“Si los libros fueran un gran negocio, habría librerías Postobón”. “Con una librería no te vas a tapar de plata, pero si es atendida por verdaderos libreros, no te va mal y vas a vivir bien de la actividad”.
Estas dos afirmaciones, la primera de Édgar Tobón Uribe, dueño de la librería Señal Editora, y la segunda de Pedro Nel Pulgarín Echeverri, un librero de vocación que ha ejercido su labor en la desaparecida librería Continental y en la de la Universidad Pontificia Bolivariana, constituyen una radiografía más o menos exacta de la economía libresca.
Ahora, cuando en los últimos meses se han cerrado —o trasladado— varios establecimientos de venta de libros, algunos de ellos con décadas de tradición, como las librerías Nueva, Científica y Dante, el desconcierto se ha apoderado de muchos de quienes encuentran en ello un mal síntoma para una ciudad, capital de un departamento que se precia de ser el más educado, y que se vanagloria de su capacidad de emprendimiento.
Que se quebraron, dicen unos, porque el centro no es sitio atractivo.
Gloria Donado, representante legal y gerente de las librerías Científica y Nueva, explica que cerraron por el deterioro del sector del centro.
“Ya era muy difícil, porque la Científica estaba en el pasaje de La Candelaria, que está lleno de pornografía. Afuera hay 13 punticos de libros piratas callejeros, entonces ese no era el espacio. La Nueva estaba en Junín, y realmente también fue por el alto costo del arriendo, y adicionalmente ya sabemos toda la problemática del libro, ya la gente no lee, la piratería, las fotocopias, el libro virtual. Hay competencia desleal, los mismos proveedores son nuestra competencia. Eso lo hizo más difícil”.
Ella señala que se quedan con la Científica de Unicentro, y como están trabajando con el sector público y las universidades, además con otra que está en el piso 20 del Edificio del Café.
Las librerías, que en el siglo veinte nacieron en el centro casi todas, se deshojan ahora.
Uno de quienes creen que el centro ya no es atractivo es Darío Ruiz Gómez, quien además de escribir libros, es teórico de urbanismo. Considera que “el mayor crimen de nuestra historia es haber abandonado el centro de la ciudad”, mientras que en la mayor parte del mundo, el espacio central es sagrado. Hace unos años, las urbanizadoras y los dueños de la tierra, quisieron conquistar otros lugares periféricos, a costillas de abandonar el centro.
“En el centro existen 30 bandas delincuenciales que manejan algunos de los negocios ilegales, que ocupan los andenes de la ciudad. El de las piraterías de música y de películas pornográficas, que ocupan desordenadamente y de manera ruidosa el espacio público”.
Esto se parece a lo que menciona Fernando Navarro, el propietario de la librería América. Fundada en 1944 por su padre, Jaime, sobrevive en el Pasaje Boyacá, que antes llamaban el Perdón de la Candelaria. Un zaguán situado detrás de la iglesia de la Candelaria. “La bulla es insoportable y va en aumento a medida que se acerca diciembre. Los vendedores informales de música promueven sus productos poniendo sus equipos de sonido a gran volumen y hay clientes a los que no les gusta pasar por ahí”. Y puntualiza: “anteriormente, este pasaje lo llamaban la Calle Real; hoy es la Calle del Diablo”.
Cree que los índices de lectura han bajado. Porque las ventas de esta librería no aumentan, sabiendo que la población sí se ha multiplicado en los 71 años de la América.
La América llegó a tener una sucursal en la misma vía. A pesar de que lamenta el deterioro del sector, la congestión, el bullicio, Fernando Navarro indica que él, hasta ahora, no ha pensado terminar con este establecimiento.
Seguirá con la venta de “toda clase de libros técnicos, científicos, humanísticos y de literatura”, más de 15 mil títulos, porque tiene la ventaja de que el local es propio y que el negocio todavía se sostiene.
Enemiga de los libreros
El dueño de la expresión “mal síntoma para una ciudad”, que usamos líneas arriba, es Juan Diego Mejía, el director de la Fiesta del Libro.
Él observa las cosas desde otro punto de vista: “parece que Medellín es una ciudad enemiga de los libreros. Una librería necesita libreros”. Mencionó cadenas comerciales de librerías que no tienen libreros, tienen vendedores de libros que hacen sentir a los visitantes vigilados.
Para él es una lástima que Medellín se esté quedando sin grandes librerías en su centro. En este sentido va la idea de Pedro Nel Pulgarín Echeverri, a quien le parece que el problema es la escasez de verdaderos libreros.
“Vender libros —expresa— no es lo mismo que vender zapatos o automóviles. Es una profesión que se va construyendo con aprendizaje. Requiere una mística, una pasión, un encanto y si no la hay es difícil que uno aprenda algo”.
En el mundo de las librerías de Medellín, hay quienes afirman que esta, la falta de pasión, de gusto por los libros, llevó al cierre de la Científica y la Nueva.
No es que la gente no entrara a comprar y menos en la Nueva que tenía el mejor punto del centro, sostienen.
