<img height="1" width="1" style="display:none" src="https://www.facebook.com/tr?id=378526515676058&amp;ev=PageView&amp;noscript=1">
x
language COL arrow_drop_down

Un acuerdo para frenar el dolor que da vueltas

Tres exjefes paramilitares desmovilizados le dan su apoyo al acuerdo con la guerrilla de las Farc. Creen que de la guerra solo nace el odio que se perpetúa.

  • Rodrigo Pérez Alzate duró 12 años como “Julián Bolivar”, sembrando muerte, pero hoy trabaja por paz.
    Rodrigo Pérez Alzate duró 12 años como “Julián Bolivar”, sembrando muerte, pero hoy trabaja por paz.
  • Óscar Montealegre se arrepiente de haber creido que con violencia redimiría el asesinato de sus padres. FOTOS donaldo zuluaga
    Óscar Montealegre se arrepiente de haber creido que con violencia redimiría el asesinato de sus padres.
    FOTOS
    donaldo zuluaga
09 de enero de 2017
bookmark

Querer encontrar el remedio a un dolor, al de las balas metidas en la memoria. Aprender a conjugar los verbos de la guerra: matar, desaparecer, extorsionar, descuartizar. Y darse cuenta un día de que en los charcos de sangre solo nacen brotes de ese mismo mal que pide venganza; que el dolor solo da la vuelta y vuelve a comenzar en otra memoria que aprenderá a matar, a desaparecer, a descuartizar...

Oscar Leonardo Montealegre, quien fuera el segundo hombre al mando del Bloque Central Bolívar —1.600 combatientes en tres estructuras que comandaba alias Julián Bolívar, que fueron al tiempo el miedo y el orden extendiéndose por el sur de Bolívar y parte de Santander, llegando en Antioquia hasta Puerto Berrío y Yondó—, dio la orden de matar a un guerrillero. Se había hecho paramilitar con el recuerdo de su papá y su mamá asesinados por la guerrilla. Cuando le trajeron la ropa y las pertenencias del asesinado, abrió su billetera y encontró en una foto la misma imagen que algún día fue su familia: una pareja de esposos y tres niños.

Con la guerra, el dolor solo da la vuelta y vuelve a comenzar en otra memoria que aprenderá a matar, a desaparecer, a descuartizar.

Con él, Rodrigo Pérez Alzate —que se hiciera llamar en los noventa Julián Bolívar— y Pablo Prada, que hizo parte del “estamento político” en esos años, empiezan por responder la pregunta obligada:

¿Cómo se metieron en la guerra?

Óscar: “Pensé que yo sería una medicina contra la guerrilla y terminé siendo una enfermedad más. A la edad de cuatro años la guerrilla me mató a mis papás. Me crié en un colegio de salesianos. Un día, un amigo me dijo que si quería vengarme de las personas que me hicieron daño. Desde el asesinato de mis papás hasta ese momento, había pasado necesidades, había pasado hambre, frío... A los 18 años no tenía familia y no me importaba nada. Entonces tomé la decisión en tres minutos”.

Rodrigo: “El caso mío es muy distinto. Era comerciante de Medellín, de confecciones en el sector de Guayaquil. Como la gran mayoría de comerciantes en ese sector, nos tocaba pagarle una vacuna a la guerrilla, a las milicias bolivarianas. Las exigencias cada día eran más. Nos pasamos con un hermano a otra ciudad, mientras que otro hermano se quedó aquí y tuvo un momento en que no pudo pagarles la vacuna. Lo asesinaron.

En Montería yo ya tenía un negocio de comercialización de ganado, y así fui llegando al Norte de Antioquia, donde viví el conflicto rural. Me tocó ver cómo toda una población estaba sometida a los caprichos de la guerrilla, y que los ortodoxos del marxismo querían imponernos un sistema político a través de la violencia. Cualquier día tomé la desafortunada decisión de entrar a las armas”.

Pablo: “Yo estudié para ser sacerdote. Mi ciudad, Barrancabermeja, en ese momento era un lugar donde la guerrilla operaba fuertemente. Una vez me confundieron con un militar, porque cerca a mi casa vivía un teniente de la Armada.

Primero me mandaron una razón de que me iban a matar. Yo respondí que no era militar, que estaba en el sacerdocio. Allá por un simple corte militar ya eras objetivo. En ciertos barrios no podías estar, ni a ciertas horas. Y hubo un día en que ya me dijeron ‘vuélese porque viene la guerrilla a matarlo’. Estaba solo con mi hermano pequeño. Como pude, fui donde un tío, que me sacó en un carro de Barrancabermeja. Esperamos al primer bus que fuera para Bogotá.

