stephen Daldry

La nazi que me amó

Por: Iñigo Montoya

Distintos sabores pegados al paladar deja esta película. Distintas ideas de lo que nos quería decir dan vueltas en la cabeza. Eso es bueno para el cine. Lo primero que hay que decir es que resultó inevitable no empezar a verla con muy buena disposición por lo que significaban los nombres detrás de ella, en especial su director, a quien le debemos dos películas a las que seguramente de cuando en cuando volveremos a recurrir: Billy Elliot y Las horas. Claro, también está Kate Winslet, quien siempre sabe escoger muy bien sus proyectos.

Empieza con una de esas historias que todos los hombres, secretamente, disfrutamos en honor a nuestras fantasías adolescentes: la relación entre un joven y una mujer mayor, una relación casi estrictamente sexual. Ésta es la primera de las tres partes en que se divide la película. Es un poco extraño ver un relato donde luego de media hora no presente ningún conflicto, escasa evolución de personajes y sólo un tanto la construcción de la relación. Aún así, la forma en que está contado permite ser atractivo y crea cierta expectativa por el futuro de la pareja.

La segunda parte es un juicio en el que el contexto histórico de la Alemania de los años cincuenta cobra protagonismo, así como las reflexiones de tipo moral a partir de la relación  que tienen los personajes. Y la tercera es un estado más avanzado de esa relación, cuando ya los personajes prácticamente son otros, pero unidos por el pasado y, si bien ya no por el sexo o la atracción, sí por un secreto que los une más que cualquier contacto físico.

Tal vez sea esta articulación en tres partes tan distintas y casi independientes lo que causa cierta desorientación con el filme, pero esto es fundamental en ese sentimiento de incertidumbre e interés por los personajes que cruza todo el filme. No es una obra maestra, ni una historia que con contundencia nos plantee unas ideas, pero es innegable la fuerza que por momentos consigue con sus personajes y las circunstancias que atraviesan su relación, así como lo momentos realmente emotivos, tristes y hasta inquietantes que su director es capaz de construir con los recursos del cine.