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Así suena la música tribal del futuro: concierto de Esplendor Geométrico

El grupo español llenó por completo el auditorio Fundadores de Eafit. Su propuesta se define como música industrial.

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25 de julio de 2022
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En los primeros quince minutos del concierto del grupo español Esplendor Geométrico el público que llenó el Auditorio Fundadores de Eafit estuvo en vilo, expuesto a sonidos que con dificultad se pueden catalogar. La gente –sentada, inmóvil– veía en el escenario el performance de Arturo Lanz y Salverio Evangelista. Desde el principio, las diferencias entre los músicos fueron patentes: Lanz es eléctrico, irradia una energía contagiosa. No se está quieto. Por el contrario, Evangelista es mesurado, apenas mueve la cabeza.

Poco a poco los asistentes se despojaron de recelos, se pusieron de pie y soltaron la rienda de los cuerpos: no hubo patrones de movimiento. Nadie bailó parecido al vecino. Cada quien se meneó como le dio la gana, siguiendo la pauta del embrujo. Esplendor Geométrico se inscribe en la línea de la música industrial. Sin embargo, Lanz tiene una mejor idea para definir la propuesta sonora: música primitiva hecha con instrumentos virtuales. Y da en el clavo: los ritmos –hipnóticos, iterativos– consiguen en la audiencia un efecto parecido al del mantra. La mente se desprende del pensamiento para diluirse con la música y el instante.

Así suena la música tribal del futuro: concierto de Esplendor Geométrico

A la mitad del show, Lanz se alejó de la consola y brincó por el escenario, incluso en las partes oscuras, detrás de la pantalla de proyección. Tropezó con un trípode, un micrófono falló en plena canción –entonada con voz gutural, de otro mundo–, pero nada lo desconectó del trance. Más adelante, en el camerino, dijo que sus actos en escena no son premeditados: simplemente no concibe la música sin moverse, sin saltar a la manera de los sufíes. El concierto se transforma en una gimnasia de la mente y del cuerpo.

En las últimas canciones se rompió la barrera entre los artistas y el público: la gente terminó de sacudirse de los reatos y se acercó al escenario. En cuestión de minutos un auditorio académico se tornó discoteca. El evento terminó con el mismo tono abrupto con el que comenzó: después de dos bis, Lanz presionó el botón de off y la audiencia estalló en un aplauso. La sensación general era la de haber tomado parte en algo parecido a un ritual, la de haber presenciado un acto que pone en jaque las etiquetas y las palabras. A fin de cuentas, la música es una espiritualidad sin religión.

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