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Hace 200 años nació Dostoievski, el escritor de Crimen y Castigo

Este 11 de noviembre se celebra el aniversario del nacimiento del escritor ruso. Acercamiento a su vida y obra.

  • El autor ruso escribió novelas, piezas cortas, diarios, ensayos. Estos tres libros son de los más conocidos. FOTO archivo
    El autor ruso escribió novelas, piezas cortas, diarios, ensayos. Estos tres libros son de los más conocidos. FOTO archivo
  • Hace 200 años nació Dostoievski, el escritor de Crimen y Castigo
11 de noviembre de 2021
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Dostoievski, 200 años de genialidad

Para leer a los rusos, en general, hay que estar con un ánimo a prueba de balas. Relatos sórdidos, lúgubres, neuróticos, de gran agitación interior, aunque la exterior no sea siempre tan notoria. Por supuesto, habita una gran belleza en todo eso, porque, como es sabido, no solo lo alegre es bello.

Los escritores rusos, sobre todo los clásicos, son inigualables a la hora de internarse en el alma humana. Su capacidad para entender el espíritu de hombres y mujeres, explicar cómo se van formando los pensamientos —en especial los de vida y muerte, bondad y perversión— es impresionante. Incluso, para exponer cómo o mediante qué cadena de razonamientos se va mudando de una idea bondadosa a otra malévola —o viceversa— y cómo, por esta vía, puede torcerse la naturaleza de un ser humano.

El realismo psicológico, movimiento literario en el que predomina la caracterización interior de los personajes, así como la descripción de los motivos que impulsan sus acciones, gozó de gran vigor entre finales del siglo XIX y principios del XX. Los rusos, digámoslo sin ambages, fueron sus maestros. No arriesgo mucho al afirmar que en la cima del realismo psicológico está Fiódor Dostoievski. En sus obras se aprecia, a la manera de un escaneo, cómo se producen tales agitaciones mentales.

Los estímulos del entorno, y los comentarios de la gente llegan a la mente de los personajes y quedan en ella, no quietos ni fijos: entran en fusión —o confusión— con otros. Se tejen y destejen entre sí, hasta que va saliendo un tejido nuevo, no necesariamente una idea completa o un pensamiento complejo, pero en todo caso sí distinto, mucho o poco, a veces opuesto, a lo que se tenía.

En la narración y en los diálogos, el autor cuida la descripción de paisajes interiores, anota, por ejemplo, si algo ensombreció o iluminó el carácter de uno u otro. Además, da valor e interpreta los retazos de realidad, la realidad distorsionada, los sueños, las pesadillas, los recuerdos y los olvidos —como los psicólogos—.

El autor

Dostoievski nació en Moscú el 11 de noviembre de 1821. Es decir, por estos días, el mundo celebra 200 años del nacimiento de uno de los más grandes creadores. Como si se tratara de uno de sus personajes, la suya fue una vida intensa. Segundo de siete hermanos, cuatro hombres y tres mujeres, fue hijo de Mikhail Andreyevich, un coronel médico. Si bien su padre se interesaba por darles buena educación a él y a sus hermanos, era tirano y maltratador con Maria Fiodorovna, la mamá del escritor. Antes de cumplir veinte años, el autor de Noches blancas quedó huérfano de madre y padre, y antes de los treinta estuvo condenado en Siberia, acusado de conspirar, al lado de otros intelectuales, contra el zar Nicolás I, pero fue indultado.

Aventuras mentales

Si Sigmund Freud es el padre del psicoanálisis, Fiódor Dostoievski, obviamente sin proponérselo, es el abuelo de esta corriente psicológica. ¿Acaso aquel y sus seguidores no lo citan con frecuencia? Resultan lugares comunes que psicólogos pongan como ejemplo Los hermanos Karamazov por su tratamiento del parricidio, para ayudarse a explicar la muerte simbólica del padre; El jugador, para describir las pulsiones y la voluntad quebrantada; Crimen y castigo, para demostrar que además de la sanción social, el sentimiento de culpa de un individuo puede ser la mayor condena.

El tema de la relación con el padre, ya mencionado, es recurrente en el escritor moscovita: en la novela El adolescente, Arkadiy Dolgoruki, el narrador, juzga a su papá, lo culpa de su suerte —o, mejor dicho, de su falta de suerte—en las primeras páginas, en cambio, al final termina justificándolo.

En El eterno marido hay un triángulo amoroso conformado por la mujer, Nalatloa Vasilievna, presentada como “nacida” para el adulterio; el esposo Pavel Paulovitch, hombre “con vocación de marido, de eterno marido”, cornudo, sumiso y pusilánime, y Alejo Ivanovitc Veltchaninov, el cínico amante de aquella, desde cuyo punto de vista se relatan los acontecimientos. Muerta Nalatloa, el esposo queda desolado y el amante, desubicado.

