El 29 de noviembre de 1881, martes, se fundó el Museo de Antioquia. Mañana, también 29, lunes, cumple 140 años. Como toda gran celebración viene con un regalo: en una de sus salas habita el único mural del maestro Fernando Botero que hay en el país (de tres que ha pintado en su carrera), y que fue trasladado en agosto y restaurado: si se acerca mucho al fresco encontrará una cicatriz, que se nota poco, de que para llegar ahí debió ser fragmentado en dos. También darse cuenta de que Botero fue muchas cosas antes de que lo pudiera reconocer por los personajes voluminosos y el trazo preciso.
Porque las historias siempre empiezan antes: en el entonces de 1881, al museo lo nombraron Museo y Biblioteca Zea para hacerle un homenaje a Francisco Antonio Zea, un prócer conocido por sus gestas en la Independencia. Sus fundadores, entre los que estuvieron el médico Manuel Uribe Ángel, el líder cívico Antonio José “Ñito” y el coronel Martín Gómez, querían un espacio para la educación y la cultura.
Las colecciones del principio incluían reliquias históricas que tenían que ver con personajes o eventos de la Independencia, manuscritos oficiales, pinturas coloniales y elementos de historia nacional. Les interesaba, además y mucho, el fomento a la lectura, de ahí la Biblioteca. Es más, de 1918 a 1924 el museo no funcionó y la biblioteca sí, aunque con dificultades económicas (un cuento que se ha repetido en tantos años).
En la exposición Futuro perfecto, que estuvo abierta hasta el 31 de octubre de este año y es una de las que celebra el aniversario del Museo, se reflexionó sobre sus 140 años: este presente es el futuro de quienes crearon el museo, y es muy distinto al que ellos se imaginaron.
Camilo Castaño Uribe, el curador de la muestra, explica que el museo se fundó para honrar la memoria de los próceres de la Independencia y a los cultivadores de las ciencias y las artes.
Hoy, el concepto de un prócer y un héroe ha cambiado, empezando por el contexto. Cuando se fundó, el país se llamaba Estados Unidos de Colombia y la identidad nacional estaba en formación. Antioquia era uno de los nueve estados federados de la nación, y el museo se creó como uno nacional. Camilo señala que fue un monumento a esos héroes, un proyecto machista, blanco y cerrado, para la élite, para el turista, si se mira desde el hoy. Y hoy, por supuesto, es muy distinto.
Es un museo con una colección de más de 7.000 objetos, un gran archivo, continúa el curador, que ayudan a entender la región y el país.
Tener 140 años
Los primeros cien años no fueron fáciles (y no significa que los de ahora lo sean), pero la historia viene con cierres (algunos duraron una década), con el cambio de espacios, de directores, de falta de dinero, y casi siempre de la intención de muchos de que continuara, como esa vez en 1946 cuando se creó la Sociedad Protectora del Museo, que llegó a tener 345 socios y aportes de personas y empresas importantes para que creciera la colección.
María del Rosario Escobar, actual directora, comenta que el Museo cumple 140 años precisamente por la cantidad de manos invisibles que han sumado para sostenerlo. Es una sucesión de trabajos y generaciones puestas al servicio de un patrimonio común. “Son alianzas de todo tipo, desde las grandes hasta las más sencillas como la de venir al museo, traer a los niños, mostrar este lugar como la casa de todos y pasarlo de una generación a otra, pagar la boleta, querer esta institución, donarle una obra”.
El quiebre más grande quizá empezó en 1970 con las donaciones de Fernando Botero en 1974, 1976 y 1984, que se sumaron a una campaña de donaciones para celebrar los primeros cien años, y el cambio de nombre en 1977. Y luego, por supuesto, la gran donación de Botero, condicionada a una nueva sede, la actual, y que se inauguró en 2000 y se fortaleció con la Plaza Botero, en 2001.
Juan Luis Isaza, arquitecto y experto en patrimonio, explica que en ese momento pasó de ser un museo menor y provinciano, a ser un referente de ciudad, un museo importante que tiene, continúa él, la colección más extensa y valiosa del maestro Botero a nivel mundial, y obras del arte emblemáticas de América Latina y Colombia. “Es un punto ineludible de referencia para entender los procesos del arte en Antioquia y en Medellín”.
Pilar Velilla, quien era la directora en ese momento, señala que con esa renovación se desmitificó la figura de lugar reservado para elegidos, “abrió sus nuevas puertas, tanto físicas como las del espíritu, hasta llenar sus espacios de gentes del común, que nunca habían tenido acceso a los recintos de las bellas artes y que ahora eran convocados por el disfrute”.
Del presente al futuro
Por supuesto que en 100 años el Museo parece otro. Hoy quieren que sea, explica María del Rosario, una herramienta útil para comprender el presente a partir de los legados del pasado. Ella lo compara con una llave inglesa, un destornillador, un lápiz y un libro, que han persistido en el tiempo y ayudan a hacer la tarea desde la vida.
“El museo no es uno contemplativo, no es para verlo desde la distancia. Es actuante, muy activo. Terminamos siendo como una máquina del tiempo para legarle una capacidad de enunciación a las comunidades que desde él pueden hablar en primera persona y hacen parte de esa ágora contemporánea que les es esquiva y está en sus luchas. Nosotros mismos nos vamos a vivir a los bordes, a los límites y las comunidades que justamente amplían esos bordes y esos límites, llevándonos cada vez a escenarios de mayor riesgo. Eso también definiría al museo, uno de riesgo”.
Lo otro es su función en el espacio, lo que ha significado estar en el Centro de Medellín. Porque para el Museo, su lugar es inspiración, eje de trabajo, nutrición y reto. Para María del Rosario es fundamental trabajar los problemas de ese entorno, porque sino se expanden más a la ciudad. “El Centro define al museo y el museo, si bien no define al Centro, sí lo influye”.
De lo fundamental
La colección del museo se ha ido armando en estos años, en su mayoría a través de donaciones de artistas. Aunque hay más que arte, precisamente por sus inicios: se encuentran resguardados objetos de más de 5.000 años de antigüedad.
Juan Luis señala que como muchos del siglo XIX, incluyendo el Museo Nacional, los dos son de los más antiguos del país, al inicio tenían unas series de cosas mixtas, y por eso en su actual colección hay minerales, piezas históricas, fósiles, elementos de ciencias naturales, artículos de personajes, piedras.
Y si bien en sus últimos años se ha enfocado en el arte, Nidia Gutiérrez, quien fue curadora, explica que la colección permite poner a conversar obras de artistas antioqueños con piezas antiguas, por ejemplo arqueológicas, y establecer lecturas modernas.
Después está en lo que coinciden los expertos, el museo como lugar de encuentro. Velilla lo explica: “Con sus 140 años y aún con su retadora historia, el Museo de Antioquia es el alma de la región, es como un espejo en donde nos miramos para reconocernos”.
El curador Conrado Uribe, quien también pasó por el museo, indica que estas instituciones son sobre todo ágoras públicas, espacios para conversar, criticar, disentir, acordar. El medio, añade, es el arte, y se vuelven desde ahí fundamentales en la formación de un espíritu crítico y en la construcción de ciudadanía. Por tanto, concluye, son espacios en permanente construcción. Una obra en ciernes.
Y ya se vio en la exposición Futuro perfecto, en la que el mismo Museo cuestionó sus inicios y puso a conversar a sus artistas sobre la fundación y, sobre todo, sobre el presente y el futuro. Una historia que no se puede contar lineal, y no se cuenta de esa manera porque la colección reúne diferentes miradas, con artistas que tienen su manera de contar: hay tragedias, hay desastres nacionales, hay violencia en el territorio, hay crisis ambiental. Y hay una luz, también: celebrar que un museo cumpla 140 años.
¿Y qué se necesita para otros 140? María del Rosario responde que renovar el cariño. Los museos son universos estables que una generación lega a otra. “Que sea el olvido el que demuestre que lo hicimos bien, y no ser tristemente recordados por no haber logrado sortear el desafío del presente”.