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Da Vinci, la mente hecha una obra de arte

Fue artista, inventor e ingeniero. También era autodidácta, curioso, disperso, solitario y vanidoso.

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Leonardo Da Vinci, la mente hecha una obra de arte
03 de mayo de 2019
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Infográfico

A finales de 1507, en invierno, Leonardo da Vinci presenció la muerte de un anciano en el hospital de Santa Maria Nuova, en Florencia. Visitó al viejo porque estaba cautivado con su longevidad, no guardaba rastros de enfermedad. “Y así –recordó Leonardo– sin movimiento ni signo de ningún percance pasó de esta vida. Y lo diseccioné para ver la causa de un deceso tan dulce”.

El florentino era artista y otras muchas facetas más. Este fue uno de los 30 cadávares que cortó en sus 67 años de vida. El “del vechio” (“del anciano”), como le llamó, era prueba de una de sus obsesiones por entender la estructura y el sentido de la vida.

Esta y las demás historias de Da Vinci se conocen ahora gracias a sus diarios y anotaciones, compilados en códices y dispersos en bibliotecas, museos y colecciones públicas y privadas del mundo.

Las hizo con una caligrafía impecable y críptica, con símbolos y abreviaturas. Era ambidiestro, pero sus apuntes los escribía al revés, empezaba por la derecha de la hoja y terminaba en la izquierda, para no manchar el costoso papel con la tinta y reservar la información. A esto se le llamó “escritura especular”, porque se hacía con ayuda de un espejo, tanto para escribir como para leer.

Así formuló las preguntas que lo cautivaron: ¿cómo se forman las nubes, los árboles o rocas? ¿Por qué los ojos solo ven en línea recta? ¿Qué es bostezar? ¿Por qué las personas viven más?

Era muchos

Paralelo a las disecciones de cadáveres, Leonardo llevaba varios años trabajando en el retrato de Lisa Gherardini, esposa de Francesco del Giocondo, mercader de seda. Su pintura se conocería más tarde como Mona Lisa o La Gioconda.

No la terminó, como muchas de sus obras e invenciones, porque era disperso y tenía muchos oficios. Fue ingeniero militar, perfeccionaba máquinas de guerra con guadañas mortales para los ejércitos del duque de Milán, Ludovico Sforza, un mecenas.

Si bien ahora su nombre es especialmente reconocido por su legado artístico y no por sus desarrollos, es una paradoja: no se le atribuyen más de 15 pinturas. Además del cuadro con la sonrisa más enigmática, que resguarda el Louvre, está el mural La última cena, una de las más reproducidas en el mundo. Otra, Salvator Mundi, es ahora la obra más costosa del mundo. Su vida, no obstante, no fue solo dibujar y pintar.

El hombre

Fue tan mortal como todos: trabajaba para pagar sus deudas, con oficios dispares como asistente de taller, organizador de bailes y banquetes, carpintero o ingeniero de guerra.

Su apellido era una denominación de origen. Su verdadero nombre es Lionardo di ser Piero da Vinci (Leonardo del señor Piero de Vinci). Piero era su padre, caballero y notario de la corte, y Vinci su procedencia, una provincia de Florencia, en Italia.

Leonardo nunca asistió a una escuela porque era hijo no legítimo o bastardo, de madre campesina. Eso no lo detuvo. “Fue autodidacta. Su tío Francesco lo educó en la parte práctica del mundo, le enseñó a interpretar la naturaleza en el campo”, explica Gustavo Arango Soto, profesor de la Universidad Pontificia Bolivariana y autor del libro El pensamiento de Leonardo Da Vinci (2009).

También se preocupó por vestir bien y ponerse a la moda. Durante 20 años trabajó en la corte de Milán, donde aprendió un estilo de vida refinado y pulido, sin que esto le cambiara sus convicciones. Caminaba por las calles de Florencia con una capa rosada, hecha en tela, porque amaba a los animales y se prohibía llevar encima cualquier cosa muerta.

Sus platos eran de alta cocina, ancas de rana y nabos, y preconizaba una alimentación sana y diferente. En algún momento fue vegetariano: prefería pan y frutas frescas o sopa de garbanzos y ensalada.

Sexualidad

A sus 24 años fue acusado de manera anónima de sodomía, tener actos carnales con personas de su mismo sexo, un delito grave que podía llevar a la pena de muerte –aunque difícil de probar–.

La imputación se presentó contra él y Jacopo Saltarelli, aprendiz y posiblemente modelo suyo en el taller de Verrochio, su primera academia.

Su biógrafo y contemporáneo, el historiador Giorgio Vasari, habló de su vida sentimental acompañada de “dos hermosos hombres jóvenes” y “queridos” de Leonardo.

El profesor Arango lo resume como un individuo solitario y célibe. En sus apuntes no dejó inscripciones que revelaran sus inclinaciones sexuales.

Preguntarse todo

Tenía dos cosas que lo hicieron único: su curiosidad voraz por el mundo y la disciplina con la que lo exploraba.

Según Mario Taddei, experto italiano en obras de Leonardo y una de las autoridades mundiales sobre el artista, su talento no tenía muchos secretos: “Después de estudiar constantemente las cosas, las miró de una manera nueva y, al preguntarse por ellas, las representó como nunca antes”.

A partir de la observación, sin telescopios o tecnología alguna, resolvió cómo observar el brillo de la Tierra a través del reflejo de la Luna. Hasta Da Vinci, la teoría era que el astro tenía luz propia.

El investigador Taddei en la actualidad estudia los 6.000 manuscritos que existen para divulgar los secretos y técnicas que lo convirtieron en un genio. Coincide con el profesor Arango en que la clave estuvo en preguntarse todo. “No buscó las respuestas en las referencias anteriores; miraba la naturaleza y la realidad que observaba para sacar conclusiones”, explica Arango.

Humanizar el mito

Para ponerlo en su justo lugar, Taddei explica que la literatura de ficción, como el Código Da Vinci, contribuyó a crear un aura de misterio “que no tiene nada qué ver con la verdad histórica, incluso más interesante que los mitos y las tonterías que se cuentan”.

Por su parte, el profesor Gustavo Arango precisa que, por ejemplo, se ha exagerado su rol de inventor. Según él, si estuviera vivo sería algo parecido a un ingeniero mecánico o industrial, con mucho talento para el arte que, además, nadie contrataría.

El hombre que lo observaba todo, que estudió dejándose cautivar por su curiosidad, sabía que el conocimiento tenía raíces comunes porque el mundo estaba conectado (otro ideal renacentista), como lo mostró en El hombre de Vitruvio. El sentido de la vida estaba en esa conexión y por eso tenía varios saberes.

500 años después de su muerte, Mario Taddei afirma que lo de verdad valioso del “genio universal”, del “hombre del Renacimiento”, del individuo de “curiosidad insaciable” e “imaginación inventiva”, es revisar cómo puede inspirar a otros .n

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