A los tres años regresé a Barranca, cuando todo supuestamente estaba calmado. Pero la guerrilla seguía molestando. Un día, un amigo me dijo que había un curso de liderazgo. Yo le respondí que me gusta estudiar y que yo iba. Lo que no me había dicho era que era un curso para político de las AUC. Así entré, sin saber que el curso lo daba un amigo de nosotros que ya pertenecía a esas estructuras”.

¿Y cómo decidieron salir?

Óscar: “Llegué al sur de Bolívar. A mí me dijeron que iba a esa región y pensé que era algo como Cartagena, un sitio turístico. Yo ni conocía el mar. Y resulta que llegué a una especie de Vietnam. En el sur de Bolívar se vivía una cruda realidad, con combates todos los días. Ingresé sin saber qué era un fusil. Entré al curso de reclutamiento. Me destaqué de entrada, tal vez por la disciplina que aprendí con los sacerdotes, a ser organizado. Con el paso de las semanas me convertí en un comandante, el segundo de don Rodrigo. Y empecé a cambiar el léxico, a conjugar otros verbos que en la vida había utilizado como matar, desaparecer, extorsionar, descuartizar. Eso se convirtió en algo normal para mí.

Pero hubo algo que cambió mi vida. Fue un día que tomé la determinación de que asesinaran a un guerrillero que habíamos capturado en combate, y que lo desaparecieran. Se acercó el hombre que había cumplido esa orden, y me entregó las pertenencias de ese guerrillero. Abrí la billetera y —a mí me habían matado a mi mamá y a mi papá, y eramos tres hermanos—, vi una foto de una pareja de esposos con tres hijos. Ahí me di cuenta de que el daño que a mí me habían hecho yo lo estaba haciendo en esos tres niños, que todo lo que yo había vivido lo iban a vivir ellos. Ese día supe que yo tal vez quise ser una medicina y terminé siendo una enfermedad más. Fui donde don Rodrigo, que para esa época era ‘Julián Bolívar’, y le dije que yo me quería retirar. Él me dijo ‘no se retire, estamos en un proceso, desmovilicémonos’.

Rodrigo: “Conocí a los hermanos Castaño y pasé a formar parte de las estructuras comandadas por ellos. Terminé en el sur de Bolívar, y allí fue donde realmente viví la crudeza de la guerra. Pero igualmente allí fue donde decidí que estas estructuras había que desarmarlas. Nos habíamos convertido en una empresa que entregaba licencias para asesinar. Realmente los comandantes no teníamos el control de las tropas que supuestamente estaban a nuestro mando. Y esa organización estaba siendo utilizada para cometer todo tipo de homicidios, en muchísimos casos ajenos a la lucha armada.

Como ‘Julián Bolívar’ duré alrededor de 12 años. Afortunadamente hoy vuelvo a ser Rodrigo Pérez, el hombre que nunca debí dejar de ser”.

Pablo: “Al comienzo no quería estar en las autodefensas, pero debido a la presión de Barrancabermeja, empecé como comisario político a hacer contactos con los comandantes. Pero también un día, cansado de tantas cosas que veía, y de las que hacía parte, cuando se nos dio la orden de desmovilizarnos, descansé”.

¿Qué balance dejó el proceso con las AUC?

Rodrigo: “El balance siempre será positivo, desde un proceso de paz que tenga como resultado la dejación de armas de una estructura tan grande como lo fue el Bloque Central Bolívar. En el 2002 estábamos convencidos de que la violencia no nos llevaba a nada y de que la guerra no estaba dejando buenos resultados, principalmente para la población de nuestro país. Sobre todo en esas poblaciones donde más flagrantemente se violaron los derechos humanos, las regiones más apartadas. Porque la guerra en este país se ha hecho, no en las grandes urbes o en las grandes capitales. Por eso el habitante de las ciudades muchas veces se vuelve indolente con lo que le está sucediendo a los compatriotas de otras regiones”.

Usted se ha abrazado con víctimas como Teresita Gavira, ¿sería capaz de abrazarse con un comandante guerrillero?

Rodrigo: “Yo hoy por hoy tengo un corazón dispuesto a la paz, a la reconciliación. Y a pesar de que fueron las personas con las que estuvimos enfrentados, este es el momento para que se acaben los odios y los rencores, yo creo que este es el momento ideal, el acontecimiento más importante que está viviendo el país durante los últimos cincuenta años. Lástima que haya gente que no lo entienda.

