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Con el libro se hace un recorrido por lugares y situaciones distintas, cotidianas.
FOTO CORTESÍA Carlos Felipe Ramirez.
Todos tenemos libros que no olvidamos, cuyas frases o imágenes vuelven, a veces. Después de una lectura reciente, este es uno de los míos. Desde su primer texto publicado por la editorial Eafit, Un mar (2006), Ignacio Piedrahita mostró quién es: una mezcla de razón y sensibilidad, un escritor graduado en geología y cuyo entendimiento de la inmensidad de la naturaleza y las capas de la tierra, le otorgaron una dosis potente de humildad y apertura.
Desde su título, este libro publicado por la editorial Atarraya en noviembre de 2018, muestra la belleza con la que fueron redactados estos 26 relatos breves. Con su lectura se viaja con el autor por lugares y situaciones variadas: una expedición en buque hacia Gorgona, un concierto de Punk en el barrio Castilla de Medellín, un recorrido por la avenida Nutibara de esta ciudad donde un árbol ha sido sentenciado de muerte, una reunión para tomar yagé o la visita a una sinagoga efímera en Nueva York y convertida en estudio de pintor.
En esos lugares, Ignacio se interesa por las personas y por un elemento inusual en un escritor: el subsuelo, aquello que ocurre debajo del piso. Mientras el lector sigue cada relato, aparecen descripciones en las que es evidente la belleza y precisión de la prosa y de la poesía (el libro empieza con un poema titulado Piedras parlantes). Incluye descripciones de rocas, capas de la tierra, movimientos telúricos o sucesos naturales ocurridos hace miles de años y capaces de narrar el presente o ser espejo del comportamiento humano. “El cielo, por su parte, se va cerrando sin clemencia y arroja puñados de plomo sobre las olas feroces”.
Estas descripciones están acompañadas por las fotografías de Carlos Felipe Ramírez, quien trabaja con técnicas tradicionales (como el colodión húmedo) y fue escogido por Santiago Rodas y Lina María Parra, los editores. Él consideró que su trabajo “dialogaba muy bien con los textos de Ignacio”.
Con la sabiduría y tranquilidad de quien no juzga, Ignacio Piedrahita cuestiona el consumismo, el maltrato hacia la naturaleza o la búsqueda de pureza. Es un libro que deja preguntas y demuestra algo: los viajes a cualquier destino, más que un recuerdo en forma de foto o un placer fugaz, llegan a un nivel más elevado y real cuando también se traslada la mente del observador.
¿Cuál fue el propósito de escribir este libro?
“El propósito no existió como un deseo, si no como un hallazgo. Solo una parte de los escritos, como por ejemplo Borrasca, fue escrito pensando en ese “propósito encontrado”. Pero la mayoría no tenía en su momento propósito alguno más que expresar un mundo propio en el que se reúnen y conversan los temas que me rondan siempre, como la literatura misma, el viaje y la naturaleza”.
¿De todos los textos de este libro hay alguno preferido?
“Puede resultar poco agraciado de mi parte decir que todos me gustan igualmente, pero así lo siento. Sin embargo (siempre hay un sin embargo), hay textos que al releerlos me parece que tuvieron una suerte propia que los acercó peligrosamente a mis predilecciones. Entre estos, creo que los Comedores de tierra, referente al terremoto de Haití, y Hondonada, por retratar Medellín desde uno de sus cerros, siguiendo ya una vieja tradición de viajeros que narraron nuestra ciudad, son dos textos que podría citarte”.
¿Qué le aporta el geólogo al escritor y viceversa?
“Considero la geología y la escritura como dos capas de roca, una debajo de la otra que se alternan dentro de mí. Cuando es una la que asoma a la superficie, la otra la impregna desde abajo con sus propias vibraciones. En esencia la geología (y aquí me extiendo al paisaje total, la ciencia en general y el amor por la naturaleza) le aportan metáforas a la escritura, mientras que esta se encarga de narrar el vínculo esencial ser humano con el mundo que lo rodea más allá de lo artificial. En el escrito Pintura y geología está expresada esta relación arte/ciencia, en la que la pintura sustituye a la escritura”.
¿Qué dicen las piedras?
“Las piedras son el espejo más perfecto que tiene el ser humano para mirarse a sí mismo. En los millones de años que tarda una cordillera en levantarse encuentra su lugar en el tiempo; en océanos que se abren las pacientes corrientes que lo recorren; en las capas de rocas superpuestas la analogía de los pensamientos y vivencias que se tienen a lo largo de la vida. Los alquimistas intentar transmutar las piedras en oro, hurgando en el fondo la perfección imposible para el ser humano. Esa búsqueda solo es posible a través del mundo inerte y mineral que nos custodia”.
¿Tiene alguna piedra preferida?
“Antes me gustaban las piedras pulidas y centelleantes, ahora prefiero cualquier piedra. Me gustan los minerales en bruto más que los de caras perfectas, porque están llenos de historias propias. Sin embargo, cómo no rendirse ante una obsidiana que refleja nuestro rostro en su perfecta negrura, así como servía también de cuchillo afilado a nuestros antepasados para cortar la carne de las bestias de su tiempo y subsistir. Hay minerales ya olvidados que, sin embargo me gustaría tener siempre cerca, como la estibina que, pulverizada, la usaban los egipcios para maquillar sus ojos, a la manera como lo hacía hasta hace poco Amy Winehouse para llegarnos más al corazón con sus canciones”