<img height="1" width="1" style="display:none" src="https://www.facebook.com/tr?id=378526515676058&amp;ev=PageView&amp;noscript=1">
x
language COL arrow_drop_down

El parque biblioteca Fernando Botero es un lugar de encuentro, en el que además se lee, conversa y aprende. La cultura está en esa caja negra.

  • FOTO JUAN ANTONIO SÁNCHEZ
    FOTO JUAN ANTONIO SÁNCHEZ
Image
28 de mayo de 2015
bookmark

El gato que el maestro Botero le regaló al parque biblioteca que se llama como él, mira a esa estructura negra y rectangular las 24 horas del día, con su sonrisa y sus ojos fijos, pero ya sin bigotes. Aunque lo de los bigotes, que no volvieron a ponerle –o que no volvieron a crecer– porque se los llevaron varias veces, ya no importa. El gato no ha dejado de ser gato y en cambio es, de todas maneras, ese que saluda cuando se entra al Fernando Botero.

El gato, dice Juan Paulo Campo Vives, gestor coordinador, es un símbolo y sitio de reunión. En el de cola parada se encuentra la gente y si hace mucho calor, o si llueve, hasta se resguardan debajo.

El parque biblioteca se inauguró el 19 de octubre de 2011, pero cuando el gato llegó, el 1 de abril de 2012, fue casi como si se hubiera vuelto a inaugurar. Esa vez el maestro dijo que donaba la escultura con una intención, “el arte al encuentro del público y no el público al encuentro del arte. El hombre necesita del arte para vivir mejor”.

A Paulo le parece, de todas maneras, que por ese suceso malo llegó uno bueno. Pocos días después de que el gato se instalara en su pedestal se llevaron el primer bigote y las noticias cayeron sobre el parque biblioteca. No hubo felicidad por eso, pero de tanta bulla muchos más supieron que en San Cristóbal estaba ese lugar, mientras en la comunidad, otros más entendieron que había que apropiarse de la biblioteca, que era de todos, y que, sobre todo, no se cuidaba sola.

Después del gato está esa estructura negra de ventanas y balcón. Luego del primer hall, al frente está la sala de exposiciones, a la izquierda el teatro –que usan, aunque piensan en los detalles y en modernizarlo– y a la derecha la entrada a los servicios bibliotecarios.

En el fondo, en la sala infantil, los niños tienen un tapete de colores para sentarse a leer. Eidy Bedoya, técnica de bibliotecas, explica que los niños no van solos, que siempre hay adultos que se sienta con ellos, por lo general los papás.

Juliana Gómez, siete años, está ahí, entre un libro. “Hay muchos libros buenos”, dice, y sigue ahí. Su papá, John Jairo Osorio, mientras tanto, comenta que “venimos con frecuencia a compartir con los niños, para que se enamoren con los libros y se habitúen a la lectura”.

Si bien a la biblioteca van grandes y chicos, el gestor coordinador precisa que la mayoría son niños y jóvenes. Propuestas, no obstante, hay para todos, desde los servicios bibliotecarios, hasta los procesos de cultura digital y, muy importante, el fomento a la lectura.

Además hay espacio para las expresiones artísticas, que se construyen en comunidad. En San Cristóbal, comenta Juan Paulo, se baila, se actúa, se pinta y se canta. Por eso el teatro, para poder mostrar lo que hacen. La cultura del rock, precisa él, es muy fuerte. Cada tres meses hacen un encuentro, incluso.

Otros pisos

Bajando las escaleras hay una sala interactiva que usan para capacitaciones, y donde un grupo de jóvenes maneja una emisora, Cosas de A-K. Son independientes, ellos solo los acompañan.

Arriba están las salas mediáticas. Tres están siempre disponibles para uso libre y la cuarta es para talleres de formación. Los computadores están en casi todas partes. También en las salas de lectura y de talleres. Lo digital es fundamental.

En la sala de lectura de adultos lo que más leen, indica Anny Valencia, técnica de biblioteca, es literatura universal. Como la mayoría son jóvenes de colegio, igual hacen tareas, y en la pared donde está la comicteca, se sientan a veces a conversar.

Porque en el Fernando Botero no solo se va a leer, también a encontrarse. Dice Juan Paulo que es un espacio donde están cómodos, libres, tienen diferentes posibilidades para pasar el tiempo y es gratis.

Kelly Johana Muñoz está sentada, mirando a través de la ventana. Escucha música. Al parque biblioteca va una vez a la semana, máximo cada dos, porque encuentra un sitio tranquilo.

Hay otros temas de interés para la comunidad. La ruralidad, por ejemplo. San Cristóbal tiene 17 veredas. Por eso no solo se quedan dentro de las paredes del parque, sino que salen hasta donde está la gente, para que les pase como esa vez que estuvieron en San José de la montaña y una usuaria se registró y a la semana estaba ya con sus dos hijos registrándose ellos también. Así que ir es hacer que ellos, la comunidad, los visite luego. “Es muy importante –señala el gestor coordinador– la interrelación con la gente”.

Entonces, los usuarios van caminando por los pasillos. Muchos se hacen en el balcón a mirar el corregimiento, la carretera. Están los que se sientan en los corredores a oír música o los que van a ese jardincito, que es un proyecto que tienen en el que los papás y los hijos siembran juntos. Hay un club de astronomía que se sube a la terraza a ver las estrellas, B-612, se llama, y un poco más allá del gato está la Escuela de música, a la que van unos 218 niños. Es de vientos y percusión.

Así, de arriba abajo, se va llenando de personas esa estructura que diseñó el arquitecto Orlando García. La idea era que, como se ubica en un entorno rural, no compitiera, sino que al contrario, se relacionara con el paisaje, que el verde de la naturaleza resaltara. Pretendía, además, que en las noches, sigue Juan Paulo, el parque biblioteca se mimetizara con el pueblo y se viera el corregimiento, solamente, como un corregimiento en la montaña. De ahí el negro, además que les ayuda a que el clima adentro sea más cálido. “Esta es la negra grande de San Cristóbal”.

Infográfico

Te puede interesar

El empleo que busca está a un clic

Las más leídas

Te recomendamos

Utilidad para la vida

Regístrate al newsletter

PROCESANDO TU SOLICITUD