Doce horas estuvo Bryan Rommel Corrales Bravo flotando en el mar Caribe del Golfo de Urabá. Fueron 12 horas en las que este niño cubano se aferró al cuerpo de su madre para no morir ahogado, luego de que la embarcación en la que viajaba con su familia naufragara en la madrugada del 11 de octubre pasado frente a las costas de Acandí, un municipio chocoano por el que a diario cruzan 3.000 migrantes con la esperanza de llegar a Panamá.
Cuentan quienes rescataron a Bryan del agua que se pasó toda la noche hablándole al oído a su madre Lisandra Bravo, recordando los tiempos vividos en Cuba y después los vividos en Chile, a donde se fueron en 2018 tras la persecución que el gobierno de Raúl Castro insistió en hacerle a su padre, Raunel Corrales.
Pero Lisandra no le contestó a Bryan ni en el primer llamado ni en los siguientes. Murió ahogada junto a otras dos mujeres haitianas que, como ella, intentaron cruzar de manera clandestina desde Necoclí hacia Panamá, en un viaje en el que les cobraron 500 dólares por persona.
Cuenta desde EE. UU. María Caridad Cemino, tía de Lisandra, que sus familiares, entre los que estaban el esposo de su sobrina, su hijo Bryan, su hermanita de cinco años y los abuelos de estos, decidieron pagar esa cifra porque querían evitar el paso del Tapón del Darién a pie por miedo a los relatos que escuchan de otros migrantes sobre los peligros que acechan en esa selva: robos, fieras, serpientes, despeñaderos, crecientes de ríos, violaciones y muerte.
“Esas personas sin escrúpulo del algún tipo metieron más gente de la que podían llevar en la lancha. A mi sobrina Lisandra le pregunté si todo estaba bien y me dijo: ‘Sí tía, la embarcación es buena, tenemos chalecos, tenemos todo’; pero no esperaban que cuando fueran a montarse en esa lancha pusieran más personas de las que podían, y mi sobrina fue una de las que no alcanzó chaleco”, dice Cemino.
En su relato, la familiar de Bryan cuenta que además del naufragio, sus seres queridos tuvieron que “luchar” con tiburones para evitar ser devorados, y en medio del oleaje evitaron que el cuerpo sin vida de su sobrina Lisandra terminara en el fondo del mar. “Gracias a Dios no se los comieron porque eso era para haber terminado en cosas peores. En la tarde los pudieron rescatar, mi sobrina llevaba horas en el mar, ya estaba inflamada, muy doloroso eso”, comentó Cemino en Miami al periodista Mario Pentón.
El día en el que se conoció la tragedia, el comandante de la Policía Urabá, coronel Heinar Giovany Puentes Aguilar, informó que la lancha se hundió en Cabo Tiburón, cerca a la frontera con Panamá, donde “los pescadores, junto con la Armada Nacional, iniciaron un plan de rescate de la embarcación que permite sacar con vida a 21 migrantes; de esos, cinco serían menores”.
Después del rescate, Bryan, su padre, su hermana y el resto de la familia se quedaron por 18 días en Acandí en donde recibieron atención a las heridas causadas por las quemaduras. En este mismo municipio costero fue enterrada Lisandra, junto a las dos haitianas que perdieron la vida en su afán por cruzar la frontera y llegar a Estados Unidos.