Wong Kar-Wai

El humo del amor y la poesía de la imagen

Oswaldo Osorio


Este texto se escribe sobre la premisa de que la obra de Wong Kar-Wai es uno de los veinticinco hitos del cine en el último cuarto de siglo. Esto por ser un cine único y lleno de virtudes: sus exploraciones sobre la hondura o imposibilidad del amor, su habilidad para entrecruzar relatos, esa musicalidad de sus películas sostenida por entrañables melodías, sus personajes estrafalarios, contenidos, mágicos o trágicos, y esa poesía visual sin igual y reconocible que es el aglutinante de todos los anteriores elementos.

Surgió en un medio dominado por el cine comercial y de acción, la cinematografía de Hong Kong de los años ochenta, y si bien empezó mimetizado con ese entorno en su primer filme, As tears go by (1988), ya dejaba ver destellos de lo que sería su estilo y su universo. La historia de gánsters de poca monta y sus rivalidades con las demás pandillas era parecida a tantas otras producidas allí, pero sobre esa burda trama entretejió una relación amorosa cuyo contraste con el relato de acción resulta aun más violento que este. Tal contraste lo retoma en películas posteriores con mayor eficacia y estilización, aunque ya el amor o el desamor predominando sobre la violencia.

Sin ley ni guion

Sin duda es un cineasta diferente a todo lo conocido, y para serlo tuvo que pensar diferente. Trabajar sin guion, por ejemplo. Ya con este solo hecho reniega de lo más sagrado de la esencia y la tradición cinematográfica. Este aspecto, como es apenas lógico, tiene unas significativas implicaciones en su forma de trabajo y en el resultado final. Entonces los conceptos de improvisación e intuición aparecen de inmediato como directas consecuencias.

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The Grandmaster, de Wong Kar-Wai

La poesía del movimiento

Oswaldo Osorio


El cine, en esencia, es movimiento, y también puede ser, en las manos indicadas, poesía. En algunos casos excepcionales, el movimiento es poesía. Esta película es uno de esos casos. Aunque la verdad es que no es ninguna novedad ni sorpresa, pues este director honkonés ya había hecho lo mismo en su anterior película de artes marciales, Ashes of Time (1994).

Wong Kar-Wai es uno de los creadores más genuinos que tiene el cine actual. Sus historias de amor y muerte son a la vez relatos íntimos y épicos. Él sabe muy bien cómo elevar las emociones y los sentimientos al nivel de lo sublime, como se puede comprobar en películas como Chunking Express (1994) o Deseando amar (2000). Así mismo, la belleza e inventiva de sus imágenes define un estilo siempre fascinante y reconocible, ya sea cuando las cuida hasta el preciosismo (Fallen Angels, 1995) o cuando las concibe con la espontaneidad y aspereza de una estética vanguardista (Happy Together, 1997).

Con The Grandmaster (2013) termina una espera de seis años luego de su último filme. Aquí de nuevo aborda el más internacional de los géneros cinematográficos del cine  chino: el Wu-xia, que son melodramas épicos de época con artes marciales. A este siempre atractivo género y a su regreso se suma el hecho de estar basada en la vida de Ip Man, experto de las artes marciales, célebre por haber sido el maestro de Bruce Lee.

En una compleja trama de intrigas, traiciones y luchas entre facciones políticas, regiones y escuelas de kung-fu, la cual recorre parte de la historia de China del siglo XX, Wong Kar-Wai no abandona sus temas y personajes característicos, aun tratándose de un relato de artes marciales. Si bien los combates resultan ser, como es apenas natural, lo más vistoso del filme, de fondo siempre están esos melancólicos seres que parecen negados por un sino trágico a alcanzar la plenitud del amor. Pero aquí la frustración y soledad afectiva son reforzadas por los reveces políticos, porque también se trata de una historia sobre las luchas de poder y las tradiciones del kung-fu que están fuertemente ligadas a ellas.

Es por eso que la película es también una exposición de esa mística y tradición de las artes marciales y la esencia de las distintas técnicas y escuelas del kung-fu. Por otro lado, el concepto de artes marciales no es nada gratuito. La relación entre el arte y la belleza ha sido una condición de siempre. Solo en ese contexto es posible que lo bello pueda estar ligado al combate y la muerte. Y si a eso se le suma la mencionada habilidad y sensibilidad de este director para concebir imágenes de gran belleza, lo que se puede ver en este filme es un despliegue de poesía en movimiento, enfatizada por recursos como la cámara lenta, el montaje, el color de las estaciones y la plasticidad de los movimientos de los combatientes. Aunque también es poesía con las palabras, incluso con un trasfondo de la sabiduría propia de un arte y una técnica de combate que se fundan en una filosofía. Pero esta filosofía, si se mira detenidamente y como es apenas lógico, está más pensada para saber vivir que para saber luchar, como efectivamente lo demuestra Ip Man con sus vivencias y las decisiones que toma.

Es cierto que por momentos su trama y esas relaciones de poder pueden resultar confusas (lo que también depende de cuál versión se vea: la china, la europea o la estadounidense), pero es un defecto menor frente a todo ese otro espectáculo que se obtiene estando ante a esta película: la intensidad de las emociones, la trágica belleza de sus personajes y el desbordado preciosismo de unas imágenes que deleitan la pupila y el intelecto, así como lo hacen las obras maestras.