El contrabajo es más alto que él, pero siempre se ha sentido cómodo detrás de uno de ellos. Antes, cuando era niño, Christoph Wimmer solía tocar el clarinete, pero le terminó sonando muy agudo, en cambio el contrabajo tenía una vibración especial.
En medio de su solemnidad, el instrumento gigante, se le mostraba mucho más interesante, sus tonos bajos. Nació en Steyr, una ciudad austriaca que mide 7 kilómetros de norte a sur y otros siete de oriente a occidente. Es pequeña y de allí salió cuando tenía 16 o 17 años hacia Viena.
No soñaba con tocar en la Orquesta Filarmónica de Viena, como sí es el sueño de muchos dentro y fuera de Austria. “Lo veía como algo tan distante que realmente no me imaginaba eso, viniendo de un lugar pequeño y lejano, que no lo soñaba”, cuenta con sinceridad. Ahora, sin embargo, es el contrabajo principal de ese grupo prestigioso que celebró su primer concierto en 1842.
Más lejos de lo que pensaba
Piensa que fue una meta que nació y fue persiguiendo poco a poco. A los 14 entró a estudiar en el Conservatorio Bruckner y allí, gracias a sus profesores, encontró las conexiones para conocer contrabajistas en Viena.
De esa forma se fue acercando a esa capital de la música, empezó a saborear la riqueza de una ciudad como esa, donde vivieron Mozart, Brahms, Haydn y Schubert. A veces se pregunta si en esta u aquella calle se inspiró alguno de esos maestros para crear las piezas que por tantos años ha estudiado en su enorme contrabajo.
Lo impactó conocer lugares como el Salón Dorado de la Musikverein, casa de la Filarmónica de Viena. Audicionó para hacer parte de la Orquesta de la Ópera Estatal de Viena cuando apenas tenía 19 y arrancó con la Filarmónica tres años después.
Recuerda una frase de Mahler, quien dirigió la Orquesta de la Ópera Estatal de Viena, y cae en cuenta de la responsabilidad que adoptó hace 15 años. “Él decía que la tradición no es sobre alabar las cenizas, sino llevar el fuego y creo que eso caracteriza lo que tenemos que hacer ahora – comenta el artista –. Las generaciones pasadas trataron de pasar su emoción por la música y esta tradición, así que este es el desafío más grande que tenemos ahora”.
El músico, de 36 años, sabe que su historia en la orquesta podrá abarcar unos 40 años de su vida, aproximadamente. Pero en una institución como esa, de más de 175 años, dice que su paso se sentirá como algo muy corto.
Un concierto de contrabajo
Wimmer es el invitado al décimo concierto de temporada de la Filarmónica de Medellín, que se celebrará este sábado a las 6:00 de la tarde en el Metropolitano. La puesta en escena incluirá la Obertura Festiva, op. 96 de Shostakovich y la Sinfonía Nº 3 en La menor, op. 44 de Rachmaninov, pero la pieza en la que Wimmer y su contrabajo se destacarán será el Concierto para contrabajo, op. 3, del compositor ruso Serguéi Koussevitzky. El invitado fue quien escogió la obra.
“Creo que es una pieza muy melódica en la que un contrabajo puede cantar de una manera hermosa”, precisa. Es un concierto en el que ese instrumento que usualmente se ubica atrás, alto, como cuidando la espalda de otras cuerdas, esta vez estará adelante.
“Puedes escuchar como el contrabajo puede frasear líneas largas y cómo puede sonar desde los registros más bajos a los más altos”, destaca. Este concierto además tiene el acompañamiento de cuerdas, metales y vientos.
El reto para la interpretación radica en que Wimmer no estará tocando en su propio contrabajo, que data de 1717 y que por la logística y el riesgo que implica (para el instrumento) cambiar de varios aviones y llevarlo como carga, prefirió cuidarlo y lo dejó en casa. Aunque el que usará es de excelente calidad, cuenta que cuando se trata de este gigante de cuerdas, la longitud de las mismas suele diferir mucho y la posición de los dedos varía.
En ese instrumento, tan familiar y a la vez desconocido, se prepara para ofrecer su primer concierto en Latinoamérica, uno que espera que sea excelente en Medellín, primera ciudad que visita en el continente.