En los primeros quince minutos del concierto del grupo español Esplendor Geométrico el público que llenó el Auditorio Fundadores de Eafit estuvo en vilo, expuesto a sonidos que con dificultad se pueden catalogar. La gente –sentada, inmóvil– veía en el escenario el performance de Arturo Lanz y Salverio Evangelista. Desde el principio, las diferencias entre los músicos fueron patentes: Lanz es eléctrico, irradia una energía contagiosa. No se está quieto. Por el contrario, Evangelista es mesurado, apenas mueve la cabeza.
Poco a poco los asistentes se despojaron de recelos, se pusieron de pie y soltaron la rienda de los cuerpos: no hubo patrones de movimiento. Nadie bailó parecido al vecino. Cada quien se meneó como le dio la gana, siguiendo la pauta del embrujo. Esplendor Geométrico se inscribe en la línea de la música industrial. Sin embargo, Lanz tiene una mejor idea para definir la propuesta sonora: música primitiva hecha con instrumentos virtuales. Y da en el clavo: los ritmos –hipnóticos, iterativos– consiguen en la audiencia un efecto parecido al del mantra. La mente se desprende del pensamiento para diluirse con la música y el instante.