“Hay más ventajas para las librerías de hoy que para las de antes —considera Pedro—. Cuando yo trabajaba en la Continental, el 95 por ciento de los libros había que importarlos y pagarlos de contado. Ahora, el 95 por ciento de los libros ingresa a las librerías procedente de distribuidoras situadas en el país y en consignación”.
Ocupado desde hace tiempos en una librería universitaria, la de la Pontificia Bolivariana, Pedro reflexiona que desde que existen las librerías en los centros universitarios, los profesores no volvieron al centro a comprar libros, pues son muy bien surtidas y título que no tengan, se los consiguen.
Además de la Pontificia Bolivariana, donde trabaja Pedro Nel Pulgarín Echeverri, también tienen librería las universidades de Antioquia, Eafit y la de Medellín.
“Las librerías dedicadas a la venta de libros de segunda, no compiten con las de libros nuevos —sostiene Olga Lucía Echeverri, de Palinuro— y además, cumplen una labor ecológica”, al darles a los libros la oportunidad de seguir viviendo y no ir a dar con toda su hojamenta en las guillotinas para el reciclaje. De estas hay varias en la ciudad, como las del Centro Comercial del Libro y la Cultura, en el pasaje La Bastilla; Daniela, en Colombia con Córdoba, y Los Libros de Juan, en La Castellana.
Ella defiende la labor del librero como fundamental para el sostenimiento de las librerías.
La periferia, no; el centro
Algunas librerías del centro, lejos de despreciar su ubicación, la celebran.
El Acontista, situada en el sector del Parque del Periodista, convoca a los clientes o lectores, afirma Alejandra Cifuentes, para el Martes del Encuentro, con charlas de temas de literatura o humanidades y lanzamientos de libros, y los jueves cada quince días, a la Revolución de la Salud, en las que hablan sobre este tema.
Tampoco desdeñan su ubicación central Palinuro, con sus “libros leídos” o, al menos, tocados y mirados por personas que dejan en ellos parte de su historia; Librópolis —cuyo nombre alude a una ciudad de libros—, en el Pasaje Comercial La Orquídea, que une a Junín con Palacé; Ebenezer, esa de nombre hebreo que mencionan en la Biblia y se relaciona con piedra angular, en El Palo con Caracas, que al decir de Nidia Nieves, su administradora, tiene la política de vender libros de literatura, novela e historia, desde 10 mil pesos.
Esta librería entrega un separador en el que se lee:
“Toda palabra de Dios es limpia, escudo a los que en él esperan, no añadas a sus palabras para que no te reprenda y seas hallado mentiroso”.
La periferia, sí; el centro, no
Del centro, o a ese que llamamos centro, donde está El Hueco, el Parque de San Antonio y la Plaza Botero, por mencionar tres lugares, se han ido otros que no quisieron cerrar, y que pensaron en hacer sus vidas en otros sitios.
La Anticuaria, por ejemplo, se fue para Belén, mientras Juan Hincapié, con sus Libros de Juan se pasó para La Castellana. Juan estaba cansado ya, dice, de estar en una agonía que no lo iba a matar, así que pensó en mudarse, en mirar si se moría o resucitaba. Lleva ya un año en su nueva sede.
Cuenta que estando en el Centro sentía que los clientes llegaban con una energía negativa a adentrarse entre las estanterías a buscar. Entonces, sumó a ese factor la bulla, la polución, las malas vías, el que la gente fuera de afán para no demorarse mucho por la inseguridad.
Para él, las librerías son un paseo, unos espacios alegres, pero que era difícil que la gente dijera que se iba para el centro a pasear a su librería. “La gente que pasaba se quedaba unos 15 minutos, ahora hasta dos horas. Llegan más tranquilos y se pueden sentar a leer”.
Resucitó.
Si de estar en la periferia se trata, hay otras librerías que han hecho su vida fuera del Centro, incluso desde el principio. Para Gloria Melo, de Al pie de la letra, estos espacios seguirán mucho tiempo, porque la gente sigue leyendo libros en papel, y aunque cree que lo del libro electrónico va a pasar, la ciudad aún está muy atrás. Ella, con su experiencia, sabe que los que leen aquí, todavía leen en papel.
Gloria comenta que sí le parece que ahora las librerías funcionan más en la periferia por la comodidad. El acceso es más fácil, hay parqueaderos, no hay tanta congestión, menos bulla. Al pie de la letra está en Suramericana, muy cerca de Exlibris, la librería de Blanca Melo, su hermana, que a veces confunden, pero que son dos diferentes.
La dueña de Al pie de la letra advierte que el centro se ha deteriorado mucho, y que para las librerías es difícil, porque los locales son costosos y hay que entender que estos lugares no son el gran negocio. Si bien dan para sostenerse, para vivir, para pagarles a los empleados, no son para sacar riqueza. “Esto es porque a uno le gusta, por lo que uno goza, más que porque sea un negocio rentable”.
En esa línea, algunos sostienen que muchas no han sobrevivido en el tiempo porque no han entendido que son un negocio que va más allá del dinero. Son, sin pensar en las ventas, una apuesta con la cultura, y eso implica comprometerse con su producto. No se trata solo de recibir dinero.
