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Humberto De La Calle sacó del archivador su vocación literaria

La editorial Random House acaba de publicar la primera incursión del político caldense en la narrativa de ficción. La novela relata la historia de un joven que terminó en las filas de la guerrilla.

  • Humberto De La Calle ha sido columnista y ha incursionado en el género de las memorias. Ahora publica su primera novela. Foto: Cortesía.
    Humberto De La Calle ha sido columnista y ha incursionado en el género de las memorias. Ahora publica su primera novela. Foto: Cortesía.
04 de mayo de 2023
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Con la reciente publicación de la novela La inverosímil muerte de Hércules Pretorius, del actual senador Humberto de la Calle, se confirma una tesis de Malcolm Deas: en Colombia la literatura y el poder han transitado caminos paralelos. Son muchos los casos de políticos curtidos que pasaron sin rubor o con él de la lucha partidista a las páginas de los libros o de los periódicos. También han existido los escritores y académicos que hicieron un paréntesis en su vida intelectual para ocupar una embajada, un ministerio o cargos más altos.

La novela de De La Calle lleva al escenario a un universitario al que las fuerzas de la historia lo arrastraron a las trincheras de la insurgencia, a pesar de su rechazo a la violencia. Y no deja de ser sugestiva la lectura de una historia así, escrita por quien lideró por años los diálogos que desembocaron en el final de las Farc. También se debe anotar la inclinación de De La Calle por la poesía y su vínculo con un movimiento contracultural que marcó el siglo XX colombiano: el nadaísmo.

Para muchos lectores su nombre ha estado asociado al nadaísmo. ¿En esos años surge la vocación que con el tiempo lo llevaría a escribir esta novela?

“Sí, efectivamente. Desde la adolescencia tuve una determinada vinculación con el nadaísmo. Aunque siempre reitero que en esos años yo era casi un niño, de esa manera que me autodenomino como una especie de monaguillo del nadaísmo. Me dediqué a difundir sus ideas. Anecdóticamente le cuento que en cierto momento, por alguna irreverencia mía, estuve a punto de ser expulsado del colegio. Lo que quiero señalar es que había una brecha de edad y de importancia entre los personajes dominantes del nadaísmo y mi condición de monaguillo o simple acompañante. En efecto, no solo el nadaísmo incidió en una vocación literaria que he mantenido en el archivador durante varias décadas, sino que también coexistió con mis primeras letras que se remontan fundamentalmente al existencialismo: a los libros de Jean Paul Sartre, Albert Camus, Hermann Hesse y luego alguna evolución a través de Henry Miller, Jack Kerouac. Hay una coincidencia entre la mirada del nadaísmo y el nacimiento de un interés literario”.

En esos años de su vida pública usted debió haber intentado la escritura de algún cuento, algún poema, de alguna novela...

Hubo unos poemas. Siempre digo que cometí poemas, que por fortuna permanecen por fuera de la luz pública, se mantienen inéditos. Francamente sería un poco desastroso que ahora se conocieran. Al lado de los poemas también hubo cierta producción cuentística de aquella época y más tarde escribí también algunos cuentos que siguen ahí, escondidos en el archivador, pero que algún día de pronto, si el camino de la literatura persiste, podemos también darlos a conocer. El hecho es que las necesidades de la vida, la obligación de trabajar, de sostener mi hogar, fueron dejando de lado el ejercicio de la escritura”.

¿Qué hay aquí en Colombia que gente que ha estado tan cerca del poder le interese tanto el asunto de la gramática, de la literatura?

“Hay una vena que se remonta, incluso, a épocas anteriores. Pensemos en Miguel Antonio Caro y en varios presidentes de Colombia que cultivaron alguna forma de expresión literaria. Incluso no podemos olvidar a Rafael Núñez, a quien se le debe la horrenda letra del himno nacional. Hay una cultura inherente a la vida pública en Colombia que va paralela a la literatura. De alguna manera eso se conecta con lo que dijo alguien pensando en esos hermanos siameses —Venezuela y Colombia—: Venezuela era un cuartel y Colombia, una academia”.

En su novela se habla de un personaje que termina en la insurgencia. ¿Por qué hablar de estos temas en la época del post-conflicto, del que usted ha sido artífice?

“La obra es de ficción. Pero sí hay un hilo que corresponde a una historia real y que está centrada en un estudiante en la época en que yo era profesor en la Universidad de Caldas. A ese personaje decidí bautizarlo Hércules Pretorius, un estudiante muy brillante, verdadero intelectual con una conciencia muy intensa de la necesidad de impulsar la justicia social. Ese sueño era habitual. Lo que no lo era en el escenario de esos años fue que Hércules detestaba la violencia. Esta historia arranca en la Universidad de Caldas, en una movilización para tumbar un rector y para pedir mayor presupuesto.

