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Eso que guarda La Oculta

“La Oculta es una vereda del Suroeste de Antioquia. Ahora es también una novela. La Oculta es un secreto que todos tenemos”, dice Héctor Abad Faciolince, quien presentará la obra esta semana.

  • El historiador Roberto Luis Jaramillo aportó datos, así como familiares y amigos. Y la consulta en documentos. FOTO Emanuel Zerbos
    El historiador Roberto Luis Jaramillo aportó datos, así como familiares y amigos. Y la consulta en documentos. FOTO Emanuel Zerbos
17 de noviembre de 2014
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El más reciente libro de Héctor Abad Faciolince se titula La Oculta. Desde una hacienda recorre la historia de una familia y de la colonización del Suroeste antioqueño y narra momentos de una violencia que no termina. Ancestros, genes, memoria. El Colombiano habló con él. Sus respuestas llegan desde Hong Kong, donde el autor estuvo hace poco.

¿Cuál es el impulso que lo lleva a escribir esta novela?

“Yo no soy un escritor muy consciente de los procesos mentales que me llevan a escribir un libro. O si hubo un razonamiento muy preciso, ya se me olvidó. Creo que el origen obvio de la novela -para mí- es la finca de mis bisabuelos: La Inés, en la vereda La Oculta, que antes quedaba en jurisdicción de Jericó y hoy de Támesis. Eso es lo primero: un sitio que conozco desde la infancia y al que sigo yendo. Luego está el lago de La Oculta, que existe y es de unos primos míos muy queridos, los Ceballos Abad. A partir de ahí hay voces (cuentos, cosas que se dicen) y episodios vitales que me han contado o que he vivido yo mismo: los ahogados de La Oculta. Los grupos guerrilleros y paramilitares que actuaban por allá, las fondas, los caballos, los pájaros, las vacas. Los colores, lo que se comía. Esa mezcla de vivencias son el origen de La Oculta”.

Un ejercicio de memoria. Convierte la finca en figura literaria. ¿Por qué?

“Es una manía, una obsesión antioqueña. Me di cuenta de eso cuando lo primero que hice la primera vez que tuve algo de plata fue comprarme una cabaña en La Ceja. Es lo que hacen casi todos los antioqueños cuando consiguen algo, no importa si son industriales, mafiosos, contrabandistas, filósofos, profesores o escritores: nos buscamos un lote de tierra en el campo (...). Los pobres sueñan con la tierrita que perdieron y quisieran volver a ella. Los ricos sueñan con la hacienda que tuvieron y la añoran. O la odian. No creo que haya un motivo más nuestro que el apego a la tierra. Y lo más raro: a la tierra más dura y quebrada: estas montañas casi inaccesibles”.

Háblenos de la estructura: Pilar, Eva y Antonio, alternándose, perfilan la hacienda.

“Busqué muchas maneras de contar la historia. Desde un punto de vista exterior y objetivo. Desde adentro, involucrándome yo mismo como si fuera un personaje más. Al fin no pude, o no quise, excluir a ninguno de los tres hermanos, que son los últimos en heredar esa finca, y están involucrados con ella de maneras muy distintas: una de las hermanas se ha ido a vivir ahí; otra hermana ya no quiere ni siquiera ir, y otro hermano añora la finca desde Nueva York. Todos cuentan la misma historia de manera distinta, según el filtro de su propia experiencia. Me traté de meter en el pellejo de los tres y de ser, por turnos, Pilar, Eva y Antonio”.

Uno podría leerlos de manera independiente y se tendrían otros hallazgos.

“Yo lo hice, como ejercicio. Incluso hice una tabla en la que sabía qué pasaba en cada párrafo del libro, uno por uno. Es algo que aconsejan los gringos cuando están escribiendo un ensayo científico. Había dos capítulos enteros en los que los tres hermanos hablaban, discutían. Capítulos de puros diálogos. Pero algunos amigos y lectores me dijeron que le hacían perder ritmo al libro, así que los suprimí. Escribir es borrar, dudar, cambiar. Al menos en mi caso nunca sé bien si debe ser así como está, o de otra manera. Un cuadro no está listo hasta que no se le da la última pincelada. Y quizá pudo haber quedado mejor, o peor, con algo añadido, o con algo menos. El arte consiste también en decidir por dónde se corta, cuando ya no se dice ni se cuenta más, sino que se acaba el cuadro y se cuelga para que otros lo vean”.

150 años contados a partir de la vida de una hacienda. ¿Novela rural o histórica?

“Es una mezcla rara de novela histórica y novela familiar. Tal vez la historia no sea otra cosa que la historia de cómo se organiza y evoluciona la familia. Lo más distinto que hay hoy en día -con relación a cómo era la sociedad colombiana y jericoana y francesa- es el tipo de familia que existe: hace un siglo y medio era impensable una familia homosexual o una mujer que cambiara de pareja cada cierto tiempo. Hoy eso es normal”.

Entre la realidad y la ficción. ¿Qué tan fina es la línea que las separa?

“La línea, más que fina, es muy borrosa. Siempre he trabajado con algo muy importante para mí: la mala memoria. Mi mala memoria deforma y es mi manera de tener fantasía. Digamos que todo lo que cuento son cosas que recuerdo, pero como todo lo recuerdo mal, entonces en realidad es deformación, ficción, invento. Hay pedazos en que podrá reconocerse el rastro diurno -como dicen los freudianos de los sueños, el rastro de la realidad- pero la mayor parte de la trama es como un sueño de cosas que no existieron mezcladas con cosas que sí ocurrieron así. Yo no puedo saber si la colonización de Jericó fue como la cuento, pero así la imagino...”.