Juan Hincapié añade que algunas de las librerías que se han cerrado, antes tuvieron libreros muy buenos, preocupados por los textos que vendían, pero que ya no están y, sin ellos, perdieron su calidad. Para él, un librero conoce a su clientela, y no solo venden el libro de promoción, las novedades. “La oferta de ahora es muy mediocre. Es muy distinto cuando hablás con un librero que con un negociante. Una librería es también un negocio, pero con un respeto hacia el libro y hacia el lector”.
Se trata de creer en el libro y en la lectura. Gloria Melo precisa que una librería no da para contratar un gerente, por eso es difícil para esos que sueñan tener un lugar para leer todo el día y no hacer nada más, sino que son toderos. Aconsejan, venden libros, llevan domicilios, cargan cajas, van a las ferias. No obstante, cree que todavía hay lectores y mucho por hacer en Medellín.
Por eso su apuesta por estos días es tener otra sede de Al pie de la letra, en el nuevo edificio del Museo de Arte Moderno de Medellín. ¿Por qué una librería cuando otras están cerrando? No es en el centro, podríamos decir, y por el otro, cree ella, que hay público para todas. Luego está el querer tanto los libros y haber encontrado un lugar que los hace sentirse bien, y que anda en expansión, como es Ciudad del Río.
Ahora bien, de todas maneras es un momento difícil, expresa ella, porque el dólar está muy alto y eso afecta el precio. Le parece entonces que por parte del gobierno debería existir más apoyo para estos sitios, si bien, no le parece que sea subsidiar- con lo que no está de acuerdo- sino comprándole los volúmenes a los libreros, haciendo actividades en conjunto y, además, trabajando en tener ciudadanos lectores.
Coincide con esta idea Gloria Donado. “Deberíamos tener más apoyo por el tipo de producto que tenemos. Nosotros vendemos cultura. Desafortunadamente nuestro país tiene uno de los más bajitos índices de lectura de Latinoamérica. La cultura de nosotros no es de leer, porque hay otras necesidades básicas que están primero. Falta más promoción de lectura”.
La piratería
Si de problemas se trata, la piratería es uno de ellos.
El escritor Héctor Abad Faciolince explica que la crisis del libro se duplica en la ciudad porque en buena parte las tipografías están dedicadas a la impresión de libros piratas.
“Cuando yo publico un libro, esa es mi experiencia por lo menos con El olvido que seremos y La Oculta, antes de una semana de estar en las librerías, ya está también en las esquinas. Y es un libro que ellos venden muy barato, a diez mil pesos, porque no pagan ni el trabajo editorial ni tampoco al escritor, y la impresión es muy mala, incluso omiten páginas. En La Oculta faltan las últimas. Eso es muy triste, y las autoridades no hacen nada para combatir la piratería. Lo único que hacen a veces son redadas donde cae el último eslabón de la cadena, los vendedores, que a ellos los jueces no les dan ninguna pena, porque les parece justicia poética que haya libros baratos. Es igual que en el negocio de las drogas. Cae siempre el pequeño que menudea, y no el gran traficante”.
Mientras para Gloria Donado la piratería fue uno de los problemas que se sumaron para cerrar la Científica y la Nueva, Gloria Melo concluye que esta afecta más a las librerías que venden bestsellers o dedicadas a las novedades editoriales que más se están vendiendo en el momento y que son, de hecho, los libros que piratean. Como ellos venden más de todo, la piratería no los afecta de manera importante. Solo se disminuye un poco las ventas en esos textos específicos, no en otros.
El futuro
Si para algunos el panorama no es alentador, para otros sí lo es. Juan Hincapié confía en lo que está pasando en la ciudad y que se nota en la Fiesta del Libro. “Uno ve muchachos con paquetes de libros, preguntando, y no por volúmenes bobos, sino por el contrario, exigiéndoles a los libreros. Hay mucho futuro, siempre y cuando haya libreros que hagan una oferta consciente, y dueños con amor al libro. En cambio si montan una librería como un negocio de venta y cantidad, no hay futuro. Hay una responsabilidad en eso”.
También hay otros que siguen soñando. La Universidad Autónoma Latinoamericana, Unaula, situada en el centro de la ciudad, tiene entre sus planes abrir una librería, en asocio con la Librería Jurídica Dike, en 2016. Será en Salamina con Colombia.
“Eso de que cierren librerías en Medellín y Antioquia, a mí no me extraña —expresa Jairo Osorio, director de la Editorial de Unaula—. Es algo normal porque en esta región solamente se valora lo que genera lucro, lo que es superficial y banal. Nunca se han preocupado por la cultura”.
Por Mónica Quintero Restrepo
y John Saldarriaga
1120
empresas están registradas bajo el código CIIU Comercio al por menor de libros, periódicos, materiales y artículos de papelería y escritorio, en establecimientos especializados.
69
municipios suman las 1.120 empresas, que son los lugares a donde llega la Cámara de Comercio de Medellín.
110
puestos de libros conforman el Centro Comercial del Libro y la Cultura, en La Bastilla.