Mover el cuerpo, sentir el viento, bajar el ritmo. Montar en bicicleta por los caminos veredales de Santa Elena puede parecerse a columpiarse entre jardines o a volar a baja altura por un bosque nativo.
El ritmo de la bici permite detenerse para observar los árboles, escuchar las aves escondidas entre las ramas y sonreír ante las carcajadas de un par de mujeres que conversan en una tienda a borde de camino. Los sentidos se activan y el espíritu se prepara para el espectáculo: miles de flores adornando la finca silletera El Pensamiento en Santa Elena.
Todo está preparado para recibir a los invitados: la vestimenta tradicional de los anfitriones y un guandolo frío para la sed. Canastas de flores de todos los tonos y formas adornan los jardines y fachadas e invitan a la curiosidad: ¿qué historias cuenta este lugar?
Antes de echar el cuento, José Ángel Zapata, propietario de la finca y silletero de toda la vida propone un juego, ¿quién sabe cuáles son los tipos de silletas que existen? ¿Cuántos silleteros participan en el tradicional desfile de la feria? Luego de varios intentos, el ganador recibe un arreglo floral y en la Finca el Pensamiento empieza a andar el tiempo hacia atrás.
Don José explica que estos jardines hacen eco a una tradición silletera de generaciones, que cada lugar de la hacienda está lleno de recuerdos y que los caminos que de allí conducen a Medellín fueron antes andados por sus padres, silleteros como él.
“En aquella casa crecimos siete hermanos, aquí hemos vivido toda la vida entre estas flores. No cualquiera puede llegar a Santa Elena y querer ser silletero. Nuestra participación en el desfile viene desde 1957 y funciona con un contrato que los padres le heredan a los hijos y estos, a su vez, a los nietos”.
Alpargatas, pantalón negro, machete, tapapinche, carriel, poncho, camisa blanca y sombrero aguadeño. Cada parte de la vestimenta tiene un cuento detrás, un relato que remite a los tiempos de antes cuando arriar mulas y recorrer kilómetros a pie eran parte del oficio cotidiano. “Este atuendo no lo tenemos sino nosotros”.
Mientras cuenta historias, combina los tonos de claveles, pompones y astromelias. “Primero los claveles y luego los pompones”, propone el público, pero don José es un experto y continúa siguiendo su talento y su corazón. Con cada color que agrega, la silleta gana fuerza y vida y las flores van armando un cuadro colorido que conmueve a todos los visitantes.
Para su demostración no usa cualquier silleta: utiliza la misma que utilizaba su padre, herencia familiar con más de 78 años de historia. “Duermo con ella bajo la almohada porque no es como las que venden hoy en día, es de roble. Ella me entierra a mí y sigue por ahí dando vueltas”.
Con la tertulia, continúa el proceso de armado y el resultado es una silleta que pesa entre 18 y 20 kilos, aproximadamente. “La hice livianita porque ustedes la van a cargar, pero con la que yo participé hace dos años me quedó pesando 90 kilos para caminar durante cinco horas a lo largo de tres kilómetros”, cuenta. “Pero eso es muy bueno, porque el aplauso que ustedes nos dan, y la vuelta que nos piden, esa es la gasolina de nosotros”, expresa justo antes de que lluevan aplausos entre el público.