Un traganíquel modelo 1944 vende canciones a 200 pesos en el Bar Atlenal. Cincuenta discos de 78 revoluciones por minuto se ven a través del cristal, dispuestos a atender el llamado de los clientes que teclean los códigos, cada uno de ellos anhelando ser el afortunado de salir enganchado de un brazo mecánico y sonar.
Tango, solo tango se oye en esos discos. Y, bueno, una que otra canción de música antigua, como de Juan Arvizu o de Margarita Cueto, porque, según Aníbal Rojas, tienen qué ver con el tango.
Aníbal es el propietario. Él es un angostureño coleccionista de música antigua, especialmente de tangos, que quiso continuar la tradición de un establecimiento que se destaca por la afición al Club Deportivo Atlético Nacional, al punto que ese sitio bien parece un templo dedicado a adorarlo, y a la práctica del aseo y del orden, los cuales a ratos rayan con lo demencial. Los pisos y las mesas impecables; las botellas de aguardiente y de cerveza y de ron perfectamente dispuestos con los sellos hacia delante...
“De las botellas del enfriador, muéstreme una sola que no tenga el sello hacia arriba”, reta Aníbal, mientras corre las tapas del aparato y enciende la linterna de pilas para que, en efecto, uno meta la cabeza y busque entre ese cerro de botellas acostadas, alguna que no cumpla con tal requisito.
Más de una veintena de fotos de jugadores y oncenos completos del Atlético Nacional marcan el ambiente de este bar, fundado en 1937 por Ernesto Álvarez.
Ernesto, apodado Don Quijote, tenía su casa no más atravesando la vía, hoy ocupada, sin modificar, por una tienda de antigüedades. Y abrió un bar para escuchar tangos de un Gardel recién muerto. A ese negocio le mezcló también la venta de verduras y de abarrotes. Y lo bautizó Don Quijote. Un nombre despojado de los sectarismos que el del equipo de fútbol puede alentar y que establecía un inédito vínculo entre tangos y caballería.
José Molina, Rafael Ramírez, Francisco Sierra, Arturo Urdinola, Fracisco Uribe, Fabio Correa y Arnoldo Urdinola: siete dueños, más el del fundador, ocho dueños pasaron antes de que Aníbal Rojas lo comprara en enero de 2000.
Su antecesor, quien compró Don Quijote, ¡qué coincidencia!, el 23 de abril de 1953, Día del Idioma, es decir, de Cervantes y de su personaje manchego, rebautizó esa esquina con el nombre de Bar Atlenal, en 1965.