El Luis Miguel Rivas de la vida real, eso parece, es más despeinado que el de la foto de ese libro de cuentos que presenta por estos días, ¿Nos vamos a ir como estamos pasando de bueno?, y que una vez se llamó Alcohol y otra vez TQM, porque antes iba a ser otra cosa, más con el tema del alcohol, y tenía incluso poemas –Luis Miguel, no muchos lo saben, escribe poemas–, y terminó siendo un libro de cuentos de otros temas, al que él y el editor les vieron unidad.
También es más alto, aunque en esa foto de tres por tres en blanco y negro no se le ven lo pies. De todas maneras él habla de esos límites entre la ficción y la realidad. Quién puede decir que esta conversación no puede ser algo que no lo fue o, al contrario. ¿En realidad –se pregunta– qué es la realidad?
Era una tarde bogotana y mientras Luis Miguel Rivas fumaba, los jóvenes de la silla del lado hablaban, o se reían, de algunos amores –eso creo yo, quién sabe él–, en todo caso poco que ver con la Feria del Libro de Bogotá, donde estábamos. Él y yo, mientras tanto también, conversábamos, lo escribió con lapicero morado en la primera hoja de mi ejemplar, del escribir y del vivir.
El primer cuento empieza, “yo no sé cómo hacen los que saben para dónde va su vida”. ¿Usted es de los que sabe o de los que no?
“Yo tengo un norte, pero muy difuso. Sobre todo ya con los años no tengo claro para dónde voy, pero por lo menos sí sé dónde no quiero ir. Es la única diferencia. Hace mucho tiempo no tenía ninguna idea de para dónde ir. Eso no era problema para mí, sino que estaba inscrito en una sociedad en la que hay que saber para dónde se va, como si la vida... la vida es caótica, la vida no tiene un norte... pero había que ser o, si no tenías esa claridad, tenías que inventarla así fuera a los trancazos”.
Difícil, más cuando alguien quiere ser escritor...
“Claro, y la sustancia del trabajo de la escritura y las artes es la vida, y la vida no es predeterminada, no es susceptible de meterla en cuadros de Excel, no resiste cronogramas muy estrictos, entonces digamos que el trabajo en estas áreas no es tan predeterminado y esta sociedad de nosotros, la paisa, que es una sociedad del hacer, del cumplir, del ser responsable, de madrugar. Para quién le gusta y funciona bien, así es perfecto, pero si tu naturaleza o personalidad no es así, entonces qué.
Yo no creo en la disciplina, yo creo en otra cosa, en una manera de la disciplina que es la obsesión, y que no es disciplina. La disciplina es para gente perezosa que tiene que obligarse a hacer algo y después le saca en cara el esfuerzo que hace. El que dice que trabaja mucho con sus palabras, es porque le cuesta mucho, pero cuando uno está escribiendo un cuento pueden pasar tres días apenas acordándose de comer y uno nunca dice estoy trabajando, y también pueden pasar tres días sin hacer nada. El trabajo de la literatura no se puede medir con ese patrón paisa. Uno puede escribir ocho horas diarias, sentarse a escribir es muy fácil, pero ya la escritura como una búsqueda del sentido, son tiempos del inconsciente. Yo te puedo escribir una novela en un año, pero quién sabe si sea una novela que diga cosas o en la que esté todo el potencial.”.
Critica esta sociedad, pero ahora que vive lejos ¿no se siente más paisa?
“Los dos libros que he escrito allá son de Medellín y de Colombia, incluso si son sobre temas que ocurren en Argentina, es una mirada colombiana, es la mirada de un colombiano. De hecho una serie de crónicas que empecé a llamar Impresiones de un montañero en el primer mundo del tercer mundo, eran un poco eso. En realidad es un montañero que está allá”.
Cuando estaba acá no sentía que encajara...
“Sí, porque yo llegué a Medellín, me llevaron desde los cuatro años de Pereira, que también son paisas, y siempre tuve una sensación de incomodidad interior, de sentirme extranjero. No creo que sea solo por Medellín, sino por mí. Era una sensación existencial que tenía, creo que también por eso escribe uno, porque esa sensación de distancia uno trata como de solucionarla contándola”.
Hay un cuento en el que la gente se derrite de calor, ese sí es de allá. ¿Estar acá y ahora allá es lo que lo ha configurado como escritor?
“Eso configura una personalidad y una visión del mundo. Te voy a dar un caso concreto. Yo había leído una crónica sobre el parque Rivadavia, un parque de libreros en Buenos Aires, en unas crónicas de Roberto Arlt hace por ahí unos 30 años y me encantó. Nunca me olvidé. Luego cuando fui a Buenos Aires terminé trabajando en el parque Rivadavia que había leído en una crónica hace muchos años. Cuando trabajé ahí diario durante un tiempo, tenía en mi cabeza ese parque que había leído, que no era el que veía ahí, pero el que veía ahí tampoco era ese, porque también era el de Roberto Arlt, entonces tenía en mi cabeza un tercer parque que era hecho del que había leído, más el que estaba viviendo, más toda mi visión del mundo. Es el mío, que está hecho de todos. Y un poco así hace uno las ciudades y es la Colombia que tengo ya, no es la del día a día, así lea mucha prensa no estoy en el ritmo ni el agite ni el espíritu de acá, pero es la que tengo en mi cabeza”.
Es lo que permite la literatura, armar esos otros mundos
“Claro. Una ciudad y un país son millones de mundos, de universos. Generalmente de las ciudades hay una sola voz que es la voz oficial, un poco la literatura es la que cuenta esos otros universos y puntos de vista. Tener una idea de una ciudad relativamente más amplia es mirar los distintos escritores con las distintas voces y a eso sumarle tu vivencia de la ciudad y ahí tenés un poco más, porque sino tenés solo la imagen oficial que te dicen los medios de tu país y la poca que ves de ir del agite de tu casa a la oficina y de la oficina a la casa”.
¿Ahí es donde entra la cotidianidad en sus cuentos?
“Sí, sí. Desde la cotidianidad se pueden ver cosas del macro. El modo de ser antioqueño podés describirlo con una definición general, pero si vos lo decís en detalles concretos de actitudes, de gestos de la gente, de lo que a vos mismo te pasa por ser colombiano, como pensás, entonces sí...”.
Antes no se llamaba así mismo escritor, ahora sí funge...
“Antes no estaba dentro de mis prioridades en la vida. Siempre he escrito, pero no como prioridad. Ahora sí me concibo como escritor y todo lo que hago, lo que vivo, lo que leo, va en función de eso. Ya como una vida que está orientada a contar cosas, no como un hobbie, sino como mi profesión”.
¿Por qué fue tan difícil?
“Primero por prejuicios intelectuales. Escritor, Balzac, que escribió 80 tomos... Tampoco sentía que mi vida estuviera dedicada a ese asunto. Había un poco de pudor para decirlo, pero ahora esa expresión como que la puedo sustentar con mi vida, para mí mismo”.
Lo conocemos como escritor de relatos cortos, pero, ¿está en una novela?
“Estoy escribiendo una novela. Empecé a escribir una historia como cualquiera otra y se fue complejizando y agrandando y en un momento vi que estoy en la página 35 y todavía voy en el planteamiento del problema, y que la riqueza de las circunstancias dan para más conflictos. Esa historia por si sola fue adquiriendo las características”.