Hércules se vio en un callejón sin salida: atacado y amenazado desde los extremos, queriendo hacer la revolución y detestando la violencia. Sin embargo, termina en el M-19 con el deseo de protegerse dentro de la guerrilla, lo cual es una paradoja. Por esos años, esta guerrilla del M-19 decretó la llamada operación Calarcá, que pretendía cruzar el Chocó para establecer una base guerrillera más al interior del país y ahí muere Hércules Pretorius.

Esa es una muerte inverosímil, que es el título de la novela, por algo que no quiero revelar ahora, yo quisiera dejarle a los posibles lectores descubrir realmente porque esa muerte fue inverosímil.

En el libro hay elementos de mi vida personal, pero difundidos y mezclados entre distintos personajes. Y todo retrata una situación de mayor conflictividad y radicalización del movimiento estudiantil. No quiero crear el equívoco de que es una novela sobre la violencia guerrillera, no. Es incluso necesario decir que Hércules Pretorius es atípico, no es un prototipo de joven revolucionario”.

¿Por qué llamó al personaje Hércules Pretorius?

“Alguien dijo que eso era literatura grecoquimbaya. A mí me sorprendió esa interpretación porque si de algo estoy alejado completamente es sobre esa línea de estilo literario. El nombre es producto de la imaginación: me gustó, me sonó. Realmente no tengo explicación y en sí mismo eso no tiene ningún contenido”.

¿Qué novelistas o autores le sirvieron en el momento de la escritura?

“La primera versión de la novela fue escrita hace décadas. La mantuve en el olvido, en parte por vergüenza: yo nunca me sentí un escritor y no tuve las destrezas ni la formación de escritor. El punto de vista técnico en la novela encuentra raíces, de alguna manera, en el existencialismo, en la novelística rusa. También me marcaron los autores del boom latinoamericano. Yo nazco al boom latinoamericano gracias a la lectura de las obras de Alejo Carpentier. También Vargas Llosa, con quien mantengo profundas diferencias ideológicas, tuvo cierta influencia en mí con el libro Conversación en la Catedral.

Nunca he tenido una formación de escritor, yo realmente no conozco la técnica. Lo que aparece allí en la novela, si los lectores consideran que estuvo bien logrado, es producto de un bagaje que está difuso en mi memoria, pero no se trata de un ejercicio, digamos académico, destinado a aprender a escribir”.

¿Por qué retomó la novela después de tantos años?, ¿por qué quiso volver a ella y darle un fin?

“Ahí surge toda mi experiencia en La Habana, casi 5 años en la discusión con la guerrilla. Eso nutrió mi vida y, de alguna manera, me hice un poco más universal en el conocimiento de Colombia a través de esa larga deliberación con una guerrilla. Después hay un hecho concreto y es que el escritor Darío Villamizar publicó un libro que se llama La Historia de una Guerrilla Perdida y ese libro trae todo el recuento de la operación Calarcá, incluso trae fragmentos del diario de La Chiqui. Recordemos para los más jóvenes que la Chiqui Cardona fue la negociadora con el gobierno de Turbay, después de la toma por parte del M19 de la Embajada de la República Dominicana. Entonces me llegó ese insumo, estoy hablando de hace pocos meses y ahí se enciende la chispa”.

¿Quiénes leyeron el libro antes de que usted lo pasara a la editorial?

Con mucha timidez algún día se lo mostré a Ricardo Silva y tengo que agradecerle a él que me impulsara para que lo terminara y que lo diera a la luz pública”.

Usted menciona que el libro recoge la historia de un joven universitario que rechaza la violencia y que termina en el M-19 y el libro se publica cuando en la presidencia de la república hay un antiguo militante del M-19...

“Hay elementos de la vida actual. Por un lado, ese diario de la Chiqui terminó en manos de Gustavo Petro. Por otro lado, se recrea alguna escena de las conversaciones con las antiguas Farc. Y el colofón donde se desvela el problema de la inverosimilitud de la muerte de Hércules contiene una anécdota de la vida real en una conversación con Iván Márquez. Hay una especie de simbiosis entre el hilo original y los elementos de la vida contemporánea. Pero el hecho de que Gustavo Petro sea el presidente de la república es simplemente coincidencial, no tiene nada que ver con una especie de estrategia deliberada.

Ahora, el libro no se limita a esto, porque en mi opinión la literatura no debe limitarse a la estética, a la belleza. La literatura también debería aportar un elemento que contribuya a la formación, a la crítica, a la percepción de la realidad. Por eso el libro contiene reflexiones sobre el dramático tema de la justicia social, que es el que atormenta a Hércules Pretorius, el problema de la religión, las relaciones entre Hércules y la religión y la culpa”

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