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Una vuelta por la historia en 12 mapas

La cartografía es una ciencia que nos ayuda a comprender mejor nuestro mundo, pero no podemos esperar neutralidad de ella, pues siempre está marcada por la época que la cruza.

  • La Canica Azul (1972). Esta imagen tomada por la NASA obligó a pensar sobre el mundo de una manera diferente.
    La Canica Azul (1972). Esta imagen tomada por la NASA obligó a pensar sobre el mundo de una manera diferente.
19 de agosto de 2017
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Un mapa, un atlas, una cartografía, nunca serán “correctos”, neutrales u objetivos, pues, al igual que la Historia, cada autor lo interpreta y lo crea intencional o inconscientemente según el lugar y la época del mundo que le tocó vivir.

Esta es una conclusión aceptada hoy en los ambientes académicos, pero hace 42 años la discusión sobre el tema fue feroz. Arno Peters, doctorado en propaganda política, estudioso de la historia y cartógrafo, se atrevió a hacer una proyección global diferente a la de Mercator, que imperaba desde 400 años antes. Su objetivo era mostrar una imagen más “equitativa” de los países mundo en un mapa global.

La noticia de esta proyección se produjo apenas seis meses después de que la NASA diera a conocer la “Canica Azul”, la primera fotografía completa de la Tierra desde el espacio, captada por las astronautas de la misión Apolo XVII.

Esta imagen era, de alguna manera, objetiva, aunque solo fuera un disco plano en el cual apenas se veían la península arábiga, África, el Polo Sur y los océanos que los rodean. Y algo así pretendía Peters, una proyección “neutral” del planeta, la cual generó una de las mayores discusiones sobre la relación Historia-Cartografía.

Disciplinas unidas

Cartografía e Historia van de la mano y, por eso, la primera puede —y suele— ser una herramienta bastante utilizada para comprender, y a veces reconstruir, la segunda.

Por eso no resulta extraña la proliferación de atlas de diversas disciplinas, que sirven de guía desde la escuela elemental hasta los doctorados. Pero un trabajo documentado y analítico sobre algunos hitos históricos de la cartografía, dirigido no solo a especialistas, sino a un público más amplio, sí resulta un texto diferente y atractivo.

En esa tarea se metió Jerry Brotton con su Historia del mundo en 12 mapas, una obra publicada por primera vez en 2012 en Inglaterra, y que llegó a Colombia a finales del año pasado.

Este catedrático de Estudios Renacentistas de la Universidad Queen Mary de Londres, experto en la historia de los mapas y en la cartografía del Renacimiento, hace un amplio recorrido con 12 mapas protagónicos —13 si tenemos en cuenta la introducción—, alrededor de los cuales se hacen otras representaciones cartográficas, y gracias a su análisis alcanzamos una mejor comprensión de los momentos de la Humanidad en que fueron elaborados.

Antes de entrar propiamente en la materia, Brotton nos entrega unos elementos teóricos necesarios para comprender el texto que se va a abordar. Recuerda, por ejemplo, que “cualquier mapa es un sustituto del espacio físico que pretende mostrar, construyendo lo que representa, y organizando la infinita y sensual variedad de la superficie terrestre según una serie de marcas abstractas”.

Insiste en que “lejos de imitar al mundo, los mapas desarrollan signos convencionales que llegamos a aceptar que representan algo que nunca podrán mostrar realmente” y recuerda que el único mapa que podría representar completamente un territorio sería uno elaborado en escala 1:1, algo que en la práctica resulta imposible y que ha sido objeto de burla (Silvia y Bruno: conclusión, de Lewis Carroll) y de aguda crítica (Del Rigor en la ciencia, de Jorge Luis Borges) en la literatura.

Los 12 mapas

Como ya se advirtió atrás, en realidad Brotton trabaja sobre 13 mapas principales, pues en la introducción de esta historia se detiene en una tablilla de 2.500 años de antigüedad, descubierta en Irak en 1881 y conocida hoy como El mapa del mundo babilonio, el primero de su clase del cual se tenga noticia.

Y a partir de ahí empieza un viaje cronológico por los mapas y la Historia del mundo, en un estudio riguroso sobre los momentos en que fueron elaborados estos documentos, que pusieron las bases de ciencias fundamentales para el conocimiento y la administración de los territorios —la cartografía y la geografía— y varios de los cuales son hoy, todavía, fuentes a las que deben recurrir los eruditos de esta y otras disciplinas.

Por estas páginas vemos pasar la Geografía de Ptolomeo (150 d.c.); El libro de Roger, de Al-Idrisi (1154); el Mapamundi de Hereford (1300); el Mapa del mundo Kangnido (1402), el Mapa del mundo, de Martin Waldseemüller (1507); el Mapa del mundo, de Diego Ribero (1529); el Mapa del mundo, de Gerardo Mercator (1569), el Atlas Maior, de Joan Blaeu (1662); el Mapa de Francia, de la familia Cassini (1793); el Pivote geográfico de la Historia, de Halford Mackinder (1904); la proyección de Arno Peters (1973) y Google Earth (2012).

