Detrás de esa imagen bonachona, de bata blanca y estetoscopio hay más que un especialista en dolor, hay un médico humano -de esos que hoy escasean-, cercano, amoroso, él tiene magia.
Tiberio Arbeláez es anestesiólogo... y mago. Una mezcla que alivia a sus pacientes. Esos que llegan con cáncer, en cualquier etapa de la enfermedad.
Sus consultas comienzan con una sonrisa, una mirada a la cara, una llamada por el nombre propio, “uso mucho el tacto, el contacto, eso lo capta el paciente, más el ambiente, la música de fondo que cuando viene el silencio, el llanto se engrandece y produce una sensación interesante. Todo empieza con el deseo de ayudar. Héctor Abad Gómez, mi profesor, me enseñó -y lo sigo practicando- que la medicina es ciencia, arte y mucha magia”.
Tiberio trata a cada paciente bajo una suerte de reglas a las que jamás renuncia sin importar la cantidad de dinero o la formación que tengan, “esta es una consulta más humana que médica, más de persona a persona, de la que atiende a la que sufre”.
La buena educación, la buena información para los pacientes y sus acompañantes, el respeto por sus modos de ver la vida y creencias, la atención a las necesidades con las que llegan al consultorio y una buena dosis de optimismo, esa es parte de su fórmula mágica para aliviar el dolor.
“El paciente que viene aquí no le interesa que uno sea un sabio sino que a pesar de saber lo que tiene, le hable, lo mire, lo consuele, le dé alivio. ¿Usted ha visto milagros doctor? Es una pregunta frecuente. Le digo: milagros de que a una persona le falten dos piernas y aparezca con una, de esos milagros en la historia, en la anécdota o en el evangelio, de esos no se ven aquí. Pero milagros de la vida diaria, con gente que tiene tu enfermedad y luchan, se sacrifican, oran y van viendo una salida, esos los veo todos los días. El milagro incluye lucha, no es la llegada. Todo lo que tenga que ver con autoestima con el consejo y el seguir en la vida, eso tiene mucho de magia ¿no?”.