Los llaman la tribu de los PP o Pets Parents, y son aquellos “padres” de mascotas que se desviven por sus peludos hijos perrunos, gatunos, roedores, arácnidos y hasta más.
Su lazo afectivo con sus mascotas no es trivial, se ocupan de ellos con igual o más diligencia que los padres de hijos humanos.
Pagan colegios, guarderías, terapias, psicólogos, seguro médico, entrenadores y chefs, paseadores que los ejercitan varias veces al día, sin contar con el alto consumo en bienes de todo tipo que les ofrecen a sus hijos peludos una vida ideal.
¿Ha notado que los perros terminan por parecerse a sus dueños, como si fueran sus hijos en versión animal? No es casualidad. Lo comprobó el investigador Michael Roy, de la Universidad de California, y la razón es que solemos elegir aquello con lo que nos sentimos más cómodos, ya sea la pareja o el perro. Y en tiempos en los que es difícil hallar parejas humanas dispuestas a hacer una apuesta afectiva a largo plazo, los animales (muchos abandonados) entran a suplir necesidades emocionales pues garantizan amor correspondido, cuidado mutuo, fidelidad libre de dramas y afecto incondicional.
Otro estudio de la Universidad de Miami revela que las personas que tienen mascotas son más felices y sanas que quienes no las tienen. Las macotas alivian el estrés y, al desarrollar alta empatía con sus dueños, son un antídoto contra la soledad. Adicionalmente, son una motivación para hacer ejercicio, caminar, correr, socializar.
Para la muestra, la odontóloga Zully Rosero cuenta: “Ni mi esposo ni yo queríamos hijos. Coko y Matilda son los niños de la casa y la felicidad de mis papás”. Ella se refiere a un beagle y a una perrita criolla que adoptó. Sus “hijos” ya tienen 7 y 2 años.
Además de cariño, requieren de entrenamiento para adquirir habilidades sociales, quemar energía y aprender a entender órdenes, para ello asisten dos veces a la semana a un campamento. Una vez al año a Coko se le hace profilaxis, anualmente se le aplican vacunas, cada tres meses los desparasitan, cada dos reciben un baño, a diario los sacan a pasear y requieren de un alimento que les dura dos meses. “Son como hermanitos, en el campamento mantienen juntos. Si Coko se acuesta, Matilda se hace al lado, es juguetona, celosa, posesiva. Él es tranquilo y aunque su fama es de dañinos y tercos, salió juicioso”, dice Zully. Ella y su esposo los sacan a hacer ejercicio y han adaptado el carro con tapetes para transportarlos. Tienen sus impermeables por si llueven y muchos privilegios más.
La recompensa de tener hijos peludos, dice Zully, “es que cuando llegamos a casa es una fiesta con abrazos y besos. Uno está por ahí y Matilda lleva los juguetes para invitarme a jugar. En el parque hace maromas para atrapar el frisbee. Nos motivan a socializar, a hablar con los papás de otros perros para compartir experiencias”.
Daniel Estupiñán, economista, y encargado de los cursos para recrear a cerca de 30 perros, asegura que estos necesitan espacios para “socializar, quemar energía, tener contacto con la naturaleza y una estadía más tranquila en casa”. Allá hacen juegos de obstáculos, cavan huecos y les habilitan la piscina. Han llegado perros tímidos que al tiempo se vuelven sociables; otros pasados de kilos que se convierten en atléticos.
Para Luis Robayo, fotógrafo de la agencia AFP, la paternidad le llegó primero con Pepelucho, un perrito de 20 días de nacido que halló con su esposa abandonado en una caja en un CAI del Parque de las Banderas en Cali.
“Le estaban saliendo los dientes, tenía pulgas, el estómago inflado y enferma la piel. Es una mezcla entre Schnauzer y Beagle. Ya tiene 3 años y un pelaje bonito”.
Pepelucho se volvió más famoso que sus dueños porque Robayo le tomaba fotos para compartirlas con sus amigos, hasta le creó una cuenta en Instagram que ya va para 500 seguidores.
Pero pronto llegó Martina, la hija de la pareja. Y hasta los seguidores de @soyfandepepelucho les aconsejaban regalar al perro. Ellos hicieron oídos sordos y lo ayudaron en su adaptación para la llegada de su ‘hermanita’. “Desde que la niña estaba en el vientre de su mamá, lo acercábamos y le decíamos ‘ya viene Martina’”. Cuando la bebé llegó, Pepelucho olió su ropita, le dio dos vueltas a la cama y se le acostó al lado. “La cuida. Cuando llora se pone inquieto”. “De un hijo peludo se recibe un cariño incondicional. La alegría que da, no la brinda nadie. Son amigos fieles. Una vez me intentaron robar y por su reacción logré huir”, cuenta.
Esta es la cuenta de Pepelucho