Para Veltchaninov, “existe un tipo de maridos correspondiente a este tipo de mujeres, y sin otra razón de ser que esta correspondencia. Según él, la esencia de los maridos de este género consiste en ser, por decirlo así, “eternos maridos” o, mejor dicho, en no ser toda su vida otra cosa que maridos, y solo maridos” (Dostoievski y Tolstoi. Novelas y cuentos. El eterno marido. 1973, Clásicos Jackson. New York. Pág. 32).

El ser humano disminuido

Memorias del subsuelo, una novela corta, consta de dos partes: la primera, titulada La ratonera, es un monólogo interior en el que se presenta al personaje central. Se trata de un funcionario miserable y frustrado, un antihéroe enfermizo que habla sin que le escuchen. Un hombre del subsuelo que piensa en venganzas y alimenta su sentimiento de culpa. Reflexiona sobre la ley natural, el racionalismo, el libre albedrío. La segunda parte es el relato de una memoria del narrador, donde adquieren sentido los pensamientos expresados en la primera, los cuales en ocasiones pueden resultar confusos o desorganizados. Conoce a Liza, una prostituta a la que deshonrará al final de la historia.

Es el hombre de la alcantarilla que trastrueca los valores: le resulta placentero el dolor. “—¡Ja, ja, ja! Este acabará por encontrar placer en un dolor de muelas” (Dostoieiski, Fiódor. Memorias del subsuelo. 2015, Ediciones Cátedra, Madrid. Pág. 79); canta loas a la maldad, así él no fuera contundentemente malo... ni bueno, entonces loas a la medianía; masoquista, quizás en el hecho de pensar que si está enfermo, pues “que reviente”.

Ese hombrecillo del subsuelo, que por momentos cobra en uno sentimientos de auténtico asco hacia él, es el prototipo del hombre mediano, el hombre masa de nuestras sociedades modernas. Ahogado en un mar de confusiones.

En su pensamiento, cambiante hasta lo indecible, juega permanentemente la dialéctica misantropía-filantropía. Es un oscuro burócrata que de su oficina va a refugiarse en el ostracismo de su cubil. De pronto, súbita e irregularmente, siente el “deseo” —que a uno se le antoja insincero— de abrazar a la humanidad. Pero aguarda a que esto suceda el martes, día del cobro de su sueldo.

“Sin darme cuenta, me miré en un espejo que había allí. Mi rostro agitado me pareció extremadamente desagradable: pálido, rabioso, mezquino, con los pelos alborotados. «Que así sea, me alegro —pensaba yo—. Estoy contento de parecerle repugnante; eso me agrada»” (Dostoieiski, Fiódor. Memorias del subsuelo. 2015, Ediciones Cátedra, Madrid. Pág. 153).

Otros seres insignificantes

Ahora que lo pienso, Dostoievski es rico en seres minúsculos. Por esta vía, la de sentirse uno menos que nada, tal vez impulsado por los valores de sociedad moderna, hallamos a Polzunkov. Este personaje, cuyo nombre da título a un cuento, es un sujeto sin dignidad, un hazmerreír. Pretende siempre divertir a los demás a su propia costa.

Hacerse risible, ridículo, como un bufón no profesional. Está basado en una “broma” del día de inocentes, que en Rusia se llama Día de María Egipciana y se celebra el 1 de abril. Para divertir a los otros y tal vez para consolarse él mismo, contó ante muchos una anécdota en la cual recibió un soborno para vivir holgadamente y casarse (Dostoievski, Fiódor. El pequeño héroe y otros relatos. Polzunkov. 1981, Editorial Bruguera, colección Todolibros, Barcelona).

En la sarta de personajes ridículos, el campeón está en El sueño del príncipe. En este relato tragicómico, un príncipe viejo, decadente y desarmado, pasa la mañana completando su figura frente al tocador, dotándola de peluca, ojo de cristal, prótesis dental y una pierna artificial. Horrible e indeseado. Además padece de una demencia que le hace olvidar todo.

Pero un día recibe una cuantiosa herencia. Se hace, más que aceptable, un buen partido. A no pocas mujeres comienza a parecerles entretenido en la conversación, ingenioso en los juegos de palabras y divertido en la relación de anécdotas... aunque las deje inconclusas... Desean casarse con él. Una mujer, trepadora e inescrupulosa, intenta casar con él a su hija de 22 años... Pero, claro, no revelemos lo demás.

Dicen que todo cuanto un escritor escribe es sobre sí mismo; es decir, todos escriben autobiografía. El jugador habla de la pasión o la obsesión por el juego. Dostoievski conoció esa adicción. El personaje central, Alexei Ivánovich es la trasposición del propio autor, así como Polina lo es de Polina Súslova, amante del escritor en una de las épocas en que estuvo atado a la ruleta. Los personajes viven con la pasión por la apuesta y atraídos por la fatalidad.

Dostoievski no se liberó jamás del juego. Para escribir, necesitaba haberlo perdido todo. Y lo hacía entre pérdidas y ganancias, entre culpa y reparación. Habitante de un infierno interior conformado por el mencionado vicio, la depresión, el alcoholismo y la epilepsia, murió en San Petersburgo, el 9 de febrero de 1881.

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