Con gusto me abrazaría y propiciaría todos los espacios para que podamos establecer un diálogo tranquilo, propositivo, todo en la construcción de un país mucho más solidario, más preocupado por atacar esas causas objetivas que nos llevaron a enfrentarnos durante décadas. Cuando uno tiene la oportunidad de estar con un grupo de víctimas y escuchar lo que han padecido, uno dice que no hay derecho de que se haya hecho tanto mal”.

Óscar: “En la cárcel de Itagüí tuvimos la oportunidad de sentarnos con exmilitantes de las Farc y del Eln y empezar a trabajar no solo en la reconstrucción de hechos históricos que habíamos vivido en determinadas regiones, sino que también nos dimos cuenta de que eran personas iguales a nosotros, que estaban peleando por unos ideales parecidos a los nuestros, que nos habíamos hecho enemigos, pero la cárcel y las experiencias nos habían vuelto a encontrar en otro espacio, como amigos.

Allá conocimos a Byron, uno de los comandantes del frente Carlos Alirio Buitrago y él nos contaba de combates que vivieron en el sur de Bolívar, cuando nosotros estábamos en esa zona. Revivíamos capítulos dolorosos y encontrábamos que en enfrentamientos nos conocíamos por radios, porque por el radio sabíamos que existía un tal Carlos, un Pedro, un Juan... y ahí nos vinimos a conocer. Nos contaban cómo morían colombianos del lado de ellos y contábamos cómo morían colombianos del lado nuestro. Y los que sufrían no eran ellos o nosotros sino los familiares nuestros, de esas personas y las víctimas. Tuvimos la oportunidad de perdonarnos”.

¿Qué tan importante creen que fue para las víctimas perdonarlos a ustedes?

Pablo: “Cuando las víctimas conocen de primera mano nuestra realidad, eso baja los niveles de estigmatización, de odio, eso es en lo primero que se avanza. Y en las reuniones que hemos tenido con víctimas, cuando uno les muestra nuestra posición, que también fuimos víctimas de un conflicto armado, por diferentes circunstancias, y ellos entienden que no quisimos entrar a los grupos porque sí, porque era algo agradable, su mentalidad cambia, la parte que tenían de odio empieza a dar un giro.

Lo siguiente es la continuación de ese proceso, que lo hemos hecho también, con un mayor conocimiento: quién eres, no solamente un acto simbólico sino también estrechar lazos de amistad”.

Rodrigo: “Y también ha sido un acto liberador para esas víctimas, así lo han manifestado. En un principio es supremamente doloroso. En el primer encuentro que tuvimos con las Madres de la Candelaria (2007), percibimos unas mujeres cargadas de dolor, de resentimiento y en algunos casos de odio, así nosotros no hubiéramos sido los responsables directos de ese daño que se les causó. Pero cuando tuvimos la oportunidad de establecer un diálogo, y cuando ellas a través de las distintas actividades que realizamos fueron encontrando en esa persona, en ese agresor, a un ser humano, que siente, que tiene una familia y se preocupa por ella, y que está reconociendo el daño que le hizo, esa relación pasa de lo funcional a lo afectivo. Escuchar de una víctima que le da alegría y que se interesa por ir a la cárcel a compartir con esos que fueron victimarios, para muchos es increíble. Son casos excepcionales, que nos han conmovido y han fortalecido ese propósito de búsqueda de la paz y del perdón”.

¿Y a ustedes les ha servido ese encuentro?

Rodrigo: “Nos aliviana esa carga moral que hemos llevado durante tantos años. Es que esto no puede ser cumplir con una obligación jurídica, cumplir con unos requisitos para acceder a una pena alternativa. Yo creo que esto es un imperativo moral, es una obligación humanitaria. La sociedad no puede ver como una decisión política el tema de refrendación de los acuerdos de La Habana, esto tiene que ser una decisión humanitaria, estamos hablando de restarle hombres a la guerra, de llevar el reclutamiento de jóvenes a su mínima expresión, de que se acabe la siembra de minas quiebrapatas, de que se acaben los secuestros, los falsos positivos. La gente que ha vivido la violencia, y eso lo he entendido con todas las víctimas que he conversado, es la que más quiere que esto se acabe. Es una realidad: aquí los que más se oponen son los que menos han sufrido y siguen alimentando odios”.

¿Creen que se pueda dar la reparación a víctimas luego del acuerdo con Farc?

