Hasta la fecha de su fallecimiento, hace 400 años, Miguel de Cervantes llevó consigo la prueba física de haber participado como soldado en una de las batallas clave de su tiempo, la de Lepanto, que él evocaría como un acontecimiento capital en su vida.
Aunque las secuelas -el brazo izquierdo inutilizado después de que la metralla le alcanzara un nervio- no le impidieron luchar en otras batallas posteriores, su nombre y el de la batalla naval quedaron ligados para siempre.
Cervantes nunca llegó a poner pie en la ciudad de Lepanto, aunque una estatua de bronce de Jaime Mir le inmortalice señalando al cielo en el puerto de Naupacto. Este es el nombre contemporáneo de la ciudad, situada en el estrecho que separa los golfos de Patras y Corinto y que vio al ejército cristiano vencer al Imperio Otomano en ese enfrentamiento. “Cervantes permanecerá en nuestra ciudad para siempre”, dice el vicealcalde de Naupacto, Yanis Raptis
La voz del escritor toma forma en una enorme marioneta de su alargada figura, que camina desde el emplazamiento de su actual estatua hacia la entrada del puerto medieval para relatar a la multitud qué pasó exactamente el día de la batalla y qué fue lo que la desencadenó
Miguel de Cervantes añadió a la épica de participar en tan importante batalla el hacerlo a pesar de la recomendación de su capitán de no hacerlo, pues estaba enfermo.