¿Su Abad viene de esa primera “Abadi” casada con el descendiente del conquistador Santángel? ¿Si es así, en Antioquia sí hay una descendencia de judíos?

“Mi papá, que no mentía nunca, decía que nosotros veníamos de judíos conversos. Es una especie de tradición oral que se ha mantenido en la familia, desde los tiempos del bisabuelo. Yo no sé si eso sea verdad o mentira. Los antioqueños tenemos, de todas maneras, mucha sangre semita, levantina, mediterránea: y ahí hay árabes y judíos, que son como primos hermanos. Yo me siento árabe, judío, antioqueño, indígena y negro, todo al mismo tiempo. Me considero un mestizo total, un bastardo, y de ninguno de mis antepasados reniego”.

¿Reconocimiento al cielo azul de sus primeros años?

“En la rifa del mundo esta fue la tierra que nos tocó a nosotros. No es la mejor ni es la peor que existe. Es lo que es, es lo que hay. Y uno escribe de lo que da la tierra, como se dice por acá. Y la tierra da cosas buenas: no produce buen trigo, pero da unos yarumos y unos guayacanes increíbles. No tenemos ruiseñores ni cigüeñas, pero hay colibríes, toches, mariposas azules. No sé, cada país produce sus propios árboles, sus propios animales, su propia gente y su propia literatura... Somos injerto de muchas gentes, creo que este producto mezclado da especies raras e interesantes”.

Logra humanizar la hacienda.

“La Oculta fue una hacienda; ahora es apenas una finca con algo de tierra. Y lo que yo quería -y espero haber conseguido- era que la protagonista de la novela fuera esa finca, más que los personajes que la habitan. Lo importante es la relación que los personajes tienen con esa casa, con esas montañas y ese cielo, con el paisaje: el lago, los árboles, los animales, los pueblos cercanos. Muchos antioqueños de todas las capas sociales tenemos un paisaje, una tierra en la cabeza. Por eso creo que muchos podrán sentir como propia esta novela que al hablar de una finca y de un pueblo, habla de muchas fincas y de muchos pueblos”.

¿Será posible ahora una repartición de tierras como se hizo al fundar Jericó?

“Los visionarios, los que sueñan con un mundo mejor, siempre hacen locuras así. Ojalá vuelva a haber locos que piensen que lo mejor sea repartir -casi gratis- muchas tierras. Hay muchas colonizaciones: unas por la fuerza, otras por invasiones, otras más inteligentes y serenas. Creo que la paz de este país pasa por el acto generoso de compartir muchos pedazos de tierra con los que nada tienen. Y no como propiedad colectiva, que eso ha funcionado muy mal en el mundo, sino como propiedad familiar”.

Estas son palabras fundamentales en La Oculta.... Cómo define...

Azar: “es lo que manda siempre, la suerte. Pero uno tiene que tirar los dados, por lo menos, y tirarlos en el momento adecuado. Uno puede propiciar algunas cosas: jugar cuando la suerte buena o adversa produzca algún cambio importante en nuestras vidas...”.

Nostalgia: “un sentimiento desagradable. No lo recomiendo. ¿Pero cómo pedirle al exiliado que no lo sienta? Tenemos algo de palomas mensajeras con ganas de volver, con dolor de volver. No todos, pero muchos”.

Familia: “es algo irremediable. Si es buena, es la mayor bendición. Si es mala, no hay nada peor ni más castrador. Mientras no haya otra forma de reproducción que la sexual, la familia es inevitable. Incluso las familias nuevas, tan distintas, con hijos de otros, propios, mezclados, con parejas separadas, vueltas a separar, del mismo o de distinto sexo. La familia ya no es una célula de piedra. Es una quebrada que baja de piedra en piedra”.

Libertad: “tal vez sea una ilusión, pero sin esa ilusión uno se quedaría siempre quieto. La ilusión de que uno puede buscar la felicidad de la forma que quiere, sin que otros se interpongan en el camino”.

¿Cómo es ese refugio de escritores en la Toscana donde pasó algunas semanas?

“Allá escribí muchos capítulos de La Oculta: es un sitio idílico en las colinas entre Florencia y Arezzo. Le voy a decir algo: el sitio es más bonito que La Oculta, hay venados y jabalíes, la comida toscana es más rica que la antioqueña. Pero yo paso mejor en La Oculta. Lo que yo hago es una receta mixta. ¿Sabe cómo me gusta la arepa? Bien tostada, amarilla, con aceite de oliva, sal, y tajaditas de mozzarella: es Antioquia e Italia al mismo tiempo. Una delicia. Sin despreciar el quesito, con mozzarella de búfala me sabe más bueno la arepa”.

¿Y su próxima obra?

“Estoy escribiendo un cuento que se llama Hong Kong. Es la ciudad más extraordinaria que he visto en los últimos años. El cuento pasa en Hong Kong, pero el personaje tiene la cabeza en Medellín. Yo siempre vivo así: en Hong Kong o en la Toscana sigo viviendo en Medellín”.

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