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Para los países del Cono Sur, el extremo más austral del continente, Argentina, Uruguay y Chile, no alcanzó la alegría. Esta se quedó en los países del norte de Suramérica, como Colombia, Venezuela, Brasil e incluso Ecuador.
Esta idea la comparten los Montt y Liniers, los dibujantes de esa zona melancólica, participantes el Hay Festival que terminó ayer en Cartagena, el viernes en Medellín.
Pero lo dicen sin dramatismos, sino con la gracia que corresponde a dos humoristas como ellos.
Liniers dice: “Cuando los argentinos estamos en un festival, cantamos: «Fiesta de la quebrada humahuaqueña para cantar...» —canta con un tono exageradamente apagado, para dar énfasis al concepto y causar gracia entre sus interlocutores—. Este es nuestro máximo punto de alegría. De ahí hacia abajo siguen las demás situaciones de nuestra vida”.
Hablando seriamente, o no, observan que el aire es más transparente en el trópico y los colores de la Naturaleza y de las cosas, más vivo.
Están convencidos de que en Colombia, el movimiento de ilustradores es grande. En sus visitas —estuvieron el año pasado en el Festival Premio de Periodismo Gabriel García Márquez—, se han encontrado con numerosas personas dedicadas al arte gráfico, bien sea de humor o de ilustración de libros.
Cuando Alberto Montt se mudó con su familia de su Quito natal a Santiago de Chile, tenía 26 años.
Al presentar en este país sus dibujos, con la firme intención de convertirse en ilustrador, el colorido hacía que le preguntaran: “¿Eres caribeño?”.
Él nota que con el paso del tiempo y, con este, la asimilación del cambio cultural, han agrisado sus figuras.
Montt es conocido por sus viñetas de Laura y Dino, en las que una niña dialoga con un dinosaurio, y decenas de personajes más publicados en el blog Dosis diarias.
Liniers tiene un pasado esplendoroso. Su nombre completo es Ricardo Liniers Siri, a quien llamaron Liniers en honor de un antepasado suyo que fue virrey: Santiago de Linier.
Este dibujante llegó al dibujo motivado por las obras de Quino, especialmente Mafalda.
Cuando era un adolescente, en su casa, como en toda la sociedad, existía el prejuicio de que las personas debían seguir carreras “lógicas”, es decir, ser abogado, cura, médico...
Para ambos fue difícil resultar en sus casas diciendo que deseaban ser dibujantes.
Liniers cuenta que es hijo de un abogado y una vendedora de pantuflas, fue repartidor de estos descansados zapatos. “Que yo dijera que quería ser dibujante, resultaba como algo fuera de su planeta”. Sin embargo, algo o mucho de “culpa” tienen ellos en su rumbo, porque fueron quienes le mostraron películas de Wooddy Allen, lecturas de Franz Kafka...
“Ahora yo pienso —dice Liniers—, que quien no hace lo que le gusta es un vago”.
“Ahora nos preocupan nuestras hijas —bromea Montt—. ¿Cómo vamos a sugerirles lo qué deben estudiar?”.
Contrario a lo que muchos creen, en la actividad de los humoristas gráficos, no es tan importante el dibujo perfecto.
Ambos creen que lo importante es que la figura cause un efecto inmediato en los espectadores.
“Si el ilustrador es buen dibujante, mejor”, pero no es imprescindible, dice el argentino.
Montt, por su parte, comenta que el estilo de un artista es la repetición incesante de sus figuras.
Cada día, cuando Liniers está haciendo sus dibujos de Enriqueta y el otro los de Laura, usan el modelo original, porque se los saben de memoria. Por eso, explican, los caricaturistas van cambiando lentamente las formas de los personajes —Condorito de Pepo, Manolito, de Quino...—. Y agrega Montt: “Los más bellos son los últimos muñecos que hacen”.