Cada uno de estos esfuerzos humanos son incluidos en el libro por los aportes que, en su momento, hicieron al conocimiento y análisis del mundo. Pero el autor no se queda ahí, sino que profundiza en la vida de los autores y de los documentos mismos, nos recrea anécdotas de los momentos en que se elaboran, nos pone en contexto a los eruditos y su relación con los poderes del momento y nos explica cómo los mapas o atlas se convirtieron en el referente de la geografía en su momento e incluso hoy.

Recuerda, por ejemplo, que de Ptolomeo conocemos muy poco y que de su Geografía nos llegaron copias —con quién sabe cuántas variaciones— de manuscritosbizantinos, escritos varios siglos después de que este hubiera muerto.

O que en medio de las cruzadas, el rey Roger II de Sicilia permitiera que en la hoy isla italiana convivieran cristianos, judíos y musulmanes, gracias a lo cual se produjo la obra de Al-Idrisi.

Y que el primer intento de cartografiar un país entero —Francia— según la triangulación y la geodesia fue obra de la familia Cassini, el cual requirió más de un siglo y que fue nacionalizado en 1793 por la Convención Nacional de la República Francesa.

Destaca también como el Mapa del mundo de Martin Waldseemüller (Universalis Cosmographia Secundum Ptholomei Traditionem et Americi Vespuci aliorumque lustrationes) pasó de un coleccionista privado alemán a la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos por un valor de US$10 millones, en una negociación que duró cinco años y que involucró a historiadores y políticos europeos y americanos, por tratarse del primer mapa del mundo en que se daba nombre a nuestro continente y que el autor califica como el “certificado de nacimiento de América”.

Anécdotas aparte, cada uno de los capítulos dedicado a estos mapas y autores va encabezado por una palabra que describe no tanto la época, sino lo que representan estos documentos: ciencia (Ptolomeo), intercambio (Al-Idrisi), religión (mapamundi de Hereford), imperio (mapa Kangnido), descubrimiento (Waldseemüller), globalismo (Ribero), tolerancia (Mercator), dinero (Blaeu), nación (Cassini), geopolítica (Mackinder), igualdad (Peters) e información (Google).

Y podemos apreciar como algunas de estas representaciones hicieron conocidos en su momento a sus autores y sus nombres y contribuciones llegaron hasta hoy. Pero también algunos eruditos poco conocidos en estas latitudes, como Kwon Geun, el astrónomo coreano que dirigió la elaboración del mapa Kangnido.

O como del mapamundi de Hereford no se conoce autor, ni hay claridad sobre cuándo se hizo, ni por qué o cómo fue dejado en la catedral de un pueblo ubicado en la frontera anglo-galesa. Y eso que se trata del mapa medieval más grande que existe.

Difícil interpretación

Desde esa tablilla de Babilonia hasta Google Earth han pasado 25 siglos de avances matemáticos, científicos y tecnológicos, que nos permiten tener hoy un conocimiento más amplio del planeta que habitamos, así solo sea en teoría, pues cabe más en nuestro cerebro que lo que en realidad podemos llegar a recorrer, sea a pie o mediante cualquier medio de transporte.

Y ampliarnos ese universo y sus conocimientos es el objetivo de Historia del Mundo en 12 mapas, un texto en él queda claro, además, que es una tarea sobre la que el ser humano deberá seguir trabajando por muchos años más, pues todavía no llegamos a cubrir toda la superficie terrestre con imágenes de alta resolución, que nos garanticen un conocimiento estándar de nuestro hogar.

La selección realizada por Brotton puede resultar incompleta, si se tiene en cuenta que hay espacios de tiempo muy grandes entre algunos de los mapas o que no están representadas todas las culturas del planeta y, por ello, también puede decirse que se concentra fundamentalmente en los estudios y avances geográficos destacados de una parte de lo que conocemos como mundo desarrollado.

Las culturas americanas o las africanas no aparecen, China o Japón son tratados, lo mismo que Rusia, de manera marginal en algunos de los capítulos. Pero la pretensión de la obra de Brotton no es ser equitativa en este sentido, como pretendía Peters con su proyección de 1973.

Se puede concluir que, con su estudio agudo, el autor hace un repaso por la complejidad que ha sido, a lo largo de la Historia, elaborar mapas que dejen satisfechos a todos. Y deja claro, en cada uno de los capítulos, que los cartógrafos no pueden escapar de su tiempo y de su espacio en el momento de abordar trabajos que demandan años, en medio de grandes presiones —y pasiones— políticas, por lo que el resultado final de cada obra es una “fotografía” de una pequeña, pero importante, parte de la Historia.

Como se ve, no se trata, con rigurosidad, de una historia del mundo, sino de una historia de la cartografía, bastante documentada, pero, lo más importante, que resulta fácil de leer y entender incluso por quienes no somos especialistas en la materia.

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