Oscar: “Ya han dado un paso importante en acercarse a las víctimas. Porque estando lejos de ellas no se va a lograr nada. Que las Farc las hayan escuchado, y que ellas hayan tenido la oportunidad de expresarse ante los comandantes que generaron dolor es el primer paso que había que dar. Pienso que ahora no será solo el tema monetario, porque está completamente demostrado que con ningún dinero se puede subsanar el daño que se hizo, ni con ningún dinero se va a devolver a la persona que se perdió. Lo que hay que hacer es seguir propiciando encuentros para que víctimas y victimarios se acerquen”.

Rodrigo: “El proceso de paz con las Farc, necesariamente —y así lo he podido observar—, tiende a retribuir a las víctimas y a resarcir el daño que se les causó. Ellos no pueden ser invitados de piedra, las víctimas son protagonistas de primera clase de este proceso. Y hasta el momento se avanzado en este sentido, aunque consideramos que todavía falta mucho por recorrer. ¿Si no se avanza con las víctimas de qué reconciliación hablaríamos? Al contrario se alimentarían odios y rencores. Afortunadamente, el marco jurídico está diseñado para que las víctimas sean protagonistas y sean escuchadas”.

En el Magdalena Medio, el Paramillo, el sur de Bolívar, entre otras zonas tan golpeadas, ¿cómo se va a asimilar una realidad con las Farc ya sin armas?

Rodrigo: “Esos cambios de mentalidad en esas regiones requieren tiempo. Hace poco violaron a una niña de seis años en el sur de Bolívar, donde tiene más influencia el ELN. La comunidad capturó al agresor y no lo entregó a las autoridades, sino que se lo llevó al ELN para que lo ajusticiara. Casos como esos se repiten en regiones golpeadas por el conflicto, donde el Estado desafortunadamente nunca ha tenido una presencia eficaz en décadas. Existen las estructuras físicas y la presencia de una persona que representa la institucionalidad, pero la gente no cree en ella.

Creo que tenemos que empezar por recuperar la credibilidad en las instituciones. Que el Estado haga presencia, pero no solo como gendarme. En todas esas zonas hay mucho Ejército, Policía, fuerza pública. Pero no ha servido de nada. Se requiere la presencia del Estado social, que este llegue a cubrir las necesidades de todas esas comunidades. Que llegue de forma real la educación, que haya salud. Solo así se podrá cambiar esa cultura de la ilegalidad que ha imperado allá durante tantos años.

Es increíble que a pesar de la desmovilización de las autodefensas, más nos demoramos nosotros en desmovilizarnos y entregar armas que en llegar nuevos personajes para crear las Bacrim. Y ya se habla de otros nombres y eufemismos. Va a ser un proceso muy largo, muy difícil. Procesos de paz perfectos no los ha habido, ni los va a haber. Una paz perfecta no se va a tener, pero hay que comenzar y en ese propósito estamos”.

¿Sectores que ponen obstáculos a este proceso podrán creer en la paz como lo hacen ustedes?

Rodrigo: “Este proceso necesita mucha pedagogía. La población desprevenida, que ha estado ajena o se ha interesado poco por este proceso de paz necesita que le expliquen bien la necesidad que tenemos de avanzar, de darnos una oportunidad de paz. Por eso es tan importante que conozcan la realidad de la guerra: que una comunidad pierde su autonomía totalmente, que son comunidades enteras doblegadas, subyugadas al capricho del comandante de turno, sea de la guerrilla o los paramilitares. Una comunidad encarcelada, esa es la realidad y eso lo tiene que conocer toda la sociedad colombiana. Eso es lo que se pretende realmente: más allá de los acuerdos y de los privilegios y los beneficios jurídicos o políticos que se les puedan dar, acabemos con esta tragedia que se ha vivido durante tantos años.

Llegó la hora de que tengan una oportunidad a través del diálogo y propongan el modelo del país que quieren, no a través de las armas, porque si algo ha dejado esta guerra es la muerte de gente inocente. La gran mayoría de las personas que han caído son inocentes, ajenas totalmente a lo que ha sido el conflicto”.

Daniel Armirola Ricaurte

Salsero a ultranza. Volante de salida. San Lázaro me protege antes del cierre. Máster en Periodismo - El Mundo (España). Redactor Internacional - El Colombiano.

José Fernando Loaiza Bran

Contador de historias refugiado en el periodismo. Familiar, ávido de explicaciones y apasionado por la vida, porque no se pierda toda en lo accesorio. Redactor Área Metro.

Te puede interesar

Hechos de talento
El empleo que busca en Antioquia está a un clic

Las más leídas

Te recomendamos

Regístrate al newsletter