Para leer a los rusos, en general, hay que estar con un ánimo a prueba de balas. Relatos sórdidos, lúgubres, neuróticos, de gran agitación interior, aunque la exterior no sea siempre tan notoria. Por supuesto, habita una gran belleza en todo eso, porque, como es sabido, no solo lo alegre es bello.
Los escritores rusos, sobre todo los clásicos, son inigualables a la hora de internarse en el alma humana. Su capacidad para entender el espíritu de hombres y mujeres, explicar cómo se van formando los pensamientos —en especial los de vida y muerte, bondad y perversión— es impresionante. Incluso, para exponer cómo o mediante qué cadena de razonamientos se va mudando de una idea bondadosa a otra malévola —o viceversa— y cómo, por esta vía, puede torcerse la naturaleza de un ser humano.
El realismo psicológico, movimiento literario en el que predomina la caracterización interior de los personajes, así como la descripción de los motivos que impulsan sus acciones, gozó de gran vigor entre finales del siglo XIX y principios del XX. Los rusos, digámoslo sin ambages, fueron sus maestros. No arriesgo mucho al afirmar que en la cima del realismo psicológico está Fiódor Dostoievski. En sus obras se aprecia, a la manera de un escaneo, cómo se producen tales agitaciones mentales.
Los estímulos del entorno, y los comentarios de la gente llegan a la mente de los personajes y quedan en ella, no quietos ni fijos: entran en fusión —o confusión— con otros. Se tejen y destejen entre sí, hasta que va saliendo un tejido nuevo, no necesariamente una idea completa o un pensamiento complejo, pero en todo caso sí distinto, mucho o poco, a veces opuesto, a lo que se tenía.
En la narración y en los diálogos, el autor cuida la descripción de paisajes interiores, anota, por ejemplo, si algo ensombreció o iluminó el carácter de uno u otro. Además, da valor e interpreta los retazos de realidad, la realidad distorsionada, los sueños, las pesadillas, los recuerdos y los olvidos —como los psicólogos—.
El autor
Dostoievski nació en Moscú el 11 de noviembre de 1821. Es decir, por estos días, el mundo celebra 200 años del nacimiento de uno de los más grandes creadores. Como si se tratara de uno de sus personajes, la suya fue una vida intensa. Segundo de siete hermanos, cuatro hombres y tres mujeres, fue hijo de Mikhail Andreyevich, un coronel médico. Si bien su padre se interesaba por darles buena educación a él y a sus hermanos, era tirano y maltratador con Maria Fiodorovna, la mamá del escritor. Antes de cumplir veinte años, el autor de Noches blancas quedó huérfano de madre y padre, y antes de los treinta estuvo condenado en Siberia, acusado de conspirar, al lado de otros intelectuales, contra el zar Nicolás I, pero fue indultado.
Aventuras mentales
Si Sigmund Freud es el padre del psicoanálisis, Fiódor Dostoievski, obviamente sin proponérselo, es el abuelo de esta corriente psicológica. ¿Acaso aquel y sus seguidores no lo citan con frecuencia? Resultan lugares comunes que psicólogos pongan como ejemplo Los hermanos Karamazov por su tratamiento del parricidio, para ayudarse a explicar la muerte simbólica del padre; El jugador, para describir las pulsiones y la voluntad quebrantada; Crimen y castigo, para demostrar que además de la sanción social, el sentimiento de culpa de un individuo puede ser la mayor condena.
El tema de la relación con el padre, ya mencionado, es recurrente en el escritor moscovita: en la novela El adolescente, Arkadiy Dolgoruki, el narrador, juzga a su papá, lo culpa de su suerte —o, mejor dicho, de su falta de suerte—en las primeras páginas, en cambio, al final termina justificándolo.
En El eterno marido hay un triángulo amoroso conformado por la mujer, Nalatloa Vasilievna, presentada como “nacida” para el adulterio; el esposo Pavel Paulovitch, hombre “con vocación de marido, de eterno marido”, cornudo, sumiso y pusilánime, y Alejo Ivanovitc Veltchaninov, el cínico amante de aquella, desde cuyo punto de vista se relatan los acontecimientos. Muerta Nalatloa, el esposo queda desolado y el amante, desubicado.
Para Veltchaninov, “existe un tipo de maridos correspondiente a este tipo de mujeres, y sin otra razón de ser que esta correspondencia. Según él, la esencia de los maridos de este género consiste en ser, por decirlo así, “eternos maridos” o, mejor dicho, en no ser toda su vida otra cosa que maridos, y solo maridos” (Dostoievski y Tolstoi. Novelas y cuentos. El eterno marido. 1973, Clásicos Jackson. New York. Pág. 32).