Hay un crimen, pero no al principio, aunque el lector sepa desde la primera línea qué va a pasar. Laura Restrepo construye esta novela desde un hecho real: Yuliana Samboní, la niña de siete años que fue abusada y asesinada por Rafael Uribe Noguera. Luego escribe lo demás: cinco amigos –uno es el Muñeco, el asesino– que han estado juntos desde el colegio: el Hobbit, que es el narrador, el Píldora, El Duque y Tarabeo.
Es la vida cotidiana que se va armando detrás de ese hombre y esa niña.
Los divinos, así los llamó.
Hay una disyuntiva en los personajes entre el ser buenos o malos, actuar bien o no. Puros contrastes...
“Mucho, no hubiera servido de nada pintar el retrato de unos muchachos aborrecibles. Muy en bogotano dice el Hobbit, ‘es que el muñeco era un chino queridísimo’. En ciertos círculos bogotanos lo de queridísimo es clave e implica ser buena papa, ser carismático, tener muchas amistades, ser seductor, y yo no quería despojarlos de eso. De hecho muchos lo tienen: sentido del humor y al mismo tiempo un hedonismo, un egocentrismo que los lleva a un desconocimiento radical de los demás. Nada existe. Si no me proporciona placer, ni siquiera lo veo, se me vuelve invisible”.
En la invisibilidad hace énfasis...
“De ahí el epígrafe de Michael Tournier, que yo le doy importancia porque te da la clave, cuando te vas perdiendo te sirve para volver a entrar al camino. Habla precisamente de eso, del monstruo. Esta es una novela de ficción, no tiene una investigación sobre los hechos reales, son simplemente personajes de la imaginación. De todas maneras, el detonante es un crimen real que sucedió y me impactaron mucho unas declaraciones que en ese momento dio el director de medicina legal, un hombre bien inteligente. Dijo que le molestaba que al asesino le dijeran monstruo, porque lo atroz no es que lo haya cometido un monstruo, sino precisamente un ser humano. Me pareció bien profundo y empecé a indagar sobre la palabra y en Tournier, un autor que ha escrito bastante y conoce los recovecos del mal, encontré esa frase en la que dice que la palabra monstruo sorprende desde sus orígenes, porque en la etimología viene de mostrar. Pensé que si el Muñeco es lo visible, iba a ser una novela sobre lo invisible: sus amigos, sus gustos, sus aficiones, cómo es de noche, qué relación tiene con el dinero, con su familia, con el trago y en particular con las mujeres. No solo él, sino los cuatro amigos”.
Las mujeres, de hecho, son tratadas de manera fuerte
“Se marca dentro de un momento de la historia en que algo sobre lo cual se ha puesto un manto de silencio, que es la violación, empieza a destaparse en el mundo entero y a verse que es un hecho generalizado y aterrador. En particular el infanticidio, que sigue siendo objeto de eufemismo y de silencio, como si sobre eso no se pudiera hablar. De alguna manera el crimen de esa chiquita obliga a hablar y cuando empiezan a investigar y a salir los datos aparece que son más frecuentes las agresiones sexuales contra niños que contra adultos. Entonces como que la humanidad de golpe empieza hablar del infanticidio, de la violación de niñas y niños. Creo que es un momento de romper el silencio, y siento que es importante participar”.
Estaba escribiendo una novela y paró por este crimen
“No sé cómo lo experimentaron en Medellín, me imagino que como en el resto de Colombia, fue un cimbronazo. Creo que aún en un país tan acostumbrado a la criminalidad como somos nosotros, hay ciertas pautas atroces, ciertas categorías, conocemos el crimen por venganza, por hampa, por robo, el de los paramilitares o guerrilleros, pero este crimen tenía una característica que estremecía y sorprendía: era por placer. Quizá eso no lo habíamos visto tan de cerca, alguien que lo tiene totalmente todo, el mundo en la palma de la mano y escoge a la más indefensa de las víctimas, a la más inofensiva, para destruirla, para liquidarla en todo sentido, con una crueldad y una frialdad que rebasa todo límite. Cuando sucede es imposible dejar de pensar, estaba todo el país obsesionado, tratando de entender qué sociedad hemos creado para que pase algo así.
Luego traté de volver a la novela que traía, pero era tal el dolor en el corazón, que sentí que se había roto alguna barrera de contención en el terreno de la ética, y que de golpe se hacía visible, entonces dije, vamos a seguir el impulso como una forma de darme explicaciones, no a la manera de una novela negra, que desde luego no lo es, ni tampoco como investigación periodística, porque esto es ficción, sino utilizando las herramientas de la ficción para ver qué es lo que hay detrás. No tanto lo monstruoso, como lo que no se ve, que finalmente resulta inhumano”.
Hay varias reflexiones que hace el narrador. ¿Era usted detrás, explicándose?
“Ahí apuntas a algo que tenía que ver directamente con el proceso de la escritura, cómo conviertes esa obsesión en literatura. Quería que la novela fuera narrada por un hombre y que toda se le enfocara desde el punto de vista de un grupo de muchachos, de los íntimos amigos del asesino, porque siento que el tema de la violación y de la agresión sexual a la mujer ha sido muy tratado, afortunadamente, por mujeres, pero que no se oyen las voces masculinas, y me parecía importante tratar de entenderlo desde esa óptica, porque suelen ser varones los perpetradores de este tipo de actos. Entonces dije, voy a hacer el esfuerzo de meterme en los zapatos de un hombre y además de otra generación.
Necesitaba alguien que perteneciendo al grupo me permitiera una visión desde adentro, mirara al Muñeco con ojos críticos: es mi íntimo amigo, pero todo el tiempo lo estoy juzgando, le estoy siguiendo la pista, le tengo miedo, estoy seguro de que algo terrible va a pasar con él. Eso me permitía que como autor no tuviera que intervenir con juicios de valor, metiendo adjetivos míos, no quería que mi voz sonara.
El Hobbit pertenece al grupo, pero no del todo. Los otros son clase alta alta, él es clase media, él no tiene finca, ni carro, la familia no tiene tanta plata. El Hobbit, el apodo que le puse tiene que ver con que es un tipo más bien retraído, un poco nerd, encerrado entre su cueva con los videojuegos, con los libros; es un tipo que lee. Eso le permite una conciencia crítica. Es muy cercano al Muñeco, lo conoce desde niño, permite ver su evolución, la de Tarabeo, la del propio Píldora, pero no es igual a ellos. Él es el refugio detrás del cual se mete el autor”.
El Hobbit habla bogotano...
“Claro. Finalmente aquí en esta novela no había un personaje, aún siendo ficción, que te permitiera referirte a hechos objetivos: no un investigador, no un periodista buscando una supuesta verdad. Todo lo que había era una visión subjetiva de alguien muy cercano al asesino, entonces lo único que había era su voz. El Hobbit no es si no la voz del Hobbit, ni siquiera hay alguien que lo vea y te hable de él. Es lo que él cuenta de sí mismo, es sus palabras. Así que tenía que hablar un lenguaje en el que estuviera condensado una manera de ser, de cierta clase social, de ciertos varones profesionales de clase alta bogotana.
El trabajo con el lenguaje tenía que ser muy cuidadoso. Hay una cosa que tienen los paisas con el tono, que está dando a entender cómo es su cultura, no siempre para bien, porque muchas veces en expresiones masivas se le asocia con la mafia, pero hay una fascinación por él. Yo que vivo en España me encuentro con jóvenes que por jugar hablan o lo imitan. Es más fuerte que una imagen.
La manera de hablar tiene una peculiaridad muy fuerte, así que me pareció que esto tenía que ser escrito en bogotano, aunque a un lector no bogotano le signifique cierta dificultad inicial. Este tiene giros. Hay un cierto sentido del humor que está repetido durante la novela, que por un lado es divertido y por otro peligroso, porque es quitarle importancia, bajarle tono a las cosas con un chistecito divertido. Un ejemplo es que en determinado momento el Píldora llega estremecido a contarle al Hobbit que dejó el cadáver de la niña en una piscina, y le dice temblando, ‘enterré a la niña en el agua’, y la reacción del Hobbit es decirle, ‘no se estila, mi rey, se en-tierra en tierra o se en-agua en agua, pero no se entierra en agua”. Inmediatamente el pinchazo que desinfla la importancia de lo que el otro está diciendo. Traté de que eso fuera recurrente: el tono sube y hay un chistecito que lo baja. Eso tiene mucho que ver con nuestra manera de ser. No te digo que no sea divertido y a veces es una buena herramienta contra la adversidad, pero también de que no se sedimenten los hechos”.
El crimen pasa muy al final, no es una novela que empiece por ahí, sino por el contexto, ¿por qué?
“Era consciente de que le estaba hablando a un público que ya sabía lo que había pasado y quería que el lector encontrara un punto de referencia. A diferencia de una novela negra en la que se mantiene el suspenso, qué es lo que pasa, quién es el asesino, aquí ya se sabía. Estoy convencida de que el lector lee entre líneas, no hay que contar lo que ya sabe, porque lo que haces es añadir peso muerto. No hacía falta empezar por un crimen que todo el mundo tenía en la cabeza, sino ir dejando que eso llegara”.
El muñeco es un ser vacío, que no se llena...
“El Hobbit también se la pilla, cuando dice este hombre tiene que escarbar cada vez más abajo y más oscuro porque nada lo satisface. Es como alguien que lo tiene todo y no tiene nada, siempre tan acostumbrado a darse gusto y a buscar el placer en la ropa, en la comida, en su físico, con su musculatura, el carisma que ejerce en sus compañeros. Tan acostumbrado a darse gusto, que los propios placeres pierden el sabor”.
El crimen de Yuliana Samboní fue un escándalo, pero luego hubo silencio otra vez
“Todo lo tapamos, de ahí el intento tímido y modesto de la literatura, y también es un llamado a no olvidar. Ahí viene la noción de mostrar, es que lo hizo un monstruo. No. Al final hay una frase de Diane Arbus, que buscaba personas con deformidades para retratarlas, y tiene una frase muy impresionante, ‘quieres ver un monstruo, mírate al espejo’. Entonces era eso, no nos contentemos diciendo que el asesino era un monstruo. Es desde luego un ser aterrador, pero miremos qué hay dentro de nosotros mismos”.