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Cacerolazo abre puerta del diálogo

El presidente Duque anunció una conversación nacional. Protesta pacífica fue empañada por actos violentos.

  • La manifestación con cacerolas en el Parque de El Poblado anoche inició a las 6 pm. FOTO Esteban Vanegas

    La manifestación con cacerolas en el Parque de El Poblado anoche inició a las 6 pm. FOTO Esteban

    Vanegas

  • Pese al toque de queda decretado en Bogotá, tras los disturbios, hubo múltiples cacerolazos pacíficos como el de la Plaza Bolívar. FOTOs efe
    Pese al toque de queda decretado en Bogotá, tras los disturbios, hubo múltiples cacerolazos pacíficos como el de la Plaza Bolívar. FOTOs efe
  • Cacerolazo abre puerta del diálogo
23 de noviembre de 2019
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Dos días de movilizaciones y cacerolazos llevaron al gobierno a abrir la puerta del diálogo. Lo hará, según señaló el presidente Iván Duque en una alocución en la noche de ayer, a través de una “conversación nacional”.

Estos espacios, que de acuerdo con el mandatario se darán en las regiones y con un cronograma claro, buscarán resolver algunos de los puntos que motivaron el Paro del 21 de noviembre. En palabras de Duque, se enfocará en buscar caminos para “cerrar las brechas sociales, luchar contra la corrupción con más efectividad y construir, entre todos, una paz con legalidad”.

La particularidad de esta medida, según amplió la vicepresidente, Marta Lucía Ramírez, minutos después, será el contacto directo con los ciudadanos “a través de las plataformas tecnológicas”.

La respuesta de Duque es, para Luis Trejos, profesor de ciencia política de la Universidad del Norte, un triunfo del Paro considerado histórico por su carácter masivo y la generación espontánea de cacerolazos en varias ciudades del país.

De la alocución presidencial, no obstante, cabe señalar una contradicción señalada por Trejos: “El gobierno abre un diálogo a la vez que dice que ya venía conversando con los sectores sociales”.

Esta doble situación se ve reflejada en la utilización de las palabras. Duque eligió el término “conversación nacional” para referirse al proceso que iniciará a partir de la próxima semana y solo usó el de diálogo para aludir a los espacios que mantenía previamente con los estudiantes y los trabajadores: La Mesa de Concentración Laboral y la Mesa de Diálogo con los estudiantes y docentes.

Las críticas de la oposición

Pese a que la revelación más importante estuvo en la invitación a la conversación, el inicio de la intervención presidencial se enfocó en los actos violentos por parte de algunos manifestantes que llevaron a la declaración del toque de queda en Bogotá a partir de las 9 pm de ayer, siendo el primero en la capital en 42 años.

Según el mandatario, los desmanes dejaron 146 capturados en el país, principalmente por tráfico y fabricación de armas, violencia contra servidores públicos y obstrucción de las vías.

En efecto, pese a que la mayoría de las movilizaciones del jueves se desarrollaron de forma pacífica, de acuerdo con lo dicho el jueves por la ministra del Interior, Nancy Patricia Gutiérrez, en especial en Bogotá, se presentaron enfrentamientos entre encapuchados y la fuerza pública, así como hechos vandálicos: daños al transporte público, robos, entre otros hechos.

En la noche del viernes, incluso, varios habitantes de Bogotá estaban con bates en las calles por temor al vandalismo. El inicio del toque de queda fue el campanazo que activó una serie de incursiones de encapuchados a conjuntos residenciales que colapsaron la línea de emergencia 123.

Pese a este clima al cierre de la jornada, las declaraciones de la oposición, dadas unos minutos después de la intervención presidencial, buscaron enfatizar las razones de la protesta por encima de los hechos vandálicos. Los dirigentes contrarios al gobierno hablaron haciendo uso de su derecho a la réplica, otorgado por el Estatuto de la Oposición.

Mauricio Toro, representante a la Cámara por el Partido Verde, quien ejerció la vocería por las colectividades de oposición, hizo una lectura del Paro dirigida al presidente: “Colombia rechazó nuevamente que usted siga gobernando en beneficio de unos pocos. Y le exige que implemente todos los mecanismos y espacios de diálogo y concertación necesarios para hacer realidad todas las demandas y reclamos históricos que la ciudadanía respaldó masivamente en las calles y desde sus casas con el cacerolazo”.

La democracia del sartén

Precisamente, el símbolo por el que según los expertos serán recordadas principalmente estas protestas, apareció de forma espontánea al final del jueves, cuando las autoridades y algunos manifestantes daban por terminada la jornada del Paro.

Comenzó como un tintineo rítmico y discreto en las zonas de La Macarena y Chapinero en Bogotá. Pronto, como por contagio, el sonido de los golpes de cacerola se extendió hacia zonas de clase media-alta como Chapinero y Cedritos y continuó hacia Suba, Fontibón, entre otros sitios.

En pocos minutos, no solo Bogotá, sino varias zonas de Cali y Medellín, así como ciudades del Valle de Aburrá como Sabaneta y La Estrella retumbaban al unísono al ritmo de los sartenes, que sonaban como segunderos que marcaban que el tiempo de la protesta no había terminado.

En efecto, el viernes, el Parque El Poblado y el de Los Deseos en Medellín, entre otros lugares de la ciudad, fueron el escenario de una nueva jornada en el que las ollas –esos instrumentos creados para la alimentación, pero que recorren la cotidianidad de las celebraciones barriales y los juegos infantiles– volvieron a ser herramientas de la democracia.

Esa imagen, aunque inusual en Colombia, tiene un pasado en el mundo. De acuerdo con el historiador especialista en el siglo XIX, Enmanuel Fureix, según contó en una entrevista del portal France Culture, uno de los primeros antecedentes de utensilios de cocina como elementos de protesta fueron los levantamientos republicanos contra el régimen de Louis Philippe en Francia, en 1830.

En ese contexto, las cacerolas fueron la única forma de participación democrática que tenían sectores de la sociedad sin acceso al voto a esa altura de la historia: mujeres, trabajadores e incluso niños.

De alguna forma, según Fureix, parecían decir: si no podemos participar, al menos podemos hacer ruido. La fórmula se mantuvo durante más de un siglo hasta que encontró en las dictaduras de América Latina en del siglo XX, y en sus frágiles democracias, su máximo escenario.

Los cacerolazos fueron el símbolo de las protestas contra Salvador Allende en Chile en 1970, por el desabastecimiento de alimentos durante su gobierno; también luego, durante la dictadura militar de Augusto Pinochet, fueron asumidos como un mecanismo con menos riesgos de ser reprimido que la protesta en las calles.

La cacerola, afirma la investigadora Roxana Telechea en un artículo académico sobre esas manifestaciones en Argentina entre 1982 y 2001 “alude al derecho a la vida a través de la necesidad de comer (...). La cacerola vacía representa la falta de comida en los hogares”.

Un timonazo incierto

Hernán Olano, historiador y director del Centro de Ética y Humanidades de la U. Gran Colombia, considera que la de este semana “se inscribe como marcha histórica en el contexto de su inicio festivo y su culminación a través del cacerolazo”.

El académico señala que la movilización será recordada a la par que los otros 4 grandes levantamientos que destaca en las décadas recientes: las movilizaciones de 2008 bajo el nombre de “Un millón de voces contra las Farc”; la marcha del movimiento estudiantil tras el asesinato de Luis Carlos Galán, en 1989, –que considera como la semilla que llevó al movimiento de la Séptima Papeleta y a la Constituyente de 1991–; el Paro en 1977 contra el gobierno de Alfonso López Michelsen; y la marcha del silencio, liderada en 1948 por Jorge Eliécer Gaitán, dos meses antes de su asesinato.

Lo que tenían en común estas manifestaciones, según la interpretación de Rafael Rubiano, historiador de la Universidad de Antioquia, es que estaban inscritas en una lógica de conflicto armado, de disputas entre izquierda y derecha que han sido menos visibles en esta última movilización.

“El jueves y el viernes se manifestó en Colombia aquello que Emmanuel Joseph Sieyes llama el tercer estado: la ciudadanía rechazando directamente las formas de poder instituidas”, agrega Rubiano.

Jennifer Pedraza, representante de los estudiantes de la Universidad Nacional, opina que símbolos como el cacerolazo muestran que “la marcha estaba lejos de tratarse de una conspiración internacional y que la inconformidad con el gobierno está literalmente en cada barrio de Colombia”.

Se trata de un reclamo desde la base de la sociedad que llegó, incluso, a sectores que en 2018 votaron por Iván Duque a la presidencia. Así lo interpreta el senador del Centro Democrático José Obdulio Gaviria, para quien el cacerolazo fue una muestra “del descontento de quienes fueron los electores del gobierno, la clase media; un apoyo tradicional del uribismo que hoy está en entredicho por el factor gubernamental”.

Para el senador de la bancada de gobierno, este hecho invita a “una autocrítica, a un análisis profundo y a un timonazo” en el gobierno. Ese, precisamente, parece ser el sentido de la invitación al diálogo de Duque: un giro en el volante. La duda, por el momento, es la dirección en la que lo dará

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