Se regalan flores para conquistar, para felicitar a una nueva madre por su hijo y se ponen en los cementerios para honrar la memoria de alguien. Ayudan a expresar sentimientos, por eso, en la literatura y en las artes plásticas son incluidas con frecuencia.
Ahora, cuando se acerca la Feria de las Flores, recordamos algunos ejemplos. En unas obras son un componente de la escenografía. En otras, claro, un símbolo de lo que los autores quieren expresar.
Hay un relato en el que cumplen un papel para nada secundario: El ruiseñor y la rosa, de Oscar Wilde. Hace parte del libro El príncipe feliz.
En el cuento mencionado, un estudiante se enamoró de una doncella, la hija del profesor, y le pidió que bailara con él. Ella le pidió a cambio una rosa roja. En el rosal no había ninguna de este color. El ruiseñor, que escuchó la pena del muchacho, salió a buscarla en varios rosales, pero no la encontró. Un rosal le dijo que hay un medio para obtenerla:
“Si necesitas una rosa roja —dijo el rosal—, tienes que hacerla con notas de música al claro de luna y teñirla con sangre de tu propio corazón. Cantarás para mí con el pecho apoyado en mis espinas. Cantarás para mí durante toda la noche y las espinas te atravesarán el corazón: la sangre de tu vida correrá por mis venas y se convertirá en sangre mía.
—La muerte es un buen precio por una rosa roja —replicó el ruiseñor— (...)”, y dejemos aquí el relato del dublinés para invitar a leer y no arruinar la sorpresa.
Hay novelas con flores vigentes por siglos. La Dama de las camelias, de Alejandro Dumas (hijo) es una. En ella, el autor cuenta una historia que al parecer fue real, de un romance suyo con Marie Duplessis, cortesana de París que tuvo amoríos con otros personajes reconocidos. En la novela es Margarita Gautier. Armando Duval la ama desde que la conoce. Esa mujer no faltaba a los estrenos de ópera y teatro, llevando consigo sus anteojos, una bolsa de bombones y un ramo de camelias. Su florista la llamó La Dama de las Camelias.
En poesía abundan. Mencionemos la de Gustavo Adolfo Becquer:
¿Cómo vive esa rosa que has prendido/ junto a tu corazón?/ Nunca hasta ahora contemplé en el mundo/ junto al volcán la flor.