De vez en cuando solemos decir, “todo tiempo pasado fue mejor”, sin pensar demasiado. Si viviéramos años atrás, no podríamos tener conversaciones a largas distancias, los viajes serían odiseas posibles para unos pocos y tendríamos que lavar toda la ropa a mano. Siendo menos pragmáticos, los afroamericanos serían esclavos, las mujeres amas de casa por obligación y los homosexuales seguirían condenados al ostracismo.
Lo que se ha avanzado en derechos civiles en los últimos cien años ha hecho que la vida para las mayorías oprimidas sea suya, que tengan libertad de elección, acceso a las mismas oportunidades de los más privilegiados y la posibilidad de pelear por sus derechos. Eso no lo pudo hacer Marco Orezzoli, el protagonista de Desastres naturales, en la Chile de finales del siglo XX, cuando sus hermanos no le permitieron participar en las decisiones de la empresa familiar, o cuando no consentían que su pareja de hace diez años lo acompañara en los eventos donde estuvieran sus sobrinos. Lo discriminaban tanto legal como socialmente, en vez de apoyarlo en un mundo que le era adverso. Una historia muy cercana a la del propio escritor, como forma de exorcizar un pasado doloroso.
Simonetti ha trabajado en su obra la narrativa familiar, en Madre que estás en los cielos y en Jardín explora a su madre como personaje, pero Desastres naturales es sobre el padre y la difícil relación entre las masculinidades mal entendidas, en un contexto histórico que suena muy cercano a la actualidad latinoamericana. Generación intercambió preguntas con él vía correo electrónico.
¿Por qué cree que la familia es una fuente de inspiración importante para un escritor?
“Las relaciones con padre, madre, hermanos marcan para el resto de la vida, para bien y para mal. Ahí se cultivan los afectos más profundos y las animadversiones más enconadas. Amas y odias lo que es a la vez ‘lo otro’ y tú mismo. La familia es el hábitat donde un personaje muestra con mayor complejidad los aspectos relevantes de su identidad. Y creo que la familia ha sido siempre un espejo fidedigno de la sociedad y sus tensiones”.
¿De alguna manera, ficcionar los problemas familiares permite resolverlos?
“No hay solución posible, creo yo, pero se pueden intentar lecturas que destraben ciertos nudos biográficos-emocionales, que expliquen algo que hasta el momento nos ha resultado incomprensible. Es una manera de darle la vuelta a ese repliegue instintivo mediante el cual nos protegemos cuando nos sentimos heridos. Desastres naturales es un esfuerzo por entender a ese hombre que era mi padre y a ese adolescente que era yo, los dos puestos dentro del ruedo familiar”.
¿Son los malos gobiernos un desastre natural más?
“Yo siento que en ciertas circunstancias los ciudadanos viven las crisis políticas como si se tratara de designio fatal, incapaces de revertir la situación, con una perplejidad semejante a la que experimentan durante un desastre natural. En la novela aparece la suerte de inevitabilidad del golpe de Estado. Todos querían evitarlo, pero nadie se movía de su sitio. Pero además, cuando al poder le agregas ideas que niegan a una parte importante de la sociedad y le sumas las armas, volviendo al Estado en contra de los habitantes del país, sí estás frente a un verdadero desastre, que tiene su origen en la naturaleza humana, en el afán del poder por el poder”.
Es inevitable establecer similitudes entre el contexto histórico chileno de la novela y la situación actual de países como Venezuela, ¿ve alguna salida equilibrada a esa situación?
“Cuando el odio y la polarización se crecen, la única salida posible es que líderes creíbles y sensatos rompan la escalada y sean capaces de encontrar puntos de comunión, de ofrecer perspectivas de futuro en común. Pero cuando uno de los bandos (o ambos) se siente dueño del futuro y la verdad, queriendo negar la existencia del otro, queriendo destruirlo, es muy difícil que haya una salida que no sea sangrienta”.
¿El mundo gay en Chile sigue siendo underground?
“No, para nada. Hemos vivido un ciclo virtuoso de apertura hacia la diversidad sexual en los últimos siete años, en el cual Fundación Iguales –ong que ayudé a formar– ha tenido protagonismo. Los porcentajes de aceptación de la homosexualidad como una forma de vida tan válida como la heterosexual están por sobre el 70%, el apoyo al matrimonio igualitario supera el 50%, los jóvenes salen más temprano del armario, los centros educativos y los lugares de trabajo están cada vez más conscientes de su necesidad de garantizar el bienestar de alumnos y trabajadores, independientemente de su orientación sexual o su identidad de género. Tenemos una ley antidiscriminación, una ley de unión civil y estamos en proceso de aprobar una ley de identidad de género. Mi apreciación es que hoy las parejas y familias diversas pueden vivir con menos miedo y mayor reconocimiento, aunque nunca se puede bajar la guardia porque todavía enfrentamos violencia en las calles y barrios, discriminación encubierta en oficinas y colegios y, lo más importante, todavía el Estado no nos ofrece un trato igualitario”.
¿Cómo se enfrenta esa homofobia velada que pervive en las sociedades latinoamericanas?
“Con un discurso de igualdad en dignidad y derechos para todos, un discurso que nos muestra como iguales en nuestros anhelos, en nuestras búsqueda de oportunidades para ser felices y realizarnos en la vida. Se trata de un discurso amistoso, abierto a quienes piensan diferente, que toma en cuenta sus temores y los responde con argumentos sólidos, estudios científicos, ejemplos cercanos. La homofobia es, al fin y al cabo, un problema de ignorancia. Se necesita llegar a esas mentes cerradas no con amenazas, ni palabras beligerantes, sino con humanidad”.
La novela pone sobre la mesa el tema de las masculinidades, ¿cómo define un hombre homosexual su masculinidad?
“No es algo que se define, sino que se experimenta, se vive. Es una forma diferente de masculinidad, ahí está lo subversivo, porque hasta hace muy poco entendíamos la heterosexualidad como una condición excluyente para ser considerado un hombre. Podías ser hombre de la manera que quisieras, pero nunca maricón. Serlo te sacaba del abanico de las posibilidades de la masculinidad y te ubicaba en el margen. Vi a muchos hombres afeminados, por ejemplo, que al estar casados eran ampliamente aceptados en sus grupos de pertenencia. Pero si ese mismo hombre afeminado hubiera sido gay, habría sido objeto de burla y desprecio. Y ya que hablo de lo femenino que hay en todo hombre, creo que los gays, dada nuestra condición, aprendemos a gozar de ese principio con mayor libertad y menos miedo que los hombres heterosexuales”.
¿Es necesario compartir esta definición con el mundo o es suficiente con esa afirmación interior?
“La sexualidad no es solamente privada. Está en la base de nuestra vida afectiva y por lo tanto da forma a nuestras relaciones sentimentales y a nuestra vida familiar. Ocultarlo sería como esos raros heterosexuales que les esconden a sus madres el hecho de que estaban casados con ‘otra’ mujer”.
En el libro asistimos al crecimiento de Marco, mientras somos testigos de la decadencia del padre, ¿la liberación del padre le permitió crecer al hijo?
“La muerte del padre, ese hombre que representaba la imposibilidad de una vida digna para Marco, constituye una forma de liberación para él. Ya no tendrá que simular lo que no es, ni disimular lo que es. Cualquiera que haya estado sometido a la prueba de vivir una doble vida, aunque sea solo durante un tiempo, sabrá lo liberador